Parroquia Santa María Aranda de Duero
Este domingo hemos preparado el evangelio para niños, y al mismo tiempo os hemos contado lo que sucede en Semana Santa. Con este evangelio termina este ciclo de evangelios para niños. Que esta Semana Santa acompañemos a Jesús y el domingo nos encontremos con Jesús Vivo y Resucitado.
Categoría: Recursos y Liturgia
DOMINGO DE RAMOS. CICLO B
LA PASIÓN: UNA HISTORIA QUE SE REPITE
PASIÓN SEGÚN SAN MARCOS
Hoy la liturgia pide que seamos muy breves en nuestro comentario a la Palabra, que es la auténtica protagonista, especialmente el relato de la Pasión, narrada este año por San Marcos. Daré pues solamente unas pinceladas, sin entrar en matices:
• En primer lugar una invitación a tomarnos en serio las palabras de San Pablo en la segunda lectura. Es frecuente entre nosotros mirar a Jesús como alguien que tenía claro que su misión era «morir por nosotros» en la cruz, con esa muerte dolorosa que hoy hemos meditado, porque así lo habría pedido/querido su Padre Dios. Y como era Dios, «ya sabía» que a los tres días iba a resucitar victorioso de la tumba… y asunto resuelto, misión cumplida. Esta es una verdad de fe bastante incompleta.
San Pablo ha afirmado que Cristo «a pesar de su condición divina» se despojó de todos sus atributos divinos y se convirtió «en uno de tantos». Es decir: que fue como tú y como yo, y al ser «semejante a los hombres», tuvo que ir descubriendo su camino, su proyecto, la «voluntad del Padre» para él. Progresivamente tuvo que buscar, no pocas veces entre dudas y oscuridad, y tomar decisiones. Su «lucha/agonía» en Getsemaní fue muy real: «terror y angustia». Su camino no era ni fácil ni evidente. Tenía que discernir. Sintió como su proyecto del Reino había fracasado ante las autoridades religiosas, ante el Pueblo al que tan intensamente se había dedicado, ante sus propios discípulos… e incluso sintió el silencio y el abandono de Dios. Precisamente las únicas palabras que Marcos nos ha guardado de Jesús en la cruz dicen: «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?». Un grito desgarrador que nos revela los sentimientos profundos de su dolor hasta la cruz.
• En cuanto a las razones históricas de su condena y de su muerte están muy bien descritas por el evangelista: Jesús y su proyecto del Reino estorban a las autoridades religiosas, que lo tachan de blasfemo, de intentar alterar sus ideas religiosas, sus interpretaciones de las Escrituras, y sus «cargos» de poder. El Pueblo, por su parte, esperaba a alguien que les solucionara sus problemas concretos de todo tipo… Y lo aclaman a su entrada en Jerusalem y le gritan «Hosanna» (=que Dios tenga piedad y nos salve). Pero al verse decepcionados por este «Hijo de David», que llega en un humilde pollino, y en actitud pacífica… acaban prefiriendo la libertad de un criminal, que la de un justo inocente, dejándose manipular por las autoridades. Políticos, como Pilato, lo que quieren es «dar gusto a la gente» y evitarse problemas y responsabilidades. Y con respecto a sus discípulos, tienen miedo, se duermen, huyen, le traicionan, se esconden, desaparecen de escena: «ni sé ni entiendo de qué hablas».
En resumen: las razones o causas por las que Jesús termina crucificado hay que buscarlas, en primer lugar y por encima de todo, en el rechazo de su misión y su mensaje. No conviene olvidarlo, para no «descontextualizar» ni «espiritualizar» la historia de una tremenda injusticia que dejó a todos muy desconcertados. Y porque esas luchas y enfrentamientos de Jesús han de ser ahora y siempre las nuestras, las de sus discípulos, puesto que el «panorama» no ha cambiado mucho que digamos. Sólo después, con la suficiente distancia, y ayudados por la Escritura (la Primera Lectura de hoy, por ejemplo) vendrán las interpretaciones teológicas sobre el sentido y significado de su muerte.
