UN ASNO QUE ESTORBA
Entra Jesús en la ciudad, sobre un asno:
– rechazando todo triunfalismo,
– rechazando imponerse, o aprovecharse de tantos que le apoyan y aclaman
– rechazando cualquier tipo de violencia, llega «en son de paz»
– rechazando las expectativas de la gente, que aguardan un Mesías Libertador.
Dios no llega como quisiéramos, como nos gustaría que llegara…
No es un político populista, que se aproveche del desencanto de las gentes.
Por eso, este asno que ha elegido Jesús ciertamente nos estorba
ya que nos obliga a renunciar a nuestros sueños de grandeza, de triunfo,
de ser muchos y con influencia para alcanzar nuestros nobles objetivos…
Y en cambio, optar por el trabajo sencillo, humilde y tenaz, entre gente sin poder…
Optar por la Palabra que construye, por la cercanía a los que sufren, por sanar,
por la transformación de los corazones, por integrar a los descartados… aunque esto sea fatigoso y de lentos resultados;
nos obliga a bajar la guardia, renunciando a nuestras armas y escudos,
para acogerle con paz, con nuestros mantos, con nuestros cantos,
con nuestras gritos de esperanza,
reconociendo que necesitamos la presencia de Dios entre nosotros,
y atentos cuando se presente de manera tan desconcertante,
acogiéndolo y aclamándole con la alegría de los niños.
Pero siempre corremos el peligro de que el espectáculo exterior, las aclamaciones, la procesión, los cantos, las liturgias…. tengan poco que ver con lo que «pasa» por dentro. Toda aquella gente que ha acudido a la procesión con sus palabras y ramos de olivo, que le recibe, le aclama, le aplaude… ¿dónde está los días siguientes? ¿De qué modo han sintonizado con él, se han identificado con él, se han puestos a su disposición? Según terminaron con su desfile, se marcharon a casa como si no hubiera pasado nada. Decían que estaban con el Mesías, que confiaban en él… pero no se han quedado con él. Por dentro no parece que haya cambiado nada. Como si lo esperaran todo de Dios… pero sin poner nada de su parte.
Por eso, la lectura de la Pasión (según San Lucas) y la Primera Lectura nos ponen sobre aviso.
Este hombre que se despojó de su grandeza,
que se presentó (se presenta) como un esclavo,
que soporta escupitajos, latigazos, insultos y desprecios,
que quedó sin túnica, HOMBRE DESNUDO,
sin títulos,
sin multitudes alrededor,
nos deja a nosotros al desnudo, con nuestra verdad al aire.
Cuando él realmente se presenta como es —y no es fácil reconocerlo— habrá quienes:
– Como la gente, podremos cruzarnos de brazos y marcharnos a nuestras cosas y cambiar de opinión en un sólo día, del «hijo de David» al «crucíficalo».
– Como los sumos sacerdotes, podremos acusarle de muchas cosas:
+ de descolocar nuestras ideas y expectativas sobre Dios
+ de poner en evidencia hipocresía de nuestra religiosidad y culto
+ de protestar y quejarnos porque no resuelve nuestros problemas: ¿Dónde estás cuando estalla una guerra que no queremos? ¿Dónde estás cuando la enfermedad agarra a los nuestros? ¿dónde estás cuando no sabemos qué elegir en nuestra vida? ¿Por qué nos haces sentir mal cuando nuestros estilos, planes, y opciones… no están de acuerdo, no se parecen a los tuyos?
– Como Pilatos, tendríamos muchísimas preguntas que hacerle, pero ningún interés por sus respuestas, si pretendemos defender nuestros «tronos», si suponen reconocer que tenemos otros señores a los que servimos, si podríamos « perder » algo… si preferimos lavarnos las manos en vez de mojarnos por defender la justicia y la verdad.
– Como Simón de Cirene, se muestren dispuestos a ayudarle con sus cruces, aunque la iniciativa no haya sido nuestra, y a lo mejor lo hagamos con desgana
– Como Pedro, puede ser puesto a prueba nuestro testimonio público y hacer que se tambaleen nuestra autosuficiencia y chulería.
– Podemos burlarnos de él: ¿Quién necesita un rey como ése? Demuéstranos quién eres, cuál es tu poder, danos buenas razones para ponernos de tu parte frente a los tiranos de siempre.
– Podemos también permanecer orando con él en la noche de la fe («orad para no caer en la tentación»), o quedarnos dormidos primero, y salir huyendo después.
– Podemos aceptar su Pan y su Copa, permitir que nos lave los pies… o negarnos, venderle, marcharnos
En fin, ya se irá viendo dónde y cómo se coloca cada uno en la celebración de esta Semana Santa. Porque el Evangelio es Palabra Viva hoy, no es un simple «recuerdo» de lo que ocurrió entonces… sino de lo que hoy sigue ocurriendo entre nosotros. La historia se repite y cada cual elegiremos uno o más «papeles» para asistir a la Pasión del Cristo de HOY.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf