Domingo de Ramos Ciclo b (10 Abril ’22)

UN ASNO QUE ESTORBA


 

Entra Jesús en la ciudad, sobre un asno: 

– rechazando todo triunfalismo, 
– rechazando imponerse, o aprovecharse de tantos que le apoyan y aclaman 
– rechazando cualquier tipo de violencia, llega «en son de paz» 
– rechazando las expectativas de la gente, que aguardan un Mesías Libertador.

Dios no llega como quisiéramos, como nos gustaría que llegara… 
No es un político populista, que se aproveche del desencanto de las gentes.
Por eso, este asno que ha elegido Jesús ciertamente nos estorba 
             ya que nos obliga a renunciar a nuestros sueños de grandeza, de triunfo,
             de ser muchos y con influencia para alcanzar nuestros nobles objetivos…
Y en cambio, optar por el trabajo sencillo, humilde y tenaz, entre gente sin poder…
Optar por la Palabra que construye, por la cercanía a los que sufren, por sanar,
                 por la transformación de los corazones, por integrar a los descartados… aunque esto sea fatigoso y de lentos resultados;
                 nos obliga a bajar la guardia, renunciando a nuestras armas y escudos,
                 para acogerle con paz, con nuestros mantos, con nuestros cantos, 
                 con nuestras gritos de esperanza,
                 reconociendo que necesitamos la presencia de Dios entre nosotros,
y atentos cuando se presente de manera tan desconcertante, 
acogiéndolo y aclamándole con la alegría de los niños.

               Pero siempre corremos el peligro de que el espectáculo exterior, las aclamaciones, la procesión, los cantos, las liturgias…. tengan poco que ver con lo que «pasa» por dentro. Toda aquella gente que ha acudido a la procesión con sus palabras y ramos de olivo, que le recibe, le aclama, le aplaude… ¿dónde está los días siguientes? ¿De qué modo han sintonizado con él, se han identificado con él, se han puestos a su disposición? Según terminaron con su desfile, se marcharon a casa como si no hubiera pasado nada. Decían que estaban con el Mesías, que confiaban en él… pero no se han quedado con él. Por dentro no parece que haya cambiado nada. Como si lo esperaran todo de Dios… pero sin poner nada de su parte. 

Por eso, la lectura de la Pasión (según San Lucas) y la Primera Lectura nos ponen sobre aviso.

            Este hombre que se despojó de su grandeza, 
            que se presentó (se presenta) como un esclavo, 
            que soporta escupitajos, latigazos, insultos y desprecios, 
            que quedó sin túnica, HOMBRE DESNUDO, 
            sin títulos,
            sin multitudes alrededor,
nos deja a nosotros al desnudo, con nuestra verdad al aire.

Cuando él realmente se presenta como es —y no es fácil reconocerlo— habrá quienes:

– Como la gente, podremos cruzarnos de brazos y marcharnos a nuestras cosas y cambiar de opinión en un sólo día, del «hijo de David» al «crucíficalo».

– Como los sumos sacerdotes, podremos acusarle de muchas cosas: 

+ de descolocar nuestras ideas y expectativas sobre Dios 
+ de poner en evidencia hipocresía de nuestra religiosidad y culto 
+ de protestar y quejarnos porque no resuelve nuestros problemas: ¿Dónde estás cuando estalla una guerra que no queremos? ¿Dónde estás cuando la enfermedad agarra a los nuestros? ¿dónde estás cuando no sabemos qué elegir en nuestra vida? ¿Por qué nos haces sentir mal cuando nuestros estilos, planes, y opciones… no están de acuerdo, no se parecen a los tuyos?

– Como Pilatos, tendríamos muchísimas preguntas que hacerle, pero ningún interés por sus respuestas, si pretendemos defender nuestros «tronos», si suponen reconocer que tenemos otros señores a los que servimos, si podríamos « perder » algo… si preferimos lavarnos las manos en vez de mojarnos por defender la justicia y la verdad.

– Como Simón de Cirene, se muestren dispuestos a ayudarle con sus cruces, aunque la iniciativa no haya sido nuestra, y a lo mejor lo hagamos con desgana

– Como Pedro, puede ser puesto a prueba nuestro testimonio público y hacer que se tambaleen nuestra autosuficiencia y chulería.

– Podemos burlarnos de él: ¿Quién necesita un rey como ése? Demuéstranos quién eres, cuál es tu poder, danos buenas razones para ponernos de tu parte frente a los tiranos de siempre.  

– Podemos también permanecer orando con él en la noche de la fe («orad para no caer en la tentación»), o quedarnos dormidos primero, y salir huyendo después.

