DOMINGO 19. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
APOSTAR POR LA CONFIANZA

La liturgia de este domingo nos presenta un mensaje de profunda esperanza y una llamada a la confianza –esa virtud tan esquiva en un mundo lleno de desilusiones. A menudo, la vida nos golpea, erosiona nuestra capacidad de confiar. La incertidumbre nos acecha y la imperfección de lo humano se manifiesta. La Palabra de Dios -de este domingo nos invita a mirar más allá de lo evidente: a ¡apostar por la confianza radical!
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La confianza: un acto de fe y revelación
- Dios como horizonte: la victoria final
- Razones para confiar: el reino de Dios está cerca
La confianza: Un acto de fe y revelación
La desconfianza a menudo surge de la falta de conocimiento. No podemos conocer completamente a los demás, ni siquiera a quienes más amamos; siempre habrá una zona de misterio. Ante esta realidad, tenemos dos caminos: confiar o desconfiar. La confianza plena no es un punto de partida, sino una meta que requiere una apuesta audaz, un salto de fe que nos lleva a decir: “¡Allá voy y sea lo que Dios quiera!”. Al confiar, reconocemos el valor del otro.
Pero ¿apostamos también por la confianza en Dios? El Libro de la Sabiduría (18, 6-9) nos ofrece hoy el testimonio poderoso de un pueblo que confió. Los israelitas, esclavizados en Egipto, recibieron la promesa de liberación y se aferraron a ella con la certeza de que Dios cumpliría su palabra. Se les anunció la libertad de antemano, y su fe se mantuvo firme incluso en la adversidad. Entonaron himnos de su tradición y se propusieron ser solidarios, demostrando que la confianza nace de la revelación divina, de la certeza de sus promesas. Dios nos pide confianza, y a cambio, nos ofrece información, nos hace promesas y nos llama a confiar en Él.
Dios como horizonte: La victoria final

La vida puede parecer una serie de jugadas que podemos perder, pero no debemos olvidar que la partida final está garantizada si nuestra confianza está puesta en Dios. La Carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-9)nos presenta una “nube de testigos” de la fe, personas que, incluso en las situaciones más difíciles, mantuvieron una confianza inquebrantable. Abraham es el ejemplo paradigmático: salió hacia una tierra desconocida, sin saber adónde iba, y vivió como extranjero, esperando la promesa de Dios. Su fe no decayó, ni siquiera ante la muerte.
La fe, nos dice el autor de Hebreos, es “la garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”. Es esta fe-confianza la que nos permite ver a Dios como el contexto de las confianzas absolutas, aquellas que no se desvanecen ni se deterioran. Podemos confiar, incluso en lo que parece poco fiable, porque Dios está detrás de todo. Podemos perder batallas, sí, pero con Él, la victoria final es segura.
Razones para confiar: El Reino de Dios está cerca
Jesús no buscaba una comunidad de desconfiados. Él nos exhortaba a la confianza como una actitud fundamental, una verdadera “forma de vida”. El Evangelio de Lucas (12, 32-38) nos lo confirma: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.” Ése es y será nuestro tesoro. Pongamos en él nuestro corazón.
Como el centinela espera la aurora infalible, así el discípulo de Jesús confía en la llegada de Dios. Y cuando llegue “se ceñirá, hará que te sientes a la mesa y te irá sirviendo”. ¡Imagina esa escena! Dios mismo, nuestro Señor, sirviéndonos en su mesa.
La confianza crece cuando somos responsables de aquello que se nos ha confiado: de la seriedad de nuestra vida. ¿Estamos dispuestos a aportar por la confianza, sabiendo que, con Dios, la partida siempre se gana?
