Autor: cormariaferraz
4 DOMINGO. TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C
“DIOS NOS SORPRENDE: NUEVO COMIENZO
Quizá hoy, más que nunca, sintamos la desconexión entre las diversas generaciones: falta diálogo, hay crisis de esperanza; hijos pródigos abandonan el hogar; otros… tal vez vuelven. Hay situaciones donde la fragilidad -como la del papa Francisco- se convierten en testimonio. Las lecturas de este domingo nos inspiran.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Un nuevo comienzo
- Reconciliación: no condenar sino abrazar.
- La misericordia que desarma
Un nuevo comienzo
La primera lectura -tomada del libro de Josué- nos presenta al Pueblo de Israel dejando atrás el desierto, el alimento del maná, los 40 años de camino por el desierto. Ahora el pueblo tiene la Tierra que Dios le prometió. E inicia un “nuevo comienzo”. Hoy, en la Iglesia vivimos un tiempo de transición: sinodalidad, reformas, desafíos pastorales. Como el pueblo de Israel tenemos que madurar y superar divisiones, clericalismos, rigideces. La enfermedad y recuperación del Papa Francisco nos recuerdan que la fragilidad no es obstáculo, sino espacio para confiar en Dios, que nos guía a tierras nuevas.
Reconciliación: no condenar, sino abrazar
La lectura de la segunda carta de san Pablo a los Corintios nos dice que “en Cristo somos «nueva creación» y que nuestra vocación es ser «ministros de la reconciliación». En un mundo fracturado por guerras, desigualdades y polarizaciones, la Iglesia debe ser puente, no muro. El pontificado de Francisco insiste en esto: una Iglesia en salida, que sana heridas (cf. Amoris Laetitia, encuentros interreligiosos, atención a migrantes). La reconciliación exige valentía para pedir perdón (como el hijo pródigo) y para ofrecerlo (como el padre). En un tiempo de críticas internas y divisiones, esta lectura de san Pablo nos desafía para que reconozcamos nuestra vocación profética: no condenar, sino abrazar; no excluir, sino integrar.
La misericordia que des-arma
Si algún texto pudiera denominarse “corazón del Evangelio” la parábola del hijo pródigo ganaría el premio: Dios es Padre que corre al encuentro, restaura dignidades y celebra la vida: ¡corre, restaura y celebra!
Jesús relata la parábola -¡y esto es muy importante!- ante fariseos que murmuran por su cercanía a los pecadores. Hoy, algunos cuestionan el estilo pastoral de Francisco, acusándolo de «laxismo», mientras él insiste en que la misericordia no es herejía, sino revolución. La Iglesia no puede ser como el hijo mayor, resentido ante la gracia concedida a otros. El Papa, en su fragilidad física, nos enseña que la auténtica fuerza está en la ternura: visitar cárceles, lavar pies, escuchar a los descartados. La enfermedad del Pontífice es también símbolo: la Iglesia debe sanar de autorreferencialidad para abrazar su vocación de «hospital de campaña».
Conclusión
El mensaje de este domingo debe interpelarnos. Estamos en “tierra nueva” -como Israel en la tierra prometida: es hora de cosechar lo sembrado con paciencia a lo largo de estos últimos años. Como Pablo, somos embajadores de un Reino que no se construye con poder, sino con servicio. Como el padre de la parábola, estamos llamados a ser signos de un amor que no calcula. La convalecencia del Papa Francisco es un llamado a confiar: ni las estructuras ni los líderes salvan, sino Cristo, que renueva todo (Ap 21,5). Que esta etapa invite a la Iglesia a caminar con humildad, audacia y compasión, sabiendo que, incluso en la debilidad, Dios hace «nuevas todas las cosas».
José Cristo Rey García Paredes, CMF
3 DOMINGO. TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C
DIOS QUE LIBERA – ÍDOLOS QUE DECEPCIONAN
Las tres lecturas de este domingo tercero de Cuaresma, extraídas del libro del Éxodo, de la primera carta a los Corintios y del Evangelio de Lucas nos transmiten un mensaje liberador e interpelante: nos piden que reflexionemos sobre la inquebrantable misericordia de Dios y sobre la urgencia de un cambio serio en nuestra vida.
- El Dios que ve, escucha y libera
- ¡Yo soy el que seré! ¡Los ídolos… nada y vacío!