– Podemos aceptar su Pan y su Copa, permitir que nos lave los pies… o negarnos, venderle, marcharnos

                En fin, ya se irá viendo dónde y cómo se coloca cada uno en la celebración de esta Semana Santa. Porque el Evangelio es Palabra Viva hoy, no es un simple «recuerdo» de lo que ocurrió entonces… sino de lo que hoy sigue ocurriendo entre nosotros. La historia se repite y cada cual elegiremos uno o más «papeles» para asistir a la Pasión del Cristo de HOY.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

Domingo 5 Cuaresma Ciclo C (3 Abril ’22)

UN PERDÓN QUE NO CONDENA, RECONSTRUYE


 

               Los letrados y fariseos eran considerados (por la gente y por ellos mismos) los responsables de la moralidad pública. Estudiaban y se conocían al dedillo las normas, los criterios morales, los comportamientos inaceptables, lo que dictaban las autoridades religiosas. Incluso hablaban «en el nombre de Dios», cuya voluntad conocían perfectamente puesto que estaba recogida en las normas oficiales. Pretendían acabar con la corrupción social y religiosa. No era un mal propósito. Y andaban «a la caza» para pillar, denunciar y condenar. Eso sí: procuraban que fueran otros los que aplicaran las sentencias. Ellos conservaban sus manos «limpias» y su conciencia tranquila, al haber conseguido reducir la inmoralidad y el pecado.

               En la escena de hoy la mujer realmente no pinta gran cosa. El objetivo es Jesús. Lo cierto es que Moisés mandaba apedrear a los adúlteros. Al hombre y a la mujer: ¿y él dónde está?

               Cuando se pone la ley/norma al lado de un pecado concreto, la sentencia adquiere rigor matemático. Pero las cosas cambian cuando al lado de la ley se coloca a una persona concreta. Esto pocas veces lo hacemos. Algunos prefieren «cargarse» a la persona antes que cuestionar la ley, o plantearse si es justa. Les resulta impensable sospechar que quizá la Ley no haya que aplicarla como ellos la entienden. Están deseando «tirar piedras». 

                Esta gente que rodea a Jesús, «armada» con una mujer a la que han «pillado» pecando, se siente representante de la Institución Judía y del mismo Dios, y pretenden ponerle una trampa: A ver si se atreve a decir algo en contra de «lo que está escrito», de sus sagradas leyes (es decir: de Dios). A ver si así deja de una vez de hablar de «misericordia» y de comprensión en el nombre de Dios. Nada de tener manga ancha con los débiles y pecadores. Hay que cumplir lo que ha mandado Moisés.

    Todo está a punto: el delito evidente, los testigos, las piedras en las manos y la Ley que mandaba matar. Jesús: «¿tú qué dices?«. 

     Pero Jesús no dice, «hace». Y lo primero que hace es callar, dar tiempo al silencio, esperar. Da una oportunidad a los acusadores a ver si son capaces de mirar la situación de otro modo, con calma, con otros ojos, a ver si alguien tiene algo «nuevo» que aportar. Pero es inútil. Todo está muy claro; están seguros de tener razón. Para ellos no hay otro camino. Son un ejemplo de aquel dicho: «Sabes muy bien dónde mirar: por eso no consigues encontrar a Dios«.Porque Dios es imprevisible, original, sorprendente. Si crees que entiendes, es señal de que no entiendes nada. Pero a esta mentalidad educada y dependiente de preceptos, normas, leyes, definiciones, juicios y condenas… le resulta casi imposible dar el salto. No saben nada de Dios. Han hecho a Dios a su imagen. Precisamente aquello que está tan prohibídisimo en el primer mandamiento, el más importante: hacerse imágenes de Dios (Éxodo 20, 2-5).

              El Maestro pide a todos aquellos señores con vocación de jueces que dejen de acusar, que no miren a los demás siempre desde arriba, que se pongan al nivel de todo el mundo, que traten de experimentar de algún modo la debilidad de los demás, y que recuerden sus propias incoherencias y pecados. Él mismo optó entrar en nuestro mundo «bajando», poniéndose a nuestra altura, hasta el punto de rebajarse hasta morir en una cruz. Por eso, tal vez, ante estos señores «tan altos», tan prepotentes, tan intransigentes, tan subidos en su verdad y en su cátedra, él se baja, se echa al suelo, donde está tirada la mujer. Sólo desde donde está ella se puede hacer un juicio justo. ¡Pobre del que no se acuerda de esto: más pronto o más tarde terminará lanzando piedras! El que se olvida de sus propios pecados y de la misericordia que han tenido con él, al final no será capaz de resistir la tentación de apedrear a cualquier pecador que se le ponga por delante. 

             El diálogo final entre Jesús y la mujer tiene una ternura especial. Ella necesita, por encima de todo, que la reconstruyan: Está destrozada. No ha abierto la boca. Y esta es la tarea que asume el Señor. Como si recordara esas palabras de Isaías que hoy hemos escuchado: «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo». Lo importante no es lo que ha pasado, sino lo que tiene que brotar, lo nuevo. Ella necesita un camino en su desierto, un río en su vida seca. 

