III domingo de cuaresma. Ciclo A

AGUA Y SED

La sed es deseo. El agua lo colma. Somos seres sedientos. Buscamos fuentes de agua, donde saciar nuestra sed. La liturgia de este domingo nos indica dónde se encuentra el agua de la vida. Nos pide acercarnos a ella con tres actitudes: 1. Confianza: ¡no nos dejará morir de sed! 2. Extrañeza: ¡Dame de beber! 3. Gozo: ¡seremos saciados!

1.   Confianza: ¡no nos dejará morir de sed!

Los hebreos huían de Egipto. En su camino entraron en un desierto, cuya primera etapa era Mará (las aguas amargas: Ex 15,23); cuya segunda etapa   Elim (árboles y oasis: Ex 15,27) y donde cató el maná del cielo y se pudieron alimentar de codornices (Ex 16). Los hebreos llegaron a Refidim donde “no había agua potable” (Ex 17,11) y allí protestaron (Meribá) y tentaron a Dios (Masá), desconfiando de Dios. El Señor respondió a Moisés: “¡Hiere la peña… de ella saldrá agua y el pueblo beberá”! Y así sucedió. Dios no podía permitir que su Pueblo muriera de sed.

2.   Extrañeza: ¡Dame de beber!

En el evangelio de hoy Jesús mismo es el sediento. Fatigado se sienta junto al manantial de Jacob, en tierra de Samaría, tierra de herejes para los judíos; para éstos llamar “samaritano” a alguien era la forma de maldecirlo. Años antes de Jesús los judíos destruyeron el templo samaritano del monte Garizín; y en tiempos de Jesús algunos samaritanos profanaron el templo de Jerusalén durante la fiesta de la Pascua. 
En el pozo de Jacob -manantial profundo y rico en agua- acontece el encuentro entre una mujer samaritana y Jesús. “¡Dame de beber!”, le suplica Jesús. Dar agua era signo de hospitalidad. Y Jesús le adelanta cómo la recompensará: “Si conocieras el don de Dios… tú me pedirías y yo te daría agua viva”, un agua que apaga definitivamente la sed. La mujer cree en Jesús y se convierte en su mensajera. ¡Nació del agua y del Espíritu! 
En el bautismo hombres y mujeres de cualquier raza, cultura, condición, pueden encontrarse con Jesús y saciar su sed. Dios no quiere que ningún pueblo, o ser humano, muera de sed.

3.   Gozo: Seremos saciados 

En la segunda lectura, tomada de la carta a los Romanos, san Pablo nos habla del triple efecto del bautismo: la fe, que nos justifica y establece en paz con Dios; la esperanza de alcanzar la gloria de Dios; y el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Fe, esperanza y amor son el agua viva que nos calma la sed. No dependen de nuestro esfuerzo, sino de las energías que el agua del bautismo nos regala e introduce en lo más íntimo de nuestro ser, en nuestro corazón. 

Conclusión

Tenemos hambre, tenemos sed… pero no es hambre de pan… no es sed de agua. ¡Son motivos para vivir, lo que nos falta! Así se sintió el pueblo de Dios en el desierto. Así se sintió aquella mujer samaritana junto al pozo. Así nos sentimos nosotros… cuando nos acercamos a Jesús. Hagámonos esta pregunta: ¿qué motivos tengo para seguir viviendo? El pueblo de Israel los encontró en el desierto. La mujer samaritana en el pozo. Nosotros… en el agua de nuestro Bautismo.
No hay que desesperarse. Todo esto es posible porque Dios ha derramado su amor sobre nosotros. Jesús y el Espíritu Santo son los mediadores de tanta, tanta Gracia. Dios Padre nos conoce. Sabe que somos pecadores, débiles. Por eso, nos envió a Jesús, por eso, derrama constantemente sobre nosotros su Espíritu. Por eso, tenemos en nosotros semilla divina: fe esperanza, caridad.

