4 DOMINGO. TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C

“DIOS NOS SORPRENDE: NUEVO COMIENZO

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Un nuevo comienzo
  • Reconciliación: no condenar sino abrazar.
  • La misericordia que desarma

Un nuevo comienzo

La primera lectura -tomada del libro de Josué- nos presenta al Pueblo de Israel dejando atrás el desierto, el alimento del maná, los 40 años de camino por el desierto. Ahora el pueblo tiene la Tierra que Dios le prometió. E inicia un “nuevo comienzo”. Hoy, en la Iglesia vivimos un tiempo de transición: sinodalidad, reformas, desafíos pastorales. Como el pueblo de Israel tenemos que madurar y superar divisiones, clericalismos, rigideces. La enfermedad y recuperación del Papa Francisco nos recuerdan que la fragilidad no es obstáculo, sino espacio para confiar en Dios, que nos guía a tierras nuevas.

Reconciliación: no condenar, sino abrazar

La lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios nos dice que “en Cristo somos «nueva creación» y que nuestra vocación es ser «ministros de la reconciliación». En un mundo fracturado por guerras, desigualdades y polarizaciones, la Iglesia debe ser puente, no muro. El pontificado de Francisco insiste en esto: una Iglesia en salida, que sana heridas (cf. Amoris Laetitia, encuentros interreligiosos, atención a migrantes). La reconciliación exige valentía para pedir perdón (como el hijo pródigo) y para ofrecerlo (como el padre). En un tiempo de críticas internas y divisiones, esta lectura de san Pablo nos desafía para que reconozcamos nuestra vocación profética: no condenar, sino abrazar; no excluir, sino integrar.

La misericordia que des-arma

Si algún texto pudiera denominarse “corazón del Evangelio” la parábola del hijo pródigo ganaría el premio: Dios es Padre que corre al encuentro, restaura dignidades y celebra la vida: ¡corre, restaura y celebra!

Jesús relata la parábola -¡y esto es muy importante!- ante fariseos que murmuran por su cercanía a los pecadores. Hoy, algunos cuestionan el estilo pastoral de Francisco, acusándolo de «laxismo», mientras él insiste en que la misericordia no es herejía, sino revolución. La Iglesia no puede ser como el hijo mayor, resentido ante la gracia concedida a otros. El Papa, en su fragilidad física, nos enseña que la auténtica fuerza está en la ternura: visitar cárceles, lavar pies, escuchar a los descartados. La enfermedad del Pontífice es también símbolo: la Iglesia debe sanar de autorreferencialidad para abrazar su vocación de «hospital de campaña».

Conclusión

El mensaje de este domingo debe interpelarnos. Estamos en “tierra nueva” -como Israel en la tierra prometida: es hora de cosechar lo sembrado con paciencia a lo largo de estos últimos años. Como Pablo, somos embajadores de un Reino que no se construye con poder, sino con servicio. Como el padre de la parábola, estamos llamados a ser signos de un amor que no calcula. La convalecencia del Papa Francisco es un llamado a confiar: ni las estructuras ni los líderes salvan, sino Cristo, que renueva todo (Ap 21,5). Que esta etapa invite a la Iglesia a caminar con humildad, audacia y compasión, sabiendo que, incluso en la debilidad, Dios hace «nuevas todas las cosas».

José Cristo Rey García Paredes, CMF

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