- Si no os arrepentís, ¡pereceréis!
1. El Dios que ve, escucha y libera
Moisés se introdujo en el desierto y allí Dios le esperaba… y se le manifestó en una zarza ardiente e incombustible. Quien se le reveló era Dios. Y Dios, profundamente afectado por los sufrimientos de su pueblo: “He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus opresores”. Moisés le pregunta por su nombre. Y Él responde: “Yo soy el que soy”, o tal vez mejor traducción, “yo soy el que seré”. Dios no se define como un sustantivo, sino como un verbo, lleno de dinamismo y de energía futura. A Dios se le conoce no por su nombre, sino por su actividad liberadora
2. ¡Yo soy el que seré! ¡Los ídolos… nada y vacío!
San Pablo “actualiza” aquel texto arcaico y lo aplica a la comunidad cristiana de Corinto y también hoy a nosotros: “Estas cosas les sucedieron como ejemplos, y fueron escritas para amonestarnos a nosotros”. Y seguidamente Pablo nos dice que también nosotros podemos caer hoy en la idolatría, la inmoralidad sexual y las quejas contra Dios. Hay personas para quienes el domingo es el día del futbol -su ídolo-, pero no el día del Señor -su dios verdadero-. Acuden al ídolo. Se excluyen del encuentro con el Dios verdadero. Hay personas para quienes el sexo es su dios, pero no el Amor liberador de Dios: prefieren la esclavitud de Egipto a la liberación de Aquel que les ofreció la libertad.
3. Si no os arrepentís… ¡pereceréis!
La respuesta de Jesús a dos tragedias que sucedieron en su tiempo enfatiza en la necesidad inmediata del arrepentimiento: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Arrepentirse no significa que volvamos a los rituales religiosos, sin más, sino a que emprendamos un cambio radical en nuestros corazones y vidas; una llamada a reemprender el camino de Dios y abandonar el seguimiento de los ídolos.
Conclusión
¿Estamos escuchando la llamada de Dios, como Moisés? ¿Estamos dispuestos a arrepentirnos de todo aquello que nos desvía del proyecto liberador de Dios sobre nosotros?
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 2. TIEMPO DE CUARESMA. CICLO C
CIUDADANOS… ¿DE DÓNDE?
Cuando nos relacionamos con Dios y vivimos en Alianza con Él, se produce en nosotros un cambio de ciudadanía. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso, somos “ciudadanos del cielo”. Aunque parezca extraño, esta convicción nos ofrece unas claves políticas que frecuentemente olvidamos.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Nuestro pacto con Dios
- ¿Cuál es nuestra ciudadanía?
- La ciudadanía del Jesús transfigurado.
Nuestro pacto con Dios
Dios estableció un pacto con Abraham. Judíos, musulmanes y cristianos reconocemos a Abraham como nuestro padre en la Fe y, por lo tanto, unos a otros como “hermanos”. Todos los hijos de Abraham estamos ligados por el mismo Pacto. ¿Confiamos en que Dios sigue siendo fiel al pacto y cumplirá su promesa también “hoy”, con nosotros?
¿Cuál es nuestra ciudadanía?
Decía Schelling el filósofo idealista que “todo el cosmos extenso en el espacio no es otra cosa que la expansión del corazón de Dios”. Se dice que en algunas partes del cuerpo está representado todo el cuerpo: ¡la reflexoterapia! También se dice que en el cuerpo humano está representado todo el cosmos: “en los ojos se encuentra el fuego; en la lengua, que forma el habla, el aire; en las manos que tienen en propiedad el tacto, la tierra; y el agua en las partes genitales” (Bernardo de Claraval).
En su tratado “Del Alma” Aristóteles sólo habla del cuerpo. ¿No parece extraño en el filósofo de la lógica? ¡Ésa es precisamente su gran intuición! El cuerpo es “lo abierto”, lo “no-cerrado” en sí mismo; el cuerpo no es prisión, sino camino de éxodo, extensión que parece ser casi infinita… ¡alma! también. El alma es el cuerpo en su misteriosa apertura. El cuerpo es el alma en su concreto inicio de expansión.
San Pablo nos recuerda que ¡somos ciudadanos del cielo! Aquí en la tierra todavía somos nómadas, peregrinos. En este año jubilar nos definimos como ”peregrinos de la esperanza”, porque aquí no tenemos ciudadanía permanente.
