VIERNES SANTO. 2025

El cuarto evangelio nos muestra a un Jesús, lleno de energía durante su pasión y muerte. El autor del cuarto evangelio, el llamado “discípulo amado”, conocía muy bien a Jesús. Había sido su confidente, su mejor amigo. Por eso, lo que nos dice sobre la Pasión y Muerte de Jesús, merece toda nuestra atención.
Hoy, viernes santo, la madre Iglesia quiere escuchar su relato de la pasión. Entre otras cosas, porque no quiere que nos centremos en la tragedia del Calvario en sus aspectos más externos, sino más bien, quiere que nos encontremos en este día con el auténtico Jesús del Vienes Santo. El discípulo amado es el mejor testigo para hablarnos de Él. Estuvo con Jesús en la última Cena, lo siguió a casa del Sumo Sacerdote. Estuvo junto a la cruz de Jesús. Fue el último confidente del Señor y uno de los primeros en verlo resucitado.
Me llama la atención la forma de hablar de Jesús, según el relato que nos hace el cuarto Evangelista. Fijémonos en algunas de sus palabras:
- ¡Yo soy! ¡Dejad marchar a éstos!
- ¡Mete la espada en la vaina! Si he hablado mal, muestra en qué, si no ¿por qué me hieres?
- ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros?
- ¡Mi reino no es de este mundo!
- ¡Todo el que es de la verdad escucha mi voz!
- ¡No tendrías ninguna autoridad sobre mi, si no te la hubieran dado!
- “Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre”.
- ¡Tengo sed!
- ¡Está cumplido!
Estas palabras no son las de un hombre fracasado, ni deprimido. Jesús podría tener razones para sentirse el más fracasado del mundo, pero ¡no! tenía una energía interior admirable. En medio del sufrimiento más oscuro, tiene una energía que todo lo supera. Jesús no es una víctima. Es señor hasta el último momento. Sus verdugos, quienes lo quieren juzgar, quienes lo condenan, son ¡las víctimas de su no-violencia!
Y es que, hermanas y hermanos,
- tiene más fuerza el amor que el odio,
- tiene más poder una mujer capaz de dar a luz un niño, que un herodes que mata a centenares de niños,
- tiene más poder quien enciende una luz, que quien apaga las luces de una ciudad.
Jesús, con su amor, sintiéndose amado por Dios y amando hasta el extremo, tenía en sí mismo energía suficiente para superarlo todo y para vencer amando a quienes lo mataban.
Al final ¡venció el Amor! ¡el Amor de los Amores!
¿No lo habéis visto en el rostro de las personas que aman mucho? ¡Cuánto poder tienen! ¡Nada las vence!
- Borrad resentimientos.
- Acabad con la crítica permanente a los que os son contrarios.
- Perdonad sin condiciones.
- Amad sin condiciones.
- Sólo así seréis, seremos, hermanos de Jesús y tendréis el señorío que Él tuvo cuando se despidió de nosotros.
Gracias, Discípulo Amado de Jesús, por estas bellísimas páginas sobre el fin de Jesús, que nos dejaste. Gracias, porque cada año que las proclamamos nos parecen nuevas. Tú, que tanto amaste a Jesús, enséñanos a amarlo, a dar la vida por Él. Enséñanos el arte de la no-violencia, del no-resentimiento. Haz que hagamos del amor, como tú, nuestra “arma más poderosa”.
Viernes Santo,
circula el amor a borbotones…
lo que no es amor…. ¡ se está ahogando!
José Cristo Rey García Paredes, CMF
JUEVES SANTO
“UN SOLO CUERPO”: EL PAN Y EL CÁLIZ
Hace muchos años, el gran teólogo católico Hans Urs Von Balthasar escribió un famosísimo libro titulado “Mysterium paschale: la teología de los tres días”. Viernes santo, Sábado santo y Domingo de Resurrección.
En el centro el Cuerpo de Jesús
Jueves, Viernes y Sábado Santo son los días en los cuales nuestra atención se centra en el “cuerpo de Jesús”. Los pasos de la Semana Santa nos lo muestran. Hacia ese cuerpo se dirigen las miradas. Ante ese cuerpo se emocionan los corazones. Parece que carga sobre sí todo el dolor del mundo. En su rostro vislumbra la gente su propio dolor: el ya sufrido, el que ahora le acongoja, el dolor que de seguro vendrá.