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 18. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
“BUSCAD LOS BIENES DE ARRIBA”:
CONTRA LA AVARICIA Y EL CONSUMISMO
Hay un momento en la vida en que la generosidad cede ante la avaricia o el consumismo: las decepciones nos empujan a centrarnos en nosotros mismos, olvidando las necesidades ajenas.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La avaricia
- Su rostro posmoderno: el consumismo
- Buscad los bienes de arriba
La avaricia
Quien se deja dominar por la avaricia rechaza cualquier petición, ya sea de un mendigo o de una causa noble, cerrándose al prójimo por miedo a no tener suficiente para sí mismo. Su vida gira en torno a conservar y multiplicar lo que posee, temiendo la inseguridad y el vacío del futuro.
¡Bienaventurados los pobres de espíritu, pues no serán esclavos del dios Mammón!. La avaricia, pecado capital, impide la felicidad y la plenitud; conocer sus mecanismos nos ayuda a combatirla. Como afirma Humberto Galimberti, la avaricia es el pecado más estúpido, pues quien la padece acumula bienes que jamás disfruta, encontrando poder solo en el hecho de poseer.
El avaro renuncia a vivir: cuanto menos gasta, más cree ganar, llegando incluso a ocultar sus bienes para que nadie los codicie. El centro de su existencia es el temor al futuro, el horror al vacío y a la muerte. Jesús advierte al avaro: “¡Esta noche te arrebatarán la vida!”, invitándolo a salir de ese laberinto.
La avaricia puede camuflarse incluso tras la pobreza más austera: ¿de qué sirve una vida de privaciones si solo engendra dependencia del dinero nunca gastado? En el fondo, la avaricia lleva a la idolatría y a la adoración de lo material.
Su rostro posmoderno: el consumismo
El consumismo, por otra parte, es uno de los “nuevos vicios”, o una viciosa tendencia colectiva y social (Humberto Galimberti). No seguirla es queda socialmente excluido y marginado. ¿Por qué es un vicio el “consumismo”?
Un índice de bienestar en nuestras naciones es la producción. Lo que se produce ha de buscar salidas en el consumo: ¡a mayor producción mayor consumo y a mayor consumo más producción! El consumo es entonces un medio de producción. La publicidad se encarga de producir necesidades; nos pide que renunciemos a los objetos que ya poseemos, y que tal vez aún nos ofrecen un buen servicio, o incluso que los destruyamos, para elegir otros que están llegando y que van a resultar “imprescindibles”.
El consumismo se rige por el principio de la destrucción. No favorece el que las cosas duren, sino que sean reemplazadas. Y cuando todavía sirven, se hace lo posible para que estén “fuera de moda”, o “descatalogadas”. Lo peor es que una humanidad que “trata el mundo como un mundo de usar y tirar se trata a sí misma también como una humanidad de usar y tirar”( Günther Anders), vive “bajo el imperio de lo efímero” (Lipovetski).
Jesús nos pide que evitemos toda clase de codicia. La vida no depende de nuestros bienes, ni de nuestros proyectos.
¡Buscad los bienes de arriba!
Jesús nos quiere felices y esa felicidad nos llega como un regalo del cielo, cuando menos lo pensemos. A quienes no adoran al dios de la avaricia, del consumismo, del sexo, Dios les da el ciento por uno en esta vida y la vida eterna. Quien pierde gana, quien se olvida de sí se recupera.
Lo más importante es ser rico para Dios. ¡Bienaventurados los pobres, porque Dios reinará en su favor y los recompensará!
José Cristo Rey García Paredes, CMF
Jubileo de los Influencers: ¡Reinventarnos hoy, Señor!
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor, ser verbo y no sustantivo, celar tu Reino en lo cotidiano, Amar, vivir contigo. Reinventarnos hoy, Señor, ser luz en lenguajes nuevos, pobres, castos, libres, juntos, misioneros en tus medios.
[Estrofa 1] Somos frontera, umbral y camino, centro de valores para el mundo herido, en casa, profetas del Reino, De todos lo perdido. No somos solos testigos, estamos encendido fuego, Líquido a ser verbo, movimiento, sentido.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor…
[Estrofa 2] Danzamos juntos, jóvenes y mayores, mezclando historias, sueños y colores. Familia extendida, comunidad que aprende, lazos de amistad que el Espíritu enciende. El presente y el futuro se abrazan en la fe, tejiendo esperanza donde la vida se ve.