• Por eso mismo, no podemos asistir a los acontecimientos de la Semana Santa del Señor como «espectadores» de una historia que ocurrió hace dos milenios, y sobrecogernos y asombrarnos de todo lo que le pasó al Hijo de Dios… sin dejarnos afectar personalmente. Repasar y revivir la Pasión del Hijo de Dios tiene que servir para que reaccionemos y nos indignemos por tantos «hijos de Dios» que viven HOY similares circunstancias, y que también son eliminados, machacados, silenciados… por oscuros intereses de todo tipo. El «desorden» que mató a Jesús está detrás de los tejemanejes de las industrias farmacéuticas, alimentarias, del comercio de armas, de las manipulaciones políticas y económicas de todos los colores… Aquella historia del Hijo de Dios está hoy muy viva y es muy actual, y tenemos que tener mucho cuidado… para no ser sus nuevos protagonistas: nuevos Pilatos, nuevas autoridades, nuevas gentes manipuladas, nuevos discípulos cobardes, etc. etc. No es coherente que nos conmocionen las heridas, las caídas, los latigazos, y todo lo demás que tuvo que soportar Jesús… por ser quien era… y dejar en el olvido que él fue «uno de tantos» (como decía la anterior traducción litúrgica) que corren hoy su misma suerte.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imágenes de José María Morillo
DOMINGO V DE CUARESMA. CICLO B
UNA ENTREGA HASTA LA MUERTE
Unos griegos, que probablemente se preparaban para entrar en el judaísmo, o al menos simpatizantes de los judíos, ya que están allí «para celebrar la fiesta», buscan a Jesús. Jerusalem está en sus fiestas grandes. Pero no es la fiesta lo que buscan (al menos no sólo la fiesta), o hacer negocios, o distraerse… Aun en medio del jolgorio, no dejan de ser personas inquietas, que necesitan respuestas. Representan a tantos hombres y mujeres que, de un modo u otro, buscan a Dios, aunque le pongan distintos nombres: felicidad, sentido para la vida, razones para luchar, algo que les llene el corazón, que les ayude a superar las dificultades, los sufrimientos, el fracaso, la muerte… Y son gentes de toda edad, clase y condición. Porque el hombre -todo hombre- es siempre un inquieto buscador… aunque a veces acuda a pozos equivocados, o diga que no busca nada…
Estos griegos han oído hablar de Jesús, y deciden acercarse a uno de sus discípulos para preguntarle. Siempre es más fácil, para conocer o encontrarse con Jesús, acercarse a un discípulo. Entonces y hoy. Los griegos eligen a Felipe, que tiene nombre griego. Es más fácil que nos oriente alguien cercano, que huela a oveja, que se manche como nosotros, que tenga dudas como nosotros, que haya tenido que buscar un poco a tientas, como hacemos nosotros. No es fácil que encontremos la respuesta que necesitamos en alguien con títulos, o con cargos eclesiásticos, o en esos que enseguida abren el saco de las respuestas, sin antes haber escuchado, ni acogido, ni entendido…
Probablemente Felipe se sintió en aprietos, porque ese «queremos ver a Jesús» que le plantean no es un simple «dónde está, quién es». Es lógico pensar que quienes han visto a Jesús, quienes han compartido su compañía, quienes se han dejado transformar por él, quienes han hablado en la intimidad con él, quienes lo siguen… debieran (debiéramos) ser capaces de dar una respuesta adecuada: «¿Qué debemos hacer para que Jesús nos atienda, para poder conversar o estar con él?» Yo no sé lo que les habrías respondido tú.
Los pasos de Felipe son muy significativos. No les sienta a su lado para charlar con ellos. Ni tampoco improvisa un discurso sobre quién es Jesús, o las cosas que él les ha ido contando, cuando han estado con él. Lo primero que hace es ir a buscar a otro Apóstol. Felipe aprendió desde el principio de su propia vocación lo que significa ser Comunidad. Y por eso, evita el protagonismo y el tomar iniciativas por su cuenta. Es una buena señal de que conoce a Cristo y ha sido transformado por él. Necesita consultar a otro hermano, apoyarse en él. Y lo siguiente es ir a contárselo a Jesús. Necesitan que el propio Jesús les oriente aclare lo que deben responder. Podemos decir, entonces, que es imposible «mostrar a Jesús», orientar hacia el encuentro con él, sin haberse encontrado antes con Jesús. Dicho en plata: no podemos hablar «de» Jesús, sin antes haber hablado «con» Jesús.