Los artistas han sabido plasmar en sus imágenes de Semana Santa un cuerpo de Jesús en situación límite e incluso muerto sin que por ello parezca un cuerpo desahuciado y vencido. Año tras año, generación tras generación se repite el mismo espectáculo y surgen las mismas emociones. ¡Y todo tiene como foco… el cuerpo de Jesús!
En el Cenáculo de Jerusalén
Allí está reunido Jesús con sus discípulos para celebrar “la última Cena”, la “Cena de despedida”, “la cena del Adiós”, la “cena del Testamento”
Los grandes patriarcas del Pueblo de Dios hacían de la última cena o comida con sus hijos la “cena del Testamento” (Jacob en Gen 48-49). Jesús también hace su Testamento. El cuarto evangelista inicia el relato de la Cena con estas palabras: “Amó a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el final (telos)” (Jn 13, 1).
Pero también se manifiesta el mal, el diablo que actúa a través de uno de los discípulos, Judas, que lo traiciona y entrega a los judíos para que lo eliminen.
El símbolo del lavatorio de los pies
“Durante la cena Jesús vierte agua en una jofaina y comienza a lavar los pies de los discípulos y a secarlos. Culturalmente, la parte inferior del pie se consideraba una parte deshonrosa del cuerpo. El lavado de los pies de otra persona lo realizaba un esclavo o una persona de estatus inferior (1 Sam 25:41). Jesús le dio tal importancia a este gesto. Ante la negativa de Pedro, lo puso ante la alternativa de: “o te lavo y estás de mi parte, o no te lavo y estarás contra mí”.
Los cuerpos de los discípulos tienen vocación de in-corporación para formar todos “un solo cuerpo” en Jesús. Se trata de una primera comunión a través del tacto. Y Jesús añade: ¡laváos los pies unos a otros! ¡Honrad vuestros cuerpos! ¡Bendecíos mutuamente! ¡Alejáos de cualquier forma de violencia corporal!¡Haceos siervos los unos de los otros! ¡Dad la vida los unos por los otros!
El símbolo del Pan eucarístico
Franz von Stuck, Pietà, 1891
Sigue la cena de despedida… y de nuevo aparece el Cuerpo. Esta vez tiene la “sagrada forma” de pan: pero no solo de pan, sino de pan dentro de un escenario de interrelación: ¡de pan entregado! Es el pan de la comida, es el pan que Jesús parte y reparte: “Tomad, comed, ¡esto es mi cuerpo!”
No se trata sólo del pan, sino del pan partido y distribuido por las manos mismas de Jesús. Él habla de un cuerpo que rebasa sus límites, de un cuerpo que toca, que se acerca, que quiere ser tomado, comido… hasta entrar en el otro cuerpo: “vosotros en mí y yo en vosotros”. El pan-cuerpo tiene una existencia pasajera y transitiva: lo acucia la impaciencia de ser comido y desaparecer en el cuerpo de los discípulos. “Pharmacon athanasías” o “medicamento de la inmortalidad” lo llamaban los antiguos cristianos.
El cuerpo-pan vivifica al cuerpo que lo recibe: “quien come mi pan no morirá para siempre”. Quien comulga se incorpora al Cuerpo que todo lo sana, que resucita, que establece Alianza para siempre. Jesús quiere compartir su cuerpo y hacernos así sus con-corpóreos.
Estrechamente unida al cuerpo… también la sangre. Jesús transforma la escena anterior: ahora lleva en sus manos un cáliz. Derrama sobre él el vino; la entrega a cada uno de sus discípulos y les dice: “Tomad, bebed: esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.
Jesús quiere compartir su sangre y hacernos sus con-sanguíneos. Para él, como hebreo, la sangre era mucho más que ese flujo líquido que recorre nuestras venas: era el símbolo de la vida, de su vida, que sólo encontraba su sentido des-viviéndose, entregándose. Por eso, también la sangre crea comunión, consanguinidad, Alianza para siempre.