¿Cómo llegó a tan lastimosa situación? ¿Qué pasaría en su vida de pareja para que haya tenido que ir a buscar cariño a otro sitio? ¿Qué ganamos con apedrearla? Lo que debiera importarles e importarnos es que se rehaga, que se encuentre a sí misma, que sea una persona nueva… 

               ¿Habéis visto aquí la «penitencia» que Jesús pone ante un pecado evidente? ¿Habéis visto cómo riñe a la mujer? ¿Habéis visto qué condiciones le pone para perdonarla? Si recordáis la parábola del domingo pasado: ¿Le echo aquel padre alguna «bronca» al hijo derrochador, desobediente y cabeza loca? ¿Recordáis que le dijera: «vas a tener que demostrar que estás arrepentido»? Incluso le defiende ante el juicio objetivo e implacable de su hermano. Su perdón es sin condiciones, un «regalo», que es lo que significa «per-dón».

             Y es que Dios cuando se encuentra con el pecado, sólo le inquieta una cosa: ¿Qué hacemos para vencerlo? ¿Cómo superarlo? No importa lo que ha pasado, lo que hemos hecho: «Yo tampoco te condeno«. Él lo que procura es hacer que surja algo nuevo en nosotros. Porque la peor situación es la desesperanza, el sentirse «malo», superado, humillado, vencido. Así no hay progreso espiritual ni revitalización cristiana ni eclesial, ni salvación. Y el hombre/mujer se pierde. 

              Necesitamos escuchar la voz que Dios quiere dirigirnos en nuestro pecado y ante el pecado que descubrimos en los otros: Necesitamos sentirnos nuevos, que se nos abran los caminos. Necesitamos escuchar muchas veces de sus labios: «Yo tampoco te condeno, anda y no peques más», y se nos caerán todas las piedras de las manos.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

Domingo 4 Cuaresma Ciclo C (27 Marzo ’22)

PARÁBOLA DE LOS TRES CABEZOTAS


 

EL HERMANO MAYOR: CABEZA Y CORAZÓN DUROS

 § Jesús nos dibuja en el hermano mayor a alguien a quien no le preocupan ni le importan para nada los demás. Le da igual que su otro hermano pueda tener problemas, que se sienta solo, que ande perdido, que se haya ido lejos… No se ha enterado de que tiene un hermano, de lo que significa «ser hermano». No entra en la escena casi hasta el final, y lo hace para quejarse, protestar y reñir a su padre. No consta que echara de menos, al hermano, que saliera a buscarle, ni siquiera que se asomara a la ventana. No hay ningún deseo de que vuelva. Sólo pretende conservar sus derechos y plantear reivindicaciones.

 § Por otro lado, tampoco se entera de la angustia, preocupación y tristeza de su padre que echa de menos, que ha perdido el sueño, que sufre por el hijo que no está, que se pasa los días enteros a la puerta a ver si lo ve, aunque sea de lejos. El mayor está físicamente en casa, continuamente al lado de su padre, pero su corazón está lejísimos del suyo. 

No disfruta de la compañía de su padre. Seguramente podamos suponer que ni le pregunta a su padre cómo está, cómo se siente, si puede hacer algo por él. Ni comenta con él lo que más le angustia… Es el hermano «silencioso» e incomunicado. Para colmo, no se siente libre. Estar en casa para él significa: obedecer, trabajar y cumplir. Y le sienta fatal que otros se tomen tantas libertades, vivan tan «relajados», se salten los cumplimientos y normas. Él cumple sus obligaciones de manera intachable. Vive pendiente casi solo de sí mismo. Y es como si fuera hijo único. Yo me lo imagino riñendo, acusando y reprochando a su hermano, poniéndole mala cara y presionándole cada día para que cambie y se comporte «como Dios manda». Es decir: como él.

 § No tiene ninguna iniciativa. No se arriesga nada. Estar en casa para él es un deber, y su padre debiera estarle agradecido porque se lo MERECE. ¡Trabajito le cuesta ser bueno! Pero le falta la alegría, la ilusión. Y hasta se permite reñir/corregir a su padre por ser tan flojo, tan poco exigente, por consentir tanto. En el fondo no sabe lo que es tener un padre, ni tiene la más mínima idea de lo que significa ser hijo y hermano (son tres cosas inseparables entre sí).  Incluso, me sospecho que tenga parte de la culpa de que su hermano haya terminado marchándose. Es bien desagradable vivir con personas tan estiradas, tan perfectas, tan cumplidoras.

Este hijo mayor anda tan perdido o más que su hermano… aunque esté dentro de casa, aunque aparentemente tan «en regla» con su padre. Aquí quedan retratados los fariseos que murmuraban de Jesús por comer con pecadores. 

EL HERMANO MENOR CABEZA HUECA Y CABEZOTA TAMBIÉN

 §  Parece que al hermano menor le han enseñado o ha entendido que estar en casa, y ser buen hijo… consiste en seguir un montón de normas y deberes que le quitan libertad y no le dejan ser feliz. Él quisiera ser independiente, y tomar sus propias decisiones sin tener que dar explicaciones a nadie, y mucho menos a su hermano mayor. Y se va lejos:  Lejos de su casa, lejos de su hermano, lejos de su padre… y también lejos de sí mismo. No hay explicaciones. Tiene derecho a irse y a llevarse «lo suyo», para hacer lo que le parezca. No parece importarle el disgusto que le da a su padre. Y el padre le deja marchar en silencio, sin sermones, sin amenazas ni advertencias.