La respuesta de Jesús a Felipe y Andrés sorprende: A los griegos les gustaba mucho filosofar, razonar, discutir, argumentar. Pero Jesús no entra en ese juego. No les da «explicaciones», discursos ni razonamientos, y menos se mete en discusiones. Jesús les habla de su propia entrega hasta la muerte. Les pone su vida por delante y les «muestra» que el amor a uno mismo y el dejarse enredar y absorber por las cosas de este mundo es un camino de infecundidad, de vacío. Es como si Jesús les dijera: ¿Que quién soy yo? ¿que de qué voy? Pues soy una persona que se entrega, que se desvive, que se ofrece, que se sacrifica… hasta la muerte. Yo no me busco a mí mismo, no tengo más objetivo en mi vida que entregarme al Padre, entregándome a los hombres. Cuando ponemos por delante lo que me apetece, lo que me conviene, lo que me interesa, lo mío, mi prestigio, mi proyectos, mi éxito, etc… nos metemos en un camino sin salida. Hay que empezar por renunciar a uno mismo: El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. Ha escrito el Papa Francisco:
«Un ser humano está hecho de tal manera que no se realiza, no se desarrolla ni puede encontrar su plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. Ni siquiera llega a reconocer a fondo su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: Sólo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro. Esto explica por qué nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar. Aquí hay un secreto de la verdadera existencia humana, porque la vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad; y es una vida más fuerte que la muerte cuando se construye sobre relaciones verdaderas y lazos de fidelidad. Por el contrario, no hay vida cuando pretendemos pertenecer sólo a nosotros mismos y vivir como islas: en estas actitudes prevalece la muerte. Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro. Hechos para el amor, hay en cada uno de nosotros una ley de éxtasis: salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser. Por ello en cualquier caso el hombre tiene que llevar a cabo esta empresa: salir de sí mismo. (Papa Francisco, Fratelli Tutti 87-88).
Así que Jesús les hace una propuesta/reto: Ponerse a su servicio, para estar donde él está: «El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor.» ¿Y dónde está Jesús? Su casa la dejó hace tiempo. Y ya no tiene ni dónde reclinar la cabeza. Él está en los caminos de los hombres, especialmente en el de los que sufren y menos cuentan, para compartir con ellos su sufrimiento, para luchar por ellos contra las causas de su sufrimiento. Sus palabras son también una promesa de futuro: estar con él en la gloria. Estaréis conmigo en la gloria.
El Señor no esconde ni disimula que su respuesta es enormemente exigente: les invita a vivir de otra forma, -una forma arriesgada e incluso peligrosa-. Y nombra al Príncipe de este mundo, con el que tiene que pelearse y echar fuera. ¿Y quién es este personaje? Pues tiene muchas caras, muchos nombres, muchos recursos y muchos servidores. Y es muy poderoso.
+ El Príncipe de este mundo se sirve de la violencia y de los violentos, le encanta crear enfrentamientos y divisiones: entre buenos y malos; los de nuestro país y los de fuera; los de una raza y los de otra; los de un partido o sindicato , y los otros; los de una religión y los de otra… Le viene bien todo lo que haga ver al otro como enemigo y destruya la fraternidad.
+ Se le da muy bien manipular la verdad, y puede conseguir que un Justo como Jesús sea visto como blasfemo y peligroso, para que acaben con él. Le vienen muy bien los grandes medios de comunicación, las concentraciones de masas, las redes, los bulos, la falta de transparencia, etc.
Resumiendo: es todo lo que destruye al hombre y su relación fraterna con los otros hombres, impidiéndole así ser aquello para lo que Dios lo ha creado.
Y con el Príncipe de este mundo se enfrentó Jesús, y espera que los suyos le demos también la batalla. Al llegar «su hora», Jesús pareció sucumbir y perder ante su impresionante poder. Pero el Padre estaba de su parte y le glorificó. Fue suya la victoria final. Fue elevado en lo alto como un estandarte de victoria sobre la mentira, la injusticia, la violencia, la traición, el politiqueo, la manipulación religiosa, etc. atrayéndonos a todos hacia él. Desde entonces la historia humana ha quedado alterada, transformada. Dios Padre ha revelado lo que realmente es valioso, de parte de quién está Él, dónde se encuentran la verdad y la vida, y cuál es el camino para llegar a ellas.