La ciudadanía del Jesús transfigurado
El Cuerpo de Jesús entró en el silencio, en la oración contemplativa. Transfigurado, mostró su apertura al infinito. Antes de que en Jerusalén, en la última Cena, Jesús dijera “Hoc est enim Corpus meum”, los discípulos contemplaron la Gloria de su Cuerpo. Ellos quedaron estupefactos. No entendían. No sabían lo que decían. Pero allí contemplaron el Cuerpo resucitado. No se trataba únicamente de la individualidad de Jesús. Su cuerpo “abierto” sería más tarde el Cuerpo “eclesial”, el Cuerpo “eucarístico”; la resurrección individual de su Cuerpo formaría parte de la Resurrección de los Cuerpos.
El relato de la Transfiguración de Jesús en el Tabor nos ha anticipado la imagen de la ciudadanía del cielo: Dios Padre, Jesús revestido de blancura divina y Belleza, el Espíritu nube luminosa, Moisés y Elías como representantes del nuevo Pueblo de Dios. Y tras esa experiencia, Pedro exclamó: ¡Maestro, qué bueno es que estemos aquí! Y quiso iniciar así la nueva ciudadanía. Pero llegó la nube y todo concluyó: Jesús sólo. Ellos guardaron silencio.
Conclusión
No celebramos en este segundo domingo de Cuaresma la mortificación, la maceración del cuerpo, sino su transfiguración. Es también la fiesta del Corpus Christi, pero esta vez del Corpus transfigurado, glorificado.
Formar parte de la Iglesia es formar parte del Cuerpo de Cristo. Somos sus miembros. ¡Que seamos sus miembros transfigurados!
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 1. CUARESMA. CICLO C
DESIERTO, FRAGILIDAD Y GRACIA

El evangelista Lucas nos interpela en este domingo primero de cuaresma: ¿Buscamos lo sagrado para llenar nuestros vacíos o para servir? ¿Conocemos el arte de caminar espiritualmente descalzos?
Dividiré esta homilía en tres partes:
- Enfrentarse al vacío, al desierto, a nuestra vulnerabilidad.
- Lo que Jesús rechazó, después le fue concedido
- ¡Entremos en el desierto!
Enfrentarse al vacío, al desierto, a nuestra vulnerabilidad
El evangelio de Lucas nos propone la escena del desierto, donde Jesús enfrenta el vacío y al mal espíritu, pero «lleno del Espíritu Santo» (Lc 4,1). Es importante esta frase: “lleno del Espíritu Santo”.
El evangelista Marcos presenta a Jesús tentado por el Maligno, sin especificar cuáles fueron las tentaciones. El evangelista Mateo estructura las tentaciones como un desafío ascendente: hambre (convertir las piedras en pan), milagro (arrojarse desde el pináculo del Templo) y poder (la posibilidad de obtener todos los reinos de la tierra),
El evangelista Lucas invierte, invierte sin embargo el orden: hambre, poder y milagro: el milagro sería saltar desde el pináculo del templo y esperar que los ángeles lo recogieran, porque además está escrito en uno de los salmos. Ésta era la tentación de la religiosidad espectacular: usar a Dios para ser admirado.
En el desierto, Jesús está hambriento, es vulnerable. El Tentador le ofrece soluciones inmediatas: pan(seguridad material), reinos (poder político), ángeles (manipulación de lo divino). Pero esa no es la identidad de Jesús.
Lo que Jesús rechazó… después le fue concedido
Él no fue el mesías poderoso y rico, sino el hijo de Dios que «escucha el clamor del pobre». ¡El desierto no era para Jesús un lugar maldito, sino un lugar de encuentro con Dios!
Jesús no buscó atajos: lo que el Maligno le ofrecía, acontecería en otro momento y de otra forma: un día multiplicó los panes y los peces para una muchedumbre hambrienta.
Otro día no buscó un milagro espectacular, sino que se dejó clavar en una cruz como un malhechor; finalmente, tras la mayor kénosis, Dios le concedió que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame que Jesús es Señor.