 § Al principio se dedica a disfrutar de lo que tiene, sin previsiones… y las cosas parecen irle bien. Por eso no se da cuenta de que está vacío, sin metas, sin proyectos, sin sueños. Mientras «tiene», no le faltan los «amigos», que se aprovechan de su fortuna, le usan. Pero realmente está solo. Y es que… porque no tiene tiempo para pensar, analizar, reflexionar

 §  Y cierto día las cosas se ponen mal. No sabemos cuánto tiempo tardó en ocurrir. Pero los problemas y el fracaso le hicieron entrar dentro de sí mismo. Se atrevió a mirar de frente ese corazón aventurero, con ansias de disfrutar, pero tan vacío y solitario… Pero sigue siendo muy terco para reconocer: «me he equivocado», sino…. No, sólo: «tengo hambre y en mi casa había comida». No se trata del arrepentimiento, es el hambre lo que le anima a volver. Y lo hace convencido de que, a pesar de todo, su padre al menos le dará trabajo y pan. En eso llevaba razón. Pero se quedó muy corto en sus expectativas.

El caso es se prepara su discursito para ver si, una vez más, se sale con la suya. Cuánto debió costarle el larguísimo camino de vuelta a casa. No aspiraba a recuperar su sitio, porque «no se lo MERECE». Ni tampoco recuperar el cariño de su padre. Se conforma con ser un jornalero más.

Menos mal que hay otro cabezota en esta historia:

EL PADRE CON UN AMOR CABEZOTA

 § Este padre es muy distinto de sus dos criaturas. ¿A quién habrán salido? Su comportamiento descoloca a los dos. En esta historia no abre la boca casi hasta el final. Al principio da lo que le exigen. No dice nada. No protesta. No reprocha. No avisa. No riñe. No amenaza. Ni pide explicaciones…

 § Pero antes de darle la palabra, Jesús describe sus «gestos»: ve venir, se enternece, se conmociona, corre y llena de besos. No le interesan las explicaciones. No pregunta a qué vuelve ni por qué. Y corta el discursito que el hijo intentaba soltar. Ni hace caso de lo «poco» que le pide su hijo. En cambio, tira la casa por la ventana, dando brincos de alegría porque tiene al hijo de nuevo en casa. Aún tendrá que hacer esfuerzos para que aprenda lo que es «ser hijo», y descubra de una vez cómo es de verdad el corazón de su padre y cómo se vive en aquella casa. Sin humillaciones, castigos, condiciones ni exigencias. Sólo el deseo y el empeño de que sea y se comporte como hijo.

¿Y CÓMO ANDA NUESTRO CORAZÓN?

 §  El pecado aquí consiste en estar «lejos»: de sí mismo, del hermano, de su Padre. Y derrochando la vida. 

 § Para orar y saborear: el Padre está empeñado en hacerme sentir hijo querido y ponerme en mi sitio, que tal vez no es el que yo me he buscado, o en el que estoy ahora, o con el que intento conformarme.

 § Unos verbos que nos retan: acoger, conmoverse, recibir, salir corriendo hacia, celebrar el retorno… 

           Esta parábola es una invitación a la fraternidad, a la comunión, al empeño de darle alegrías al Padre trayendo a casa a los hermanos que se fueron. Al menos… ¡que no los espantemos con nuestras actitudes!

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior Sieger Koder. Imagen inferior Cody F Miller

Domingo 3 Cuaresma ciclo C (13 Marzo ’22)

ES URGENTE CONVERTIRSE


 

              Arrancamos nuestra reflexión de la frase central del Evangelio de hoy: «Si no os convertís… todos pereceréis de la misma manera». Tiene un tono de amenaza, o de urgencia, o al menos de advertencia seria.  La vida entera no sería suficiente para«convertirnos», es una tarea permanente, diaria, interminable. Pero en el ecuador de la Cuaresma, quiere espolearnos para que hagamos un esfuerzo más serio. Pero ¿qué debemos entender por «conversión»?

              + Convertirse no equivale a hacer una «confesión general», aunque esto pueda ser bueno. Ni se confunde con el esfuerzo por corregir algún defecto o pecado concreto, o ponernos en orden con nuestras obligaciones como cristianos, quizá un poco debilitadas. La palabra «conversión» hace referencia a un giro, a una transformación personal, a un vuelco en nuestra vida. Convertirse es transformarse (ser trasnformado por Dios) en otro diferente. Es una urgente llamada a ser «distintos», y a dar al Señor los frutos que quisiera encontrar en cada uno de nosotros y en la comunidad cristiana y eclesial.