Por tanto, el mejor «argumento» que podemos ofrecer nosotros a quienes hoy nos piden: «quisiéramos ver a Jesús» es la entrega de nuestra vida y la lucha contra el Príncipe de este mundo. Para ello, aprendamos de Jesús a pedir la ayuda del Padre para esta batalla: «Padre, glorifica tu nombre», que tu nombre sea santificado, que sea tuyo el triunfo.
El mundo, los buscadores de Dios, necesitan también hoy que Andrés, Felipe, tú y yo, y todos los demás tengamos «algo» y Alguien que mostrar, que ofrecer.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo
DOMINGO IV DE CUARESMA. CICLO B
NICODEMO FUE A VER A JESUS DE NOCHE
Meditación orante
• Habla Jesús:
Vino a verme un doctor de la ley, que ocupa un escaño en el Sanhedrín. Se llama Nicodemo. Viene hasta Betania de noche. Precisamente de noche dio comienzo la historia de la salvación del pueblo esclavo en Egipto, con una cena.
La noche era el tiempo más adecuado -según la tradición judía- para estudiar la Ley.
De noche muchos hombres y mujeres dejan su casa para distraerse, para divertirse, para encontrarse, para romper la monotonía… No siempre lo consiguen.
De noche, miles de samaritanas venden sus cuerpos junto a sus pozos vacíos, luchando por no perder del todo su dignidad. Casi nunca lo logran.
De noche, muchos padres y madres se mueven inquietos y desvelados en sus camas, preocupados por sus hijos que salieron de casa, para saber cuándo vuelven…
Pero es más dura la noche interior.
Es de noche cuando se nos muere alguien que nos importa, como mi amigo Lázaro, o mi padre José.
Es de noche cuando hay que tomar decisiones difíciles en solitario, como me ocurriría en el Huerto de los Olivos.
Es de noche cuando un buen amigo, como Judas, te la juega.
Es de noche cuando nada de lo que hacemos o proyectamos… termina de llenarnos el corazón.
De noche, miles de personas anónimas buscan una luz para sus vidas, una verdad para caminar, un sentido para vivir, una esperanza en que apoyarse. Llevan dentro la noche. Sin saberlo, buscan a Dios.
• Como Nicodemo. Es un buscador, un corazón inquieto que no se conforma con su oscuridad. Y viene a verme de noche, como es de noche dentro de él. Brilla la blancura de su túnica mientras camino a su lado y apenas alcanzo a ver sus ojos. Le da vergüenza que alguien se entere de que ha venido a buscarme.
Caminamos largo rato en silencio. Escucho el latido del corazón de aquel hombre justo, pero extraviado. Se esconde detrás de la noche, y sus preguntas todavía no se atreven a salir. Busco sus ojos, porque he visto lo que hay en su corazón y quiero que lo deje salir para que pueda entrarle la luz de una mañana nueva.
• “Maestro -me dice por fin- nos han llegado voces de Galilea que hablan de ti, de los signos prodigiosos que realizas.
Te he visto esta mañana en el Templo y he escuchado tus palabras. Sé que tú vienes de Dios. ¿Quién puede decir las cosas que tú dices, o hacer las cosas que tú haces si Dios no está con él? ¿Pero cuál es, o dónde está ese reino que tú vas anunciando?”
• De momento no respondo a su pregunta. Prefiero hacerle una invitación:
– Nicodemo, yo te digo que el reino de Dios está en medio de nosotros, ya del todo al descubierto. Pero nadie lo puede ver si no nace de nuevo.
– ¿Cómo puede renacer el hombre siendo ya viejo?, me pregunta asombrado. Es imposible que vuelva a entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo.
– ¡Los razonamientos de los hombres! ¡Qué lógicos son nuestros razonamientos! Todo lo clasifican, lo ordenan, ponen reglas, sacan conclusiones para todas las ocasiones, y con ello levantan un muro donde el misterio, la sorpresa, la novedad de Dios no les cabe.
No es razonable el amor de Dios.
No es razonable su Hijo se haya hecho hombre.