Jesús -lleno del Espíritu- al no ceder a las tentaciones no suprimió lo humano, pero sí lo transfiguró. Ayunó 40 días para escuchar la Palabra de Dios: «No solo de pan vive el hombre». Así, quien sigue a Cristo no evita el desierto, pero lo atraviesa con la certeza de que «el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26). La libertad no es ausencia de lucha, sino confianza en que, incluso en la caída, somos «más que vencedores» (Rm 8,37).
¡Entremos en el desierto!
El desierto nos despoja. Estamos llamados a caminar con los pies en la tierra y el corazón en la promesa de Dios. Las tentaciones de Jesús revelan que lo divino se esconde en la fragilidad: no en el pan que se acumula, ni en los reinos que oprimen, ni en los milagros que deslumbran, sino en el silencio que confía. Hoy, el Espíritu nos invita a un éxodo interior: dejar de temer nuestra humanidad para convertir el desierto – como Jesús- en cuna de resurrección.
Conclusión
¿Qué piedras queremos convertir en pan? ¿Qué reinos idolatramos? ¿Qué precipicios nos seducen? La respuesta no está en nuestra fuerza, sino en la memoria de un Dios que, en el desierto, susurra: «Yo soy tu refugio».
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 8º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
CONSEJOS DE LA SABIDURÍA
En este domingo, antes de iniciar la Cuaresma, la Sabiduría de Dios se nos acerca para aconsejarnos. Llama la atención cómo en pocas palabras e imágenes se nos puede decir tanto…
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El mucho hablar, ¿qué desvela?
- ¡Corrupción!
- Dichos de Sabiduría
El mucho hablar ¿qué desvela?
La primera lectura del libro del Eclesiástico nos advierte que no nos dejemos impresionar por las personas que encontramos: ¡no las elogiemos antes de que hablen! Y para conocerlas adecuadamente se nos proponen tres símbolos: la criba, el horno y el fruto.
La criba: cuando una persona habla, se descubren sus defectos, porque “en el mucho hablar, nunca faltará pecado”.
El horno: porque, así como el fuego prueba la solidez de las vasijas, así también se reconoce a cada persona por su conversación. ¡Cuidado con nuestras conversaciones… porque en el mucho hablar no faltará pecado!
Y el fruto: “por sus frutos los conoceréis”, nos dijo Jesús.
“Discernir” es propio de sabios. Someter todo lo que nos acontece a prueba es inteligente. La masa se deja guiar por las impresiones primeras. La mujer sabia, el hombre sabio nunca se precipita: examina, prueba, espera… contempla.
¡Corrupción!
En la segunda lectura aparece la palabra “corrupción”. Escuchamos a nuestros políticos denunciar muy frecuentemente la “corrupción” de los demás. Hay corrupción allá donde se descubre en el cuerpo social algo que se degrada, es mal oliente, antiestético, pernicioso. Procesos de corrupción se dan a muchos niveles: en la naturaleza, en nuestro cuerpo, en los grupos y comunidades, en la sociedad en cuanto tal. Quizá haya que decir que todo lo mortal llegará en un momento u otro a la descomposición, a la corrupción.

Nuestra reacción inteligente ante lo corrupto suele ser amputarlo, aislarlo, expulsarlo. Y está bien, porque al menos no contamina ni se extiende. Lo peor es cuando la corrupción se extiende, crece y se apodera de todo. San Pablo nos abre una ventana a la esperanza: “cuando esto corruptible se vista de incorrupción”… Llegará un momento en que la vida triunfe sobre la muerte, la incorrupción sobre la corruptibilidad. Jesús fue el primero que venció la corrupción y a los corruptos. En la comunidad de Jesús hemos de ser intransigentes con la corrupción.
¡Dichos de Sabiduría!
“El evangelio de san Lucas muestra a Jesús como un sabio consejero. Advierte sobre los ‘guías ciegos’, líderes que atraen seguidores pero no pueden ver ni guiar correctamente. Estos guías y sus seguidores rara vez reconocen su ceguera. Jesús también cuestiona la arrogancia de quienes pretenden superar al maestro, sugiriendo que algunos podrían incluso traicionarlo por ambición.
La metáfora de la mota y la viga subraya la importancia de la autocrítica: es fácil ver los defectos ajenos mientras se ignoran los propios, especialmente entre quienes se creen superiores o infalibles. Jesús pide humildad y autoconciencia.