• Convertirme no es un esfuerzo para evitar el abismo, sino lanzarme a la conquista de la cima.

• Convertirme no es llorar sobre el pasado sino la vuelta al esfuerzo cotidiano a pesar de las caídas y decepciones.

• Convertirme no es decir No al pasado que no puedo cambiar sino decir Sí a la vida nueva que se me ofrece hoy, decir Sí a Aquel y aquellos que creen en mí y cuentan conmigo a pesar de todo.

• Convertirme no es mirar angustiado e impotente las cadenas que no me dejan mover sino esforzarme para romper las cadenas que me paralizan la inteligencia y el corazón.

• Convertirme es acoger el amor y la esperanza en los ojos y en el corazón, es poner vida y amor allá donde sólo hay muerte y vacío.

• Convertirme es creer, de una vez y de verdad, en mí mismo, en Dios, en los demás, en la riqueza de la vida y del amor. (Josep Codina i Farrés)

              + La conversión es una invitación a parecernos más a Dios. O como dice Xavier Quinzá: Se trata de «cambiar de Dios» y descubrir un Dios diferente que se parezca más al Dios de nuestro Señor Jesucristo. Un cambio en el que se nos ofrece una nueva manera de relacionarnos con el Dios tierno, clemente y misericordioso.

               Aunque afirmemos en el Credo que «creemos en un solo Dios»… entre nosotros hay muchos rostros diferentes de Dios. Y no todos acertados ni convergentes, ni todos son realmente el Dios de Jesús. Por ejemplo: En el Evangelio de hoy Jesús se encuentra con un rasgo que deforma el auténtico rostro de Dios. Es esa mentalidad supersticiosa y mágica que atribuye a Dios todo lo que ocurre en el mundo, y lo interpreta a su modo: accidentes, curaciones, crímenes, enfermedades, desastres naturales, etc. Ha explicado el Papa Francisco : 

«Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de su auditorio y sabe que ellos interpretan de modo equivocado ese tipo de hechos. En efecto, piensan que, si aquellos hombres murieron cruelmente, es signo de que Dios los castigó por alguna culpa grave que habían cometido; o sea: «se lo merecían». Y, en cambio, el hecho de salvarse de la desgracia equivalía a sentirse «sin falta». Ellos «se lo merecían»; yo no «tengo faltas». Jesús rechaza completamente esta visión, porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que esas pobres víctimas no eran de ninguna manera peores que las demás. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una advertencia referida a todos, porque todos somos pecadores. En efecto, así lo dice a quienes lo habían interrogado: «Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo»» (28 Febrero 2016)

Entonces, ¿cómo es Dios?

               La primera lectura nos ha presentado un relato muy significativo para el pueblo de Israel. Se trata de la «tarjeta» de presentación de Dios a Moisés, cuando tanto él y su pueblo apenas le conocen. «Cuando me pregunte tu pueblo quién me envía, cuál es tu nombre, ¿qué les digo?». Dios da una contestación bastante enigmática: «Yo soy el que soy». Mucho se ha escrito sobre esta respuesta de Dios, y muchas interpretaciones se han ofrecido. Donde mejor podemos acudir es al propio pueblo judío que narró esta escena de la zarza. Este pueblo no acostumbra a hacer filosofías ni razonamientos complicados como hacemos los occidentales de cultura greco-romana. Ellos son más bien «vitales», y prefieren hablar de «experiencias».

                 Y así nos explican que a Dios nunca lo conoceremos del todo, nunca podremos manipularle, nunca podremos dar una definición completa de él. Por eso ni siquiera pronuncian su Nombre. Es decir: Dios es más grande que todos nuestros conceptos, explicaciones, definiciones y disquisiciones filosóficas. No podemos encerrarle en nuestros catecismos y dogmas. Siempre hay que estar dispuestos a corregir nuestras ideas sobre él, como ya hemos dicho.

               En segundo lugar esta «expresión» vendría a significar que a Dios se le conoce «sobre la marcha», por el camino, a lo largo del recorrido de nuestros desiertos, ¡de la vida entera!. Lo vamos conociendo y experimentando poco a poco a base de escuchar, obedecer, orar, confiar y poner en práctica sus exigencias... De hecho, si nosotros quisiéramos explicar «quién es Dios para mí», tendríamos que repasar nuestra vida, porque mi experiencia y conocimiento de Dios va cambiando conmigo, con lo que voy viviendo, sufriendo, experimentando, gozando, eligiendo cada día de mi vida. Lo mismo que cambio yo y cambian también mis percepciones sobre los demás.