El Sacerdocio fundamental
Jesús quiso que todos nosotros, sus seguidoras y seguidores formáramos el pueblo sacerdotal, o pueblo de sacerdotes. En el Bautismo somos todos consagrados sacerdotes de Dios. Pero en este día, celebramos el origen de una forma peculiar de sacerdocio: el de aquellas personas elegidas para servir y liderar al pueblo de Dios. Jesús le dijo una vez a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Ante la respuesta afirmativa, Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejitas”. Los pastores son muy tentados por el Maligno y pueden -como Pedro- negar al Señor, y convertirse en lobos del rebaño del Señor. Roguemos por ellos, para que no caigan en la tentación.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO DE RAMOS. 2025
LA SERENIDAD QUE TRANSFIGURA EL DOLOR
(Relato de la Pasión de san Lucas)
San Lucas nos acaba de ofrecer un relato impresionante de la Pasión de Jesús. Quizá fuera necesario un gran artista y músico como Bach para interpretarlo musical y orquestalmente. Tratemos de sintetizarlo en cinco escenas:
1. Un Rey que desarma: el asno, el sepulcro y la novedad de Dios

Un asno sobre el que nadie había montado, un sepulcro en el que nadie había sido sepultado: El animal que utiliza el Señor para su entrada en Jerusalén como Mesías Hijo del hombre es un animal que estaba destinado para ello y no para otra cosa. El sepulcro que acoge el cuerpo de Jesús es un sepulcro sin estrenar. ¡También María la Madre de Jesús era una mujer sin estrenar, virgen! Con Jesús llega la novedad, y lo que toca se reviste de novedad: el nacimiento, la sepultura y la investidura como rey.
Hoy, en un mundo que idolatra lo efímero, Cristo nos invita a ser lo nuevo: comunidades que no repiten eslóganes, sino que crean caminos de paz. ¿No es este el Mesías que desarma a Herodes con silencio (Lc 23,9) y a Pilato con verdad (Lc 23,3)? Un Rey sin ejército, que convierte cruces en tronos.
2. «Haced esto en memoria mía»: El pan que desata cadenas
En el Cenáculo, Jesús no solo instituye la Eucaristía: redefine el poder. Mientras Roma dominaba con espadas, Él se entrega como pan (Lc 22,19). Y en el Calvario, perdona a sus verdugos (Lc 23,34).
Hoy, cuando la Iglesia vive sus propias traiciones (abusos, divisiones), Lucas nos recuerda que la Eucaristía no es premio para perfectos, sino medicina para heridos. Judas recibe el mismo cáliz que Pedro: la misericordia no discrimina. ¿No es esta la revolución que necesitamos?
3. Oración: El susurro que vence el caos
Tres veces ora Jesús en la Pasión:
- En el Cenáculo, canta salmos (Lc 22,39-46).
- En Getsemaní, suda sangre, pero elige el «hágase tu voluntad» (Lc 22,42).
- En la cruz, muere rezando: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Lucas nos muestra que la oración no es escape, sino abrazo al dolor con esperanza. Hoy, ante las «tinieblas» personales y colectivas (guerras, soledad, depresión), Jesús nos enseña a gemir con fe. Como Pedro, que llora tras la mirada de Cristo (Lc 22,61-62), nosotros somos invitados a llorar… pero sin dejar de caminar.
4. La hora de Satanás… y de las discípulas
Mientras los apóstoles huyen, las mujeres siguen a Jesús (Lc 23,49). José de Arimatea, oculto antes, ahora reclama su cuerpo (Lc 23,50-53). Lucas revela que, en la noche del mal, brillan luces inesperadas.
Hoy, cuando muchos se preguntan «¿Dónde estaba Dios en mi dolor?», la Pasión responde: «En el migrante que ayuda, en el médico que agota turnos, en el joven que cuida a su abuelo». El Reino avanza con los valientes que, como el buen ladrón (Lc 23,40-43), eligen compasión incluso al borde del abismo.
5. «Porque Tú estás conmigo»: La dignidad del que sufre
Lucas no se recrea en los latigazos, sino en los gestos que revelan divinidad:
- Jesús cura la oreja del soldado (Lc 22,51).
- Consuela a las mujeres de Jerusalén (Lc 23,28).
- Promete el Paraíso al ladrón (Lc 23,43).
Hoy, en una cultura que ignora a los frágiles, Cristo nos desafía: el dolor no nos hace menos humanos, sino más dignos. Como José y las mujeres, que preparan aromas «reposando el sábado» (Lc 23,56), aprendemos que, tras la noche, siempre llega el alba.