No es razonable que ame tanto a los hombres, que les entregue a su único Hijo.
No es razonable que el Hijo de Dios termine elevado en una cruz.
Y no es razonable que, a pesar e todo, les perdone.
En el fondo, tiene miedo a pisar terrenos desconocidos, que no controla, no tiene ganas de atravesar sus tinieblas y se escuda con sus razonamientos… Este visitante nocturno cree que lo sabe todo sobre Dios, lo tiene “etiquetado”. Está convencido de que con sus rezos, sus prácticas religiosas, con cumplir la Ley y todos sus mandamientos, ya está todo hecho. Es lo que aprendió desde pequeño. Y por eso se ha estancado. Le falta dejarse llevar por el Espíritu, por el amor, por la novedad de Dios, que hace siempre nuevas todas las cosas, y dejarse de tantas leyes y cumplimientos.
• – Nicodemo, Nicodemo, no te escondas. Yo estoy lleno del Espíritu del Señor, que es todo luz, y tengo que denunciar a Israel sus errores, todas sus deformaciones, todos sus prejuicios, todas sus culpas.
El Espíritu me empuja a estar cerca de los pobres, de los esclavos, de los prisioneros, de los ciegos, de los enfermos… Me empuja a crear fraternidad, acoger, amar. He venido para traer la fraternidad y la amistad del Padre para ti, Nicodemo, para nuestro pueblo, para los hombres de todas las naciones…
Le oigo murmurar: “¿Cómo puede ser eso?”. Sigue encerrado en sus seguridades, parece incapaz de abrirse a la verdad, de mirarse sinceramente, de reconocer que está buscando, que siente dentro un vacío.
• – No te extrañes de que te haya dicho que tenéis que nacer de nuevo. Que tenéis que renovar totalmente el corazón, las ideas, el estilo de vida, vuestra relación con Dios. ¿No recuerdas lo que decía el profeta Ezequiel:
«Os rociaré con agua pura y seréis purificados, os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo?»
Necesitas comprender que Dios es rico en misericordia y que quiere levantar y sacar al hombre de sus pecados, de sus violencias, de su empeño por marginar a otros hombres, de creer que se puede manejar a Dios. Que Dios no quiere otra cosa que la vida eterna para todos, que no quiere juzgar, sino salvar. Sólo quienes se empeñen en hacer las obras de las tinieblas, rechazando mis palabras y a mí mismo… quedan condenados. Porque el poder del amor es muy grande, infinito… Pero nada puede con quien se cierra al Amor.
Por eso te digo que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace del Agua y del Espíritu.
¿Es que no oyes la voz del Espíritu que te sopla dentro, como el día de la creación sopló sobre Adán?
¡Claro que oyes su voz!, pero no sabes de dónde viene ni adónde va, y a ti te cuesta dejarte llevar, fiarte, abrirte a lo nuevo. No pareces un «hijo de Abraham», el peregrino de Dios. La amistad de Dios te rodea y ahora te está esperando a ti en medio de tu noche. Y quien te habla es testigo de ello.
Y Pero Nicodemo sigue repitiéndose “¿cómo puede ser?”
Y se aleja a toda prisa, cada vez más envuelto en sus preguntas y sus dudas. Le grito a sus espaldas, mientras se marcha, que tanto ha amado Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarlo…
Pero ya estaba lejos y creo que no me habrá oído. Le veo alejarse, pero queda su voz, y sus mil preguntas vacías, que otras voces repetirán durante siglos: “¿cómo puede ser? ¿cómo puede ser?”.
Yo sé que acabará abriéndose a la luz. Perderá sus miedos y me defenderá ante los Sumos Sacerdotes y pagará de su bolsillo una tumba para mi entierro.
• Rezo por ti al Padre, Nicodemo, rezo por todos vosotros, hombres justos, pero perdidos entre tantas preguntas, pidiendo que os quite el miedo a renacer, que os dé ojos de niño para comenzar de nuevo y que os dejéis sorprender por la ternura de Dios…
Porque el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf a partir de un texto de S. Jacomuzzi
Imagen de José María Morillo
DOMINGO I DE CUARESMA. CICLO B
NUESTROS DESIERTOS
Nuestra vida, mientras dura esta peregrinación, no puede verse libre de tentaciones; pues nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie… puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones». (San Agustín
Algunas personas me dicen en confianza: Cuaresma, «convertirse». Eso no va mucho conmigo: ya procuro ser buena persona, y, quitando los fallos que cualquiera tiene en su vida cotidiana, tampoco tengo «grandes pecados». No pocos lo piensan, aunque no lo digan.