Pero antes de revelarle a Moisés su «Nombre», ha hablado en primera persona, con una serie de verbos importantes que (auto) describen cómo es y cómo actúa este Dios:

+ he visto la opresión 
+ he oído sus quejas 
+ Conozco sus sufrimientos 
+ He bajado a librarlo 
+ A sacarlo de esta tierra y conducirlo…

          Por lo tanto, si queremos parecernos a Dios (convertirnos), podemos empezar por estos verbos:  ver, oír, conocer los sufrimientos de las gentes, liberar, llevar a «tierra segura»…  Se trata de acercarnos al mundo, a tantas personas que hoy le importan a Dios, y dejarnos «afectar» y «bajar» hasta ellas. No creo que haga falta enumerar tantas situaciones de violencia, desamparo, injusticia, guerra, soledad… como ocurren en todo el mundo, lejos y al lado de nosotros. Y hoy como entonces Dios buscará quiénes vayan en su nombre, y los ayudará, como hizo entonces y siempre. 

              Parafraseando a San Pablo en la segunda lectura de hoy, podríamos decir: todos fuimos bautizados, todos nos decimos «del pueblo de Dios», todos hemos comido el pan de la Eucaristía, todos hacemos oración, todos… pero…  la mayoría no agrada a DiosEl que se sienta seguro, cúidese. Es decir: cuidado con pensar o creer que por participar en unos ritos y tener unas creencias religiosas ya está todo resuelto. Como Iglesia y como personas individuales, la llamada a la conversión supone «agradar a Dios»…

              Nuestra vida es frágil, limitada, no está en nuestras manos y el comprobar cada día cómo muchos la pierden de manera imprevista… debiera ser una urgente invitación a no dejar para mañana (que no sabemos lo que dará de sí) el empeño en producir frutos. Tenemos «un año más» para cavar alrededor y echar estiércol… Que cuando quiera que el Señor rebusque entre nuestras ramas, pueda encontrar al menos algunos frutos y no solo hojarasca, apariencias, buenos propósitos… Frutos de compasión, de solidaridad, de justicia, de liberación. Nuestros «frutos» serán aquellos que puedan servirles… a otros.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf,
Imagen inferior de Ernesto Lovera 

Domingo 2 Cuaresma Ciclo C (13 Marzo ’22)

LA ORACIÓN QUE TRANSFIGURA


(Si pinchas arriba en «Domingo 2 Cuaresma Ciclo C» podrás leerlo mejor, y de paso dejar algún comentario al final de la página. Gracias por adelantado)

             En el Evangelio del Miércoles de Ceniza Jesús nos invitaba: «entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que ve en lo escondido». Tradicionalmente, el tiempo de Cuaresma ha sido un tiempo fuerte de ORACIÓN.  Y hoy nos encontramos al propio Jesús que se retira a un monte con tres de sus mejores amigos, para orar. Bien nos vendría hoy aprovechar para ponerle el termómetro a nuestra oración.

Muchos cristianos reconocen que les CUESTA esto de orar.

          Quizá sólo aprendieron algunos «rezos» y oraciones para repetir en distintas circunstancias: el Padrenuestro, el Avemaría, el rosario, el Ángelus… O leen algún libro con meditaciones… Su momento más importante para orar seguramente sea la Eucaristía.

             A la mayoría se nos da bien aquello de «pedir por»: por nuestra familia y amigos, por otros que están peor o que lo necesitan (un poco «en general»), y por uno mismo en los momentos difíciles. O sencillamente desahogamos nuestro corazón con el Señor. No es que ninguna de estas cosas esté mal o sea criticable. Para muchos cristianos ha sido más que suficiente. Aunque a veces reconocen que con este modo de orar se distraen mucho y se les va la cabeza a los asuntos pendientes, que se aburren, que hay batante rutina… Otros, en cambio,  dicen que les resulta insuficiente todo esto. Y buscan, incluso en otras espiritualidades y religiones… lo que parecen no encontrar entre nosotros…

También podemos recoger algunas DIFICULTADES PRÁCTICAS

             – Dónde encontrar un sitio tranquilo y apartado que ayude al silencio y el recogimiento. En casa resulta difícil. O cuándo es el momento más apropiado, con lo superocupados y superacelerados que andamos todo el día. Y si por fin tenemos un rato libre… estamos tan cansados… que no nos apetece, o nos quedamos dormidos en el empeño. ¡Y lo que nos cuesta concentrarnos!, porque llevamos tantas cosas en la cabeza, y hay tanto desorden e incoherencia en nuestra vida, tantos asuntos pendientes… que acabamos por agobiarnos y lo dejamos «para otro día».

             – Hay quienes sospechan que están hablando solos, porque no parece que Dios les diga nada, o les hace más bien poco caso, no les resuelve sus dificultades. Y se dedican a darles mil vueltas a las mismas cosas… sin llegar a ninguna parte. 

             – O les desanima no «sentir» lo que sentían en otros tiempos, o no sentir nada, o que los métodos que usaban para orar parece que ya no sirven.

             – No pocos se plantean una importante inquietud: ¿Cómo relacionar lo que yo vivo cada día, lo que tengo que hacer cada día, con mi oración y con Dios?

