¿QUIÉN PODRÁ RASTREAR LO QUE ESTÁ EN EL CIELO?
La respuesta
Las lecturas de este domingo nos ofrecen una respuesta negativa, otra positiva, una advertencia y un ejemplo
- La respuesta negativa: “Nosotros somos incapaces”. Nuestra inteligencia es frágil. Nuestro razonamiento es inseguro. Nuestro cuerpo oprime nuestro espíritu y no lo deja libre y en paz (Sab 9, 13-15).
- La respuesta positiva: Es posible si Dios nos concede el don de la sabiduría, si nos envía su santo Espíritu desde lo alto (Sab 13,16-18). Es posible si uno se hace discípulo de Jesús. Y ser discípulo de Jesús requiere -según el evangelio que acabamos de proclamar: ir inmediatamente detrás de Él cargado con la cruz. Entre Jesús y el discípulo no se interpone la familia, ni siguiera el propio ego, ni tampoco los bienes o propiedades (Lc 14,25-27.33). San Benito condensó esta exigencia en una famosa frase: “No anteponer nada a Cristo”.
La advertencia y el ejemplo
- Una advertencia de sabiduría (Lc 14, 28-32): Sin embargo, Jesús nos alerta ante cualquier tipo de inconsciencia o precipitación. Nos dice: ¡Piénsatelo, si quieres ser mi discípulo o discípula! Vete preparando tus recursos pues tienes que construir algo grande y no lo puedes dejar a medias; porque tienes que entablar una gran batalla y no puedes perderla. Sí así lo haces, me seguirás.
- Un ejemplo: al cristiano Filemón se le fugó un esclavo llamado Onésimo. Providencialmente este esclavo cuidó en la cárcel a Pablo “prisionero por Cristo”. Pablo, a su vez, lo evangelizó, lo bautizó, y el esclavo se convirtió en “discípulo de Jesús”. Pablo lo recomendó a Filemón, pero desde nueva identidad de Onésimo: ¡era un discípulo de Cristo! Por tanto, le pide al amo que ahora lo acoja no como siervo, sino como “hermano”. Quien sigue a Jesús ve cómo se transforman las relaciones con los demás.
Nunca presumamos de tener las claves del “discernimiento de la voluntad de Dios”. Nuestro Consejero y Maestro es el Espíritu Santo que se derrama sobre nosotros cuando quiere, donde quiere y en la forma que quiere.
Más que conocer la voluntad de Dios, hemos de clamar como Jesús nos enseñó: “Hágase en mí tu voluntad” , o como María nuestra madre “Fiat”, o como el Hermano Carlos de Foucauld, “Padre me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea te doy las gracias… lo acepto todo con tal de que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas”.
José Cristo Rey García Paredes, cmf