Finalmente, Jesús enseña que los frutos revelan la verdadera naturaleza de las acciones y las personas. Debemos ser pacientes y no juzgar prematuramente, ya que a veces condenamos a quienes luego dan buenos frutos y alabamos a quienes resultan dañinos.”
Conclusión
Necesitamos “consejos” para caminar sabiamente en la vida. ¡Cuántas gracias debemos dar a Dios Padre por habernos concedido a Jesús y al Espíritu Santo como “nuestros Consejeros”.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 7. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
LA MAGIA SECRETA DEL PERDÓN
Hay en los textos bíblicos de hoy un hilo conductor: desde el relato de 1 Samuel hasta las enseñanzas de san Lucas, pasando por la compasión del Salmo 102 y la llamada a la transformación en 1 Corintios, se nos explica la magia del perdón, que nos transforma.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- David pudo matarlo… pero Dios lo sedujo.
- De la vieja forma a la trans-formación.
- ¿Es posible amar a los enemigos?
David pudo matarlo… pero Dios lo sedujo
La historia de David y Saúl en 1 Samuel nos muestra el poder del perdón y la misericordia. David tuvo la oportunidad de matar a Saúl, su perseguidor, pero eligió perdonarlo. Este acto de misericordia no solo evitó un derramamiento de sangre, sino que también subrayó la confianza ciega en la justicia de Dios. Practiquemos el perdón, liberémonos de rencores. Confiemos en la justicia de Dios. Ella prevalecerá.
Y así lo canta el Salmo 102. Podría definirse como “bálsamo para la persona afligida. En primer lugar, nos recuerda que el Señor es compasivo y misericordioso. Y si estamos ciertos de ello, también nosotros querremos ser compasivos y misericordiosos. Surgirá en nosotros la empatía, la bondad. Crearemos un entorno protector. Nos quitaremos un peso de encima.
De la vieja forma a la trans-formación
Pensamos, a veces, que el más fuerte es aquel que puede vengarse y hacer pagar al enemigo todo lo que merece.
Sin embargo, san Pablo nos invita en 1 Corintios 5 a adoptar una nueva forma de ser, renunciar a la vieja forma de ser, que hemos heredado de una historia de maldad.
La nueva forma de ser es la vida en el Espíritu, que nos identifica con el Nuevo Adán, que fue y es Jesús. Él murió perdonando. El viejo Adán nos deforma. El nuevo Adán nos transforma. Donde hay perdón, allí hay belleza, emerge el nuevo Ser.
¿Es posible amar a los enemigos?
Los enemigos son siempre enemigos: así lo entendemos en nuestra sociedad. Hay cristianos que “odian” a sus enemigos y los tienen siempre presentes. La estupidez del odio consiste en no olvidar nunca al enemigo para poder denigrarlo, hablar mal de él, estar constantemente expulsándolo de nuestra vida y nunca hacerlo de forma definitiva.
Jesús nos plantea en el Evangelio lo que parece imposible: ¡Amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y orar por quienes nos calumnian! ¡Vaya programa tan alternativo! Pero en eso consiste el amor cristiano: hasta en buscar el bien de aquellos que nos hacen daño. Ser desinteresado y generoso es el poder que se nos concede para transformar las relaciones y a su vez, colaborar, en la transformación del mundo.
Conclusión
Quien perdona
- Alivia el peso de su resentimiento: se libera de las cargas emocionales que nos impiden avanzar.
- Encuentra paz y esperanza porque confía en la compasión de Dios y Dios nos fortalece.
- Fomentar relaciones saludables y amorosas. Amar sin condiciones, enriquece nuestras relaciones y construye comunidades y familias fuertes.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 6. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
¿EN QUIÉN PONEMOS NUESTRA CONFIANZA?
El mensaje de este domingo nos habla de la confianza. Bien sabemos lo importante que es ser personas confiadas y confiables. A ello se refieren las tres lecturas que acaban de ser proclamadas: del profeta Jeremías, de san Pablo y del evangelio de san Lucas.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- La confianza y sus peligros
- La esperanza en la resurrección
- Las bienaventuranzas de Jesús
La confianza y sus peligros
La fascinación por el poder político, económico, cultural o incluso religioso puede llevar a un cierto “ateísmo práctico” que nos aleja de poner nuestra confianza en Dios
Depositar todo nuestro amor y esperanza en otra persona (amigo, familiar, pareja) puede llevarnos a la mayor desilusión, al mayor sufrimiento
El profeta Jeremías, en la primera lectura, nos advierte contra la confianza en las fuerzas humanas desligadas de Dios: esto conduce a la aridez y al vacío existencial. Y así comienza su texto: “Maldito quien confía en el hombre”.