        Muchas preguntas y dificultades que no pretendo responder aquí. La verdad es que la oración es todo un camino, es como la subida a un monte, en el que a veces se avanza, pero otras se presentan dificultades. Es una «escalada» para la que necesitamos «guías» experimentados (que no abundan, es cierto) , que nos orienten en el cómo y el por dónde, para no quedarnos atascados. Ésta ha de ser una de las tareas principales de los pastores de la Iglesia (sean clérigos o laicos). Y todos podemos y debemos buscar orientación y ayuda… aunque cueste encontrarla. Pero lo primero de todo es echarse a andar, empezar a subir, ¡ponerse a orar!: «Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro».

¿Qué nos enseña el Evangelio de hoy sobre la oración de Jesús?

– Que a pesar de que Jesús tenía siempre mucho que hacer y que decir (muchos enfermos que atender, mucha urgencia de dar a conocer su mensaje, de instruir a sus torpes discípulos…) siempre encuentra esos momentos. En la escena evangélica de hoy necesita «recargar» las baterías porque se acercan momentos difíciles, y también discernir lo que debe hacer.

– Su oración es «en un lugar apartado», aunque se lleva con él a tres de sus mejores amigos. Es que también ellos lo necesitan tanto o más que él. Y su corazón de Hijo es también «fraterno», ellos le acompañan en su entrega y búsqueda de la voluntad del Padre. Ora con otros.  A veces le hemos visto «orar sobre la marcha», metido en sus tareas cotidianas: y agradece, pide ayuda… pero no es suficiente y con frecuencia busca un lugar apartado para estar a solas con el Padre.

– En su oración están presentes «Moisés y Elías». Es decir: Su oración tiene que ver con la Escritura, con la Biblia. Ahí es donde busca luz: El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?  Las Escrituras contienen la Palabra que el Padre le dirige para su vida y su destino. Jesús no se deja atrapar por lo que le ocurre, «repasa» lo que ha vivido durante el día a la luz de la Palabra, y proyecta sus siguientes pasos…

– Con Moisés y Elías «dialoga» sobre su muerte cercana. Seguro que no es éste un tema frecuente en nuestra oración. Y eso que hay muchos momentos de «muerte» en nuestra vida, muchas noches donde parece que Dios se calla, desaparece, nos deja abandonados, fracasamos. O eso nos parece. Pues Jesús precisamente en el sufrimiento cercano, en el desconcierto, ante los momentos duros que se avecinan… ora y busca el apoyo y la luz del Padre: ¿quién me hará temblar?.

– Mientras ora, se escucha la voz del Padre: «Éste es mi hijo amado, escuchadle». Estas palabras nos revelan el contenido de la oración de Jesús: Profundizar en su condición de Hijo amado, mirar el rostro del Padre, asumir su voluntad… para vivir como Hijo en todas las circunstancias que van llegando. También en el fracaso, la derrota, el desprecio, la traición, la injusticia… 

Las palabras que oye Jesús también se dirigen a los discípulos, a nosotros: que «escuchemos» a Jesús, que es para nosotros la Palabra Vida del Padre.

– Más que mirar hacia atrás, Jesús «suele mirar hacia adelante», a lo que viene, al futuro. Sin despegar los pies del presente, sabiendo que el futuro se construye desde el hoy. Es una trampa andar mirando continuamente hacia atrás, hacia lo que hicimos mal, lo que pudiéramos haber hecho, o añorando lo que ya no está. La oración es para abrir horizontes, para salir, para contar las estrellas, para ponerse en camino…

En conclusión: echar a andar de nuevo si nos hemos quedado parados, salgamos fuera y miremos hacia arriba, donde se pueden contar las estrellas y confiemos en que Dios nos tiene preparada una tierra mejor a la que nos irá guiando, a través de las mil dificultades que vayamos encontrando.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf

Domingo 1 Cuaresma Ciclo C (6 Marzo ’22)

TIEMPO PROPICIO PARA SEMBRAR EL BIEN


«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» (Gálatas 6,9-10a)

 

                   Me ha parecido oportuno, en este pórtico de la Cuaresma que dio comienzo el pasado Miércoles de Ceniza,  centrar mi reflexión no en las lecturas del domingo, sino en el Mensaje del Papa para este tiempo, que toma de la Carta a los Gálatas (6, 9-10): «No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos» 

                       El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio,  favorable, para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana, y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. La Iglesia nos propone prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente. Así que es un tiempo que mira a la Pascua. (Papa Francisco 2018)

                    Es un tiempo propicio, oportuno, para todos aquellos que no se sienten satisfechos y en paz consigo mismos, con los otros o con Dios, y están dispuestos a moverse, caminar y cambiar. Pues la Cuaresma es un camino (salir de donde estamos, movernos, dar pasos, avanzar, llevar una dirección) para ir hacia la Vida que nos ha ofrecido Jesús.

                  Es un tiempo propicio para cambiar de mentalidad, de criterios, de actitudes y de hábitos rutinarios que ya nada nos aportan (esto es la «conversión»), de modo que la verdad y la belleza de nuestra vida no se centren tanto en el poseer como en el dar, no tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir, no tanto en mí mismo, como en los otros,

                 Y es también un tiempo propicio, como nos dice este año el Papa, para sembrar el bien.

