“SI EL SEÑOR NO CONSTRUYE LA CASA”
La Navidad que se acerca es, ante todo, la gran fiesta familiar. Nos hacemos regalos, nos encontramos, la noche se vuelve luminosa, festiva, alegre. El contraste, sin embargo, es muy doloroso para quienes están en una familia rota, enfrentada, o en soledad… cuando ya no hay esperanza de que nada vuelva a ser lo mismo que antes.
La liturgia de la Palabra de este domingo cuarto de adviento nos ofrece unas claves de respuesta. Dividiré la homilía en tres partes:
- ¿Quién le construirá una casa a Dios?
- En la “casa” de José y de María.
- “Mi casa es toda de viento”
¿Quién le construirá una Casa a Dios?
La primera lectura tomada del segundo libro de Samuel nos relata un buen proyecto del rey David: mientras él moraba en un palacio de cedro, el arca de la Alianza estaba depositada en una humilde tienda de campaña. Con remordimiento, David se propuso construirle al Arca una digna morada: un templo y el profeta Natán -su profeta- lo animó a ello.
Sin embargo, quedó David muy sorprendido cuando Dios le respondió: “No serás tú quien me construya una casa… Seré quien te construya a ti una casa permanente para que tu reinado no tenga fin y dure para siempre”.
En la “casa” de José y de María
La lectura del Evangelio ratifica aquella sorprendente promesa hecha por Dios a David. Un lejano descendiente de David, José, el esposo de María, sería el padre legal de Jesús. Y Jesús sería su hijo “legal” y, por lo tanto, descendiente también de David. El ángel Gabriel le ratificó a María, que su hijo heredaría el trono de David… y para siempre: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33). Con José y María se cumplió la inaudita profecía hecha a David: “tu reino no tendrá fin y durará para siempre”.
Jesús no es una improvisación de Dios: es el final de un bendito proyecto. En él converge toda la historia: desde Adán y Eva “pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él te herirá en la cabeza” (Gen 3,15), desde David y el pueblo de Israel.
A María se le revela todo el misterio del hijo de su seno: será Grande, será llamado Hijo del Altísimo, será Santo, reinará en la Casa de Jacob por los siglos de los Siglos, se sentará en el Trono de David su Padre.
Sin embargo, el escenario nos volverá hacia la pobre tienda, donde estaba el arca de la Alianza. ¡Ahora se trata de una cueva de pastores, de un pesebre y no de un Gran Palacio! Además, el Niño Rey es perseguido a muerte por enl usurpador del trono davídico, Herodes. José protegió al Niño y a la Madre y “huyó a Egipto” y después volvió a Nazaret. A su hijo Jesús lo aclamaría la gente diciéndole: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!
Mi casa es toda de viento
Un villancico -con letra y música de los claretianos P. Tomé y P. Mielgo- se titulaba así: “Mi casa es toda de viento”. Todos tenemos experiencias de la inconsistencia de nuestras casas, de nuestras familias y comunidades. Cualquier evento es capaz de tambalearla, de crear desunión, conflictos, abandonos… Cuando Dios bendice un matrimonio, se sueña con la casa construida sobre roca… pero a veces se descubre que fue construida “sobre arena” y ante las menores dificultades, comienza a derrumbarse.
En cada celebración del matrimonio Dios desea “construir” con una casa con sólidos cimientos. María dijo: “Fiat” (¡hágase!). Porque “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles” (salmo 126).
Toda casa construida por nosotros es frágil, incierta. Hay que confiar mucho en quien la construye, que es nuestro Dios. Necesitamos una fe-roca, una casa construida sobre la roca, que es la fe. “Si el Señor está con nosotros, ¿quién contra nosotros”? En la segunda lectura nos lo recomienda san Pablo: ¡sed obedientes a la fe y esperadlo todo de Dios!
Conclusión
Dios suele elegir a instrumentos débiles, para confundir a los fuertes. Nuestra debilidad tiene que convertirse en fortaleza. Los que se creen fuertes, en cambio, pueden perderlo todo. Se acerca la Navidad de los débiles, que lo pueden todo en Aquel que es su fuerza.
José Cristo Rey García Paredes, CMF