[Estrofa 3:] Obediencia es servicio, sin fronteras ni miedo, Celibato es familia, Reino en cada encuentro. Pobreza es compartir, la creación como don, compromiso misionero, comunidad y canción. No es renuncia vacía, es plenitud y alianza, vivir en liminalidad, misterio y confianza.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor…
[Estrofa 4] Editores de vida, apóstoles en rojo, transformando palabras en pan y en sed. Librerías que son centros de encuentro y verdad, evangelio multimedia, cultura y dignidad. Nuevos lenguajes, inteligencia y pasión, San Pablo hoy, en cada conexión.
[Estrofa 5] La oración es vínculo, la comunidad, hogar, ser puente y abrazo en un mundo digital. Recuperar la mística del encuentro profundo, ser eco del Espíritu, abierto al mundo. Fraternidad interrelacional, misión de compasión, ser signo profético, testigos de tu amor.
[Estribillo] Reinventarnos hoy, Señor, ser verbo y no sustantivo, celar tu Reino en lo cotidiano, Amar, vivir contigo. Reinventarnos hoy, Señor, ser luz en lenguajes nuevos, pobres, castos, libres, juntos, misioneros en tus medios.
DOMINGO 17. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
“NO SABEMOS ORAR COMO CONVIENE”
Hay quienes nunca necesitan orar. Hay quienes nunca cesan de pedir y pedir. Al final, la gran cuestión es: ¿qué significa orar? ¿Cómo orar como conviene?
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”,
- Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado
- La oración es una cita… con intercambio de dones
Orar es exceder los propios límites y no un “regateo”
Cuando un ser humano ora excede sus propios límites. Se reconoce limitado, necesitado. Quien ora invita a Dios a actuar. La oración de Abraham consistía en regatear con Dios. La oración que nos enseñó Jesús fue diferente: nuestro Dios conoce todo lo que deseamos… hay que confiar en Él y dejar a Dios ser Dios.
No hay que “pedirle a Dios que nos dé lucidez”, sino “descubrir que somos lúcidos en la medida en que conectamos con la Presencia divina que nos habita”.
La oración no es un regateo sino una“toma de conciencia” de nuestro verdadero ser, que es divino. No hay que convencer a una deidad exterior, sino acallar el ego para permitir que se manifieste nuestro verdadero Yo, la presencia de lo Divino. “Vendremos a Él y haremos morada en Él”
Orar es descubrir los poderes del Espíritu que se nos ha dado
El autor de la Carta a los Colosenses nos dice que, desde que nos adherimos a Jesús por la fe y el bautismo, algo muy importante ha muerto en nosotros y algo muy importante vive en nosotros. Se nos ha concedido un principio de vida, de Vida. El Espíritu de Jesús nos habita, nos hace vivir. La sentencia condenatoria ha quedado eliminada. Dios no tiene nada en contra de nosotros. Todo lo que queda es su corazón es amor, compasión, amistad, alianza indisoluble.
Quien, teniendo ojos, los mantiene constantemente cerrados, ¿cómo podrá ver? Quien, teniendo pies, permanece siempre sentado o acostado en la cama, ¿cómo podrá disfrutar del gozo de la automoción y del desplazamiento? Con el bautismo hemos recibido una nueva capacidad. Pero hay que ejercitarla. Quien lo hace se convierte en una “nueva criatura”.
La oración es una cita… con intercambio de dones

Quien ora construye una casa a la que invita, como huésped, al mismo Dios. Quien ora reserva un tiempo de su día para celebrar la fiesta más misteriosa: la fiesta del encuentro con su Dios.