La verdadera confianza, según las lecturas, debe estar puesta en Dios, quien es la fuente de fuerza, verdad y amor. “Bendito quien confía en el Señor y pone en Él toda su confianza”. Hay tantas personas que vienen al templo para orar, suplicar… para depositar en Dios, en Jesús, en María toda su confianza.
La esperanza en la resurrección
En la segunda lectura nos habla san Pablo de una confianza tal, que supera los límites de nuestra vida. Se trata de la confianza de ser resucitados por Jesús y reconocer que nuestra vida no se acaba, ¡se transforma! La idea del “mundo de la Resurrección” puede ser difícil de concebir, pero se basa en la fe en un amor eterno e inquebrantable que vence a la muerte.
Las bienaventuranzas de Jesús
El evangelista san Lucas nos presenta -en el Evangelio- una versión reducida de las bienaventuranzas de Jesús: Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los afligidos y los perseguidos. A todos ellos Jesús les asegura que el sufrimiento que padecerán no es definitivo.
Las palabras de Jesús son transformadoras, llamando a la esperanza activa en el Reino de Dios presente y futuro.
Por el contrario, se lamenta por los ricos y saciados, cuyo bienestar temporal los aleja de la verdadera confianza en Dios.
Conclusión
La liturgia de este domingo nos exhorta a vivir una fe confiada y alegre, centrada en Dios y su Reino. La confianza excesiva en el poder o en el dinero nos llevará al fracaso y a la decepción. La fe en nuestro Dios, en cambio, nos asegura la vida y el destino… porque “el Señor protege el camino de los justos… pero el camino de los impíos acaba mal”.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 5º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
HACIA UN CRISTIANISMO VOCACIONAL
Somos más importantes de lo que creemos. Cada uno de nosotros puede y debe escuchar la llamada de Dios, como centro de su vida. Sin vocación nuestra vida está des-centrada. Y sin no respondemos a nuestra vocación, nuestra vida será un fracaso. Las lecturas de este domingo quinto del tiempo ordinario nos invitan a reflexionar sobre ello
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El encuentro transformador con el Misterio
- La necesidad de un cristianismo vocacional
- La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad
El encuentro transformador con el Misterio
La vocación auténtica es mucho más que una simple inclinación personal. Es un encuentro profundo y transformador con el Misterio divino. Lo hemos escuchado en la primera lectura del profeta Isaías.
Cuando Dios nos llama, nuestros ojos se abren, nuestros pasos encuentran dirección y nos sentimos envueltos en Su santidad. Este encuentro produce un “pasmo” – una mezcla de asombro, indignidad y alegría inmensa. Así le ocurrió al profeta que respondió a Dios con estas palabras: “Aquí estoy, envíame”
La necesidad de un cristianismo vocacional
En nuestro mundo actual, necesitamos más que nunca un “cristianismo vocacional”. Ser cristiano por vocación implica vivir desde la gratitud permanente, reconociendo nuestra indignidad y el inmenso privilegio de ser llamados por Dios. Este tipo de cristianismo nos aleja de la arrogancia y nos acerca a la humildad y al servicio.
La vocación profética, como la de Isaías o Pablo, demuestra cómo Dios interviene directamente en la historia humana. Estos llamados nos revelan la grandeza y el dramatismo de la vocación, donde Dios transforma a personas imperfectas en sus instrumentos.
Fijáos como en la segunda lectura de la primera carta a los Corintios san Pablo se atreve a decir: “Yo soy el menor de los apóstoles; no soy digno de ser llamado apóstol… e incluso se compara con un aborto. Su vocación consistió en un encuentro con Jesucristo resucitado
También a nosotros Jesús se nos manifiesta en la normalidad de la vida diaria o en momentos extraordinarios. Este encuentro no es casualidad, sino parte del plan divino.