Conclusión: ¿Por qué Lucas escribe así?
Porque sabe que la Cruz no es el final. La serenidad de su relato es la calma de quien confía en la Resurrección. Hermanos, en un mundo que grita «¡Sálvate a ti mismo!» (Lc 23,35-39), Jesús muere diciendo «Padre, perdónalos». He aquí la Buena Noticia: el amor es más fuerte que la muerte. Y si Él transfiguró el fracaso en gloria, ¿qué no hará con nuestros dolores, si se los entregamos?
José Cristo Rey García Paredes, CMF
5 DOMINGO. TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C
¡EL DESIERTO PUEDE FLORECER!
Hoy la Iglesia se debe preguntar: ¿Se puede comenzar de nuevo? Las tres lecturas de este domingo nos invitan a ello. “Olvidar las cosas del pasado”, “dejar atrás lo recorrido”,. “yo tampoco te condeno; vete y no peques más”. La liturgia de este domingo se instala en una nueva dimensión y reafirma que el pasado, pasado está. Lo importante es ¡lo que viene! La liturgia nos indica cómo nuestro Dios desea olvidar nuestro pasado: ¡borrón y cuenta nueva! En cambio, ¡qué frecuente es recordar el mal, ejercer la permanente denuncia contra quienes hicieron el mal! ¡Qué pocas personas creen en que es posible “nacer de nuevo” . Lo importante no es el arma…. sino el abrazo.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El desierto acabará… Dios abre ríos en él
- ¡Olvida lo que queda atrás y ¡corre hacia la meta!
- Desenmascara a lo que condenan… ¡Yo no condeno!
El desierto acabará… Dios abre ríos en él
Si en el pasado hubo desiertos… confía, porque Dios “abrió un camino en el mar” y puede abrir ríos en el desierto.
En este año 2025, tras la crisis de la pandemia y de las guerras locales (Ukrania y Rusia, Israel y Palestina…), podemos caer en el derrotismo. Somos Iglesia y estamos llamados a ser profetas de lo nuevo. ¿Cómo? Como el agua en el desierto: siendo signo de vida allí donde hay sequedad espiritual (individualismo, soledad existencial).
Olvida lo que queda atrás y corre hacia la meta!
En 2025, en una sociedad obsesionada con el éxito y una Iglesia tentada por el auto-ensalzamiento (esplendor de sus celebraciones, cifras de bautizados), la segunda lectura de la carta a los Filipenses es un antídoto.
En ella Pablo desprecia los «méritos» que ha conseguido en el ámbito religioso. Y confiesa que lo único que aprecia y abraza es a Cristo, como su única razón de vivir. Pablo describe la santidad -¡no como un trofeo!-, sino como una carrera: caer y levantarse, son los ojos fijos en quien nos conquistó primero. Por eso la pregunta-clave es: ¿Qué «méritos» debemos soltar para abrazar la pobreza de Cristo? No pocos se abrazan al tradicionalismo, otros a los éxitos pastorales, otros a las identidades de grupo. Otros se abrazan al Jesús que acoge a los pecadores y come con ellos. Son éstos quienes están en lo cierto.
Desenmascara a los que condenan… ¡Yo no condeno!
En el evangelio de hoy Jesús desarma a los acusadores de la mujer con un doble gesto: perdón sin ingenuidad («no peques más») y denuncia sin violencia («el que esté sin pecado…»). La Iglesia se encuentra también hoy en el 2025 -como Jesús- en la plaza pública. Y nos plantean temas éticos candentes: bioingeniería, eutanasia, migraciones masivas… ¿qué puede la Iglesia aprender de Jesús?
Conclusión: «El desierto puede florecer»
En un mundo sediento de esperanza, estos textos son la brújula. Como Isaías hemos de creer que Dios actúa hoy, no ayer. Como san Pablo hemos de soltar el lastre para correr hacia Cristo. Como Jesús seamos custodios de la alianza con manos abiertas. Seamos “arena sagrada” donde Dios pueda escribir caminos nuevos. Arena que no atrapa, sino que acoge las huellas de quienes buscan volver a casa.
José Cristo Rey García Paredes, CMF