José Cristo Rey García Paredes, cmf

Para meditar:

DOMINGO 1 DE CUARESMA. CICLO A

TENTACIÓN Y GRACIA

En torno a nosotros algo se agita: no solo aquello que vemos, palpamos y constatamos; también se agita un mundo invisible: un poder que nos tienta e incita al mal, y otro poder que nos apacigua e inspira. Ante tal contraste necesitamos sabiduría para acoger lo que nos agracia y rechazar lo que nos pierde. 
La liturgia de hoy nos ofrece tres ejemplos de ello: 1. Tentación consentida: violar la intimidad de Dios. 2. Tentación vencida: permanecer en la intimidad. 3. Puede más la gracia que el pecado.

1.   Tentación consentida: violar la intimidad de Dios

Dios vio todo lo que había creado y ¡era muy bello! ¡excelente! Colocó a sus creaturas preferidas, el hombre y la mujer, en su Jardín o Paraíso. Nada les faltaría: dispondrían de toda clase de árboles hermosos y de frutos sabrosos. Dios, sin embargo, se reservó para sí una zona íntima en el interior del Jardín: en ella estaba el árbol de la Vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Y el Creador únicamente les pidió que respetasen esa zona de intimidad. ¡Todo lo demás quedaría a su disposición! 

Pero ¿qué sucedió? Una creatura llamada serpiente, la más astuta de todos los animales, invitó a la mujer y por medio de ella al varón a violar la zona de la intimidad divina: a participar del árbol de la vida -porque no morirían- y del árbol del conocimiento -porque conocerían como Dios. La propuesta le pareció tan seductora que la mujer “vio” que entrar en la intimidad iba a ser fascinante; “comió” de árbol de la vida para no morir nunca” y “le dio al varón” que también “comió”.
Cuando Dios les preguntó el porqué de esa transgresión Adán culpó a Eva, y Eva culpó a la serpiente. E inmediatamente se dieron cuenta de que “estaban desnudos” y tenían que abandonar no solo la zona de intimidad, sino también el Paraíso. 
El salmo 50 -en respuesta al relato del Paraíso- reconoce cómo aquella culpa original sigue presente en cada uno de nosotros: “en pecado me concibió mi madre… pues yo reconozco mi pecado, contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces”

2.   Tentación vencida: permanecer en la intimidad

También Jesús tentado “tres veces” (número que expresa totalidad) por el Maligno o la astuta serpiente. No le pide desobedecer ningún mandato de Dios, pero sí aprovecharse de su condición de “hijo de Dios” para convertir piedras en panes, o aprovecharse de santa Escritura para arrojarse al vacío desde el alero del templo e incluso -con todo descaro- le pide que se postre ante él y lo adore. La intención del Tentador es apartar a Jesús de la intimidad de Dios Padre. En Jesús que rechaza la tentación se diseña un nuevo Israel que escucha la voz de Dios, que confía absolutamente en Él, que no tienta a Dios, ni se postra ante un ídolo. Jesús sigue conectado con la intimidad divina en el Paraíso: “se acercaron los ángeles y lo servían” -añade el evangelista Mateo.

3.   Puede más la Gracia que el pecado

La tentación del paraíso y las tentaciones del desierto siguen haciendo caer también hoy a muchos. Por eso, Jesús nos pidió que orásemos al Padre así: ¡no nos dejes caer en la tentación y líbranos del Maligno! Y san Pablo afirma categóricamente que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”, porque por la desobediencia de uno “todos” se convirtieron en pecadores, pero por la obediencia de otro “todos” serán justificados. 
La gran esperanza no es presuntuosa, por eso, tampoco excluye la posibilidad de la salvación de todos y lleva a suplicarla. 

Conclusión

Vivimos entre dos mundos invisibles. Un mundo regido por Dios y otro por un misterioso mal que no sabemos de dónde procede. Sus efectos transfiguran o deforman a nuestra humanidad. Se nos pide sagacidad y responsabilidad para no caer en la tentación y mucha confianza en el poder de la Gracia.
José Cristo Rey García Paredes, cmf