                  El sembrador por excelencia es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas de bien» (Fratelli tutti, 54). Sus semillas nos llegan especialmente (aunque no solo) por medio de la Palabra, por lo que este es un tiempo propicio para escucharla con frecuencia, de modo que nos ayude a madurar y hacer fecunda nuestra vida. 

                Pero el Dios Sembrador ha querido contar con nosotros (contigo) para ser sus colaboradores, aprovechando el tiempo presente («hoy es el tiempo de la misericordia»). Y hacerlo generosamente, sin medir el esfuerzo, ni tampoco los resultados. Escribió San Pablo: «Mirad: el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará». (2Cor 9, 6). 

                Es verdad que muchas veces no veremos los frutos de nuestra siembra, como dice el Evangelio: «Uno siembra y otro cosecha» (Jn 4, 7). Por eso es de una gran nobleza poner en marcha procesos cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se siembra (son «semillas»). Sembrar el bien de este modo, gratuitamente, sin que podamos disfrutar de los resultados nos libera de las estrechas y frecuentes lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones un mayor valor.

            Por eso no podemos dejarnos atrapar o apagar por el «cansancio» o por la falta de resultados.

+ Y es que nos cansamos al ver que nuestros sueños y proyectos se frustran por tantos motivos

+ Nos cansa mirar de frente tantos retos que nos afectan, al reconocer que nuestros recursos son escasos o pobres.

+ Nos cansa este ya largo tiempo de pandemia que tantas cosas ha limitado o eliminado, que tanto ha debilitado la salud física o mental de muchísimos, y las relaciones personales, y…

+ Nos cansamos al ver que el ser humano, a pesar de su larga historia, sigue utilizando la violencia, la fuerza, el enfrentamiento, el menosprecio del distinto, la guerra… para «resolver» sus conflictos, que así nunca se resuelven, y no pocas veces dejan las cosas peor.

+ Nos cansa (y escandaliza) el comportamiento de algunos miembros de la Iglesia, o lo lentamente que avanza en ciertos temas necesarios…

+ Nos cansan a menudo los que tenemos más cerca, porque si el roce hace el cariño (como dice el refrán), también hace que salten chispas.

+ Nos cansan los políticos y sus recursos poco éticos para conseguir el poder, a la vez que se desatienden tantas necesidades reales de los ciudadanos.  Y nos cansan los bulos, la falta de trasparencia, los intereses ocultos…

+ Y también nos cansamos a menudo de nosotros mismos: porque no avanzamos, repetimos los mismos errores y pecados, y muchos de nuestros mejores deseos y propósitos … no los llevamos a la práctica…

                Precisamente en los momentos de cansancio, de desánimo, de oscuridad… es cuando aprovecha el Tentador para proponernos (Evangelio de hoy) con «razonables» argumentos, que nos encerremos en nosotros mismos, que busquemos nuestro propio interés, que nos refugiemos en el individualismo egoísta o en la indiferencia hacia los otros, o esperemos que sean otros o el mismo Dios quien encuentre las soluciones.  Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor. 

Por eso el Papa nos ha invitado:

+ No nos cansemos de orar. Jesús nos enseñó que es necesario «orar siempre sin desanimarse». Necesitamos orar porque necesitamos a Dios, contar con Él, apoyarnos en Él. La fe no elimina las dificultades de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza que nos ofrece el Misterio Pascual.

+ No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Aunque sea sólo un poco: podemos seleccionar algún aspecto concreto de nuestra vida, buscar algún  recurso oportuno, marcarnos  pequeños objetivos… El ayuno puede fortalecer nuestro espíritu para la lucha contra el pecado.

+ No nos cansemos de acudir al sacramento la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de perdonar

+ No nos cansemos de luchar contra los deseos incontrolados de bienes materiales, de placeres inadecuados… La austeridad de vida, el autocontrol y la generosidad deben ser nuestros estilos de vida. 

+ No nos cansemos de luchar contra el riesgo de dependencia de los medios de comunicación digitales (móviles/celulares, redes, etc), que empobrecen las relaciones humanas. La Cuaresma es un tiempo propicio para cultivar una comunicación humana más integral hecha de «encuentros reales». Aprovechemos esta Cuaresma para cuidar mejor a quienes tenemos cerca, y hacernos prójimos de aquellos hermanos que están heridos en el camino de la vida.

                       Por tanto, no nos cansemos de sembrar el bien. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos» (la «cosecha» de lo que Jesucristo sembró dio mucho futo «a su tiempo»), y de que, con el don de la perseverancia, nuestro grano sembrado dará muchos frutos, porque el Espíritu del Señor es quien los hace fecundos. Lo nuestro es sembrar. Que tu Cuaresma merezca la pena.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen central Agustín de la Torre, imagen inferior Laurent Hrybyk