La obediencia nos lleva a nuestra auténtica identidad
En el evangelio se nos narra la historia de la pesca milagrosa. En ella se demuestra la importancia de obedecer a la Palabra de Dios que nos llama e interpela. Gracias a su obediencia, Pedro contempló el milagro y se convirtió en “pescador de hombres”. Así le dijo a Jesús: “Maestro, hemos estado toda la noche bregando y no hemos recogido nada… Pero, por tu palabra echaré las redes. La obediencia a la palabra que nos llama nos llevará a nuestra verdadera identidad.
Conclusión
Estemos atentos a las llamadas de Dios en nuestras vidas. No solo una vez… muchas veces resonará su voz. No temamos sentirnos indignos. Es precisamente en nuestra debilidad donde Dios manifiesta su fuerza. Recordemos las palabras de María: “Haced lo que Él os diga”. En la obediencia a Jesús y en la docilidad al Espíritu Santo encontraremos la belleza y la energía de nuestra vocación.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
DOMINGO 4º. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
LA VISITA DEL MESÍAS: SACERDOTES Y LAICOS
Este domingo 4 del año litúrgico coincide con la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo. Se trata de una fiesta importante, pero también muy sorprendente.
Dividiré esta homilía en cuatro partes:
- El Mesías visita el Templo: sueño profético
- Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron.
- Aquel Niño era el Sumo Sacerdote.
- Y nosotros… ¿con quién nos identificamos?
El Mesías visita el templo: sueño profético
Al profeta Malaquías le fue concedida la visión: aquel día entrará el Señor, el Mesías, en su templo. Y lo hará como mensajero de la alianza. Esta entrada del Señor traerá consigo purificación y juicio, simbolizados por el fuego del fundidor que refina metales preciosos. Esto quiere decir que analizará y examinará la fidelidad del pueblo a la Alianza que Dios estableció con el pueblo de Israel en el Sinaí. En el tema de nuestra Alianza con Dios no podemos andar con medias tintas: o eres fiel o eres infiel.
El profeta Malaquías tuvo la visión de que el Señor, el Mesías, entraría en su templo como mensajero de la alianza, trayendo purificación y juicio. Esta entrada simboliza la refinación y el examen de la fidelidad del pueblo a la Alianza de Dios con Israel. En nuestra Alianza con Dios, no podemos ser mediocres: o somos fieles o infieles.
El salmo 23 nos ratifica que quien entra en el templo es el “Rey de la gloria”, el Señor fuerte y poderoso.
Vino al Templo… y los suyos no lo recibieron
Los sumos sacerdotes del templo le habían transmitido a lo magos dónde el Mesías tenía que nacer: ¡en Belén de Juda!, pues así estaba escrito. También estaba escrito qué ocurriría al entrar el Mesías en el templo -como hemos visto en la lectura del profeta Malaquías. En esta ocasión los sacerdotes no advirtieron nada, no acogieron como se merecía al Mesías-Niño. Los trataron como a una familia de pobres, que ofrecieron lo mínimo establecido.
Hubo, sin embargo, dos personas que, movidas por el Espíritu intuyeron y reconocieron el misterio que aquella pareja María y José, y aquel Niño encerraban: el laico Simeón y Ana, la anciana servidora del Templo. Simeón reconoció quién era Jesús y quién era su madre y profetizó el destino del niño y lo que le sucedería a la madre. Ana -absorta- alabó a Dios.
Aquel Niño… era el Sumo Sacerdote
La segunda lectura nos permite penetrar más en el misterio. Está tomada de la carta a los Hebreos. Nos presenta a Jesús, no ya entrando en el Templo, sino entrando en este mundo para cumplir la voluntad de Dios Padre. Más todavía: nos presenta a Jesús como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso y semejante en todo a nosotros -ya desde su entrada en nuestro mundo- como el auténtico Sumo Sacerdote, misericordioso, que entiende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.
Y esta es la identidad de aquel que llegó al templo y no fue acogido por los sacerdotes: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”.
Conclusión: Y ¿nosotros? ¿Con quién nos identificamos?
Hoy en día, se puede estar en el Templo donde Jesús es central y permanecer distraído o ausente, sin recibirlo. Sin embargo, también hay quienes, como Simeón y Ana, lo reciben plenamente y comprenden quién es el centro del Templo y de la Iglesia. Jesús, en su papel de Sumo Sacerdote misericordioso, comprende nuestras debilidades y nos acompaña en nuestras luchas.
José Cristo Rey García ParEdes, CMF