Cuando oramos, nuestro cuerpo se convierte en un templo, en una casa de acogida, en un tiempo sublime, arrancado a lo profano. En este lugar y en ese tiempo citamos a Dios y Él acude a la cita. Pero no viene con escolta, ni con boato. No le preceden los truenos y los relámpagos. No viene con Él su corte de Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades. No vienen con Él los encargados del protocolo divino, los liturgistas del cielo. Llega Él solo. Y el título que utiliza para el encuentro es solamente éste: ¡Padre!, ¡Madre!, ¡Abbá! Lo que entre Él y nosotros se produce es entonces un encuentro entre el Papá y su niño o su niña. Orar es producir un encuentro familiar, íntimo, entrañable, entre el papá y el hijo o hija, entre mamá y su pequeño o pequeña.
Eso hacía Jesús cuando oraba. Eso les enseñó a sus discípulos y discípulas. El Abbá siempre acude a la cita. Le encanta manifestarse a sus hijos e hijas. Es Abbá bueno que perdona, que alimenta, que provee a todo y no abandona a los hijos que se sienten de verdad hijos.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOINGO 16. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
HOSPITALIDAD: LA VIRTUD EN TIEMPOS DE GLOBALIZACIÓN
Este domingo nos confronta con el tema tan debatido de las fronteras y la acogida de los inmigrantes, o incluso de los sin-papeles.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La hospitalidad: la virtud del mundo global.
- La misteriosa hospitalidad de Abraham.
- Aprender la hospitalidad: en Betania… Marta y María.
La hospitalidad: virtud del mundo global
La hospitalidad es un lazo que une a quien acoge y a quien es acogido. El anfitrión y el huésped se definen mutuamente y no existen el uno sin el otro. El huésped, aunque ausente, siempre puede llegar y reclamar el derecho a ser recibido; el anfitrión, por su parte, siente la responsabilidad moral de abrir las puertas, incluso ante lo inesperado.
La hospitalidad nace de un compromiso ético profundo: el de reconocer y acoger al “otro” sea quien sea, sin condiciones ni prejuicios. Hay culturas en que el huésped es tratado con veneración y misterio: no se indaga sobre su origen o identidad: ¡representa a cualquier ser humano!
El huésped puede incluso ser un dios enmascarado, un ángel desconocido o un símbolo de lo divino. Mitos y religiones cuentan cómo los dioses adoptan formas humanas y piden ayuda, enseñando que al acoger al extraño se honra lo más alto de la humanidad y lo divino. En la hospitalidad “el otro” es recibido como una presencia misteriosa y sagrada. Por eso, la carta a los Hebreos dice “que algunos habían hospedado ángeles sin saberlo (Hb 13,2).
La misteriosa hospitalidad de Abraham
Hospitalidad hacia Jesús, el misterioso Hijo de Dios
Pasaron los siglos, y los seres humanos tuvimos la oportunidad de acoger a un misterioso personaje, el hijo de María, el Hijo de Dios. Muchos lo rechazaron y hasta lo condenaron a muerte. Otros lo acogieron e incluso lo siguieron. Y a quienes lo acogieron les dio el poder de ser hijos de Dios, el don de la bienaventuranza, la filiación divina por medio de su Espíritu.
Paradigma de hospitalidad fue la conducta de las dos hermanas Marta y María respecto a Jesús: Marta entendía la hospitalidad como un agitado afán para atender a Jesús y sus discípulos. María entendió la hospitalidad como sentarse ante Jesús y maravillarse de sus enseñanzas y gestos. Lo que Jesús pretendía en Betania no era tanto ser servido, sino ser acogido. María lo entendió al colocarse a sus pies.
Pasado el tiempo, también Marta comprendió la hospitalidad, no tanto María. Cuando Jesús se acercaba a Betania Marta salió presurosa a su encuentro. Y acogió a Jesús como nadie hasta entonces. María, sin embargo, se quedó llorando en casa la muerte de Lázaro.
Conclusión
La hospitalidad cristiana se entiende como la actitud de acoger al otro, al extranjero, con generosidad y amor, reconociendo en cada persona la presencia de Cristo. Significa responder a las necesidades del prójimo—dar de comer al hambriento, acoger al forastero y recibir al otro como si fuera el mismo Jesús—poniendo en práctica el mandamiento del amor al prójimo.
José Cristo Rey García Paredes, CMF