Seguramente venga bien aclarar alguna cosa. Mala estrategia habría sido, si Jesús hubiera comenzado su misión riñendo a la gente, o llamándoles, así por las buenas, «pecadores». No habría captado la atención ni la ilusión de tantos. Jesús vino a traer una buena noticia, especialmente dirigida a los que se sienten peor, a los «excluidos» por su condición de pecadores, a la gente sencilla. Y lo que les pide es «abrir las mentes», mejor «cambiar las mentes» para que puedan entender, acoger y vivir su «Buena Noticia». Algo parecido a lo que le dijo aquella noche a Nicodemo: «nacer de nuevo», cambiar de esquemas mentales, costumbres y actitudes… para abrirnos a la gran novedad del Evangelio. Los parches y barnices no valen, solo esconden. No hay que entender, por tanto, esta llamada a la conversión como un simple «hacer revisión general y pasar a confesarse». Ni se trata de insistir y remachar por enésima vez que «somos pecadores». Pues ya lo sabemos. Más bien, con palabras de San Pablo: Es la oportunidad e invitación a crecer “hasta que todos alcancemos el estado de hombre perfecto y la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4,13).
La cuaresma da comienzo con Jesús apartándose al desierto, durante un período de 40 días. En seguida nos viene a la memoria la travesía de aquel pueblo esclavo en Egipto, que fue invitado por Dios a introducirse en el desierto durante cuarenta años. O Elías, que huye al monte de Dios, en medio del desierto, cuando se encuentra deprimido, desconcertado y desesperado. Como también aquel profeta llamado Juan Bautista que vivía retirado en el desierto… Pues, ¿qué tiene el desierto? De entrada no resulta un lugar muy atrayente.
Nos puede ayudar el caer en la cuenta de todo lo que lo que se queda atrás en los casos que acabo de mencionar. Israel vivía para el trabajo y sin libertad. Un trabajo esclavizante, agobiante, sin sentido, y en pésimas condiciones laborales y sociales. Por otra parte, como pueblo, se encuentran divididos, buscando cada cual sobrevivir como pueda, «pasan» del hermano; y han olvidado sus raíces: sus valores, sus tradiciones, sus compromisos de siempre, lo que para ellos había sido tan importante; su trato con Dios y en su trato entre ellos (la Alianza). No es muy distinto de lo que pasa hoy a muchos.
En cuanto a Elías: Se empeñó en luchar por una sociedad más justa, plantando cara a los poderes políticos que se aprovechaban del pueblo. Denunció las desigualdades sociales y la corrupción y al final… se vino abajo: no consiguió los resultados que pretendía. Parece que el Pueblo (tanto los de arriba como los de abajo) se conforma con la situación. El profeta invocó el poder de Dios y… ¡nada! Su oración no parece ser escuchada. Y encima se burlan de él por acudir a Dios, le desprecian, le acosan, intentan quitarle de en medio… Total, que se le desmorona todo… y huye al desierto deseando morir. Es el cansancio y la desilusión de los luchadores, de las personas limpias, con valores…
Y respecto a Juan Bautista: La Alianza (el compromiso ético y religioso que el pueblo había hecho con Dios), se ha arrinconado.¡Qué más da lo que quiera Dios, su voluntad! No nos resuelve nuestros problemas. Y han cambiado al Dios que les dio la libertad por otros diosecillos ajenos a su realidad cotidiana, aunque conserven algunas costumbres, ritos y prácticas religiosas «vacías». Se ha impuesto un estilo de vida individualista y egoísta. Haría falta un nuevo diluvio purificador. «Convertirlo» todo y a todos a Dios. Y Juan Bautista se va al desierto, a los orígenes. Es necesario tomar distancia de lo que hay y de lo que nos pasa. Y poner en el centro de todo el Amor, esa Alianza nueva y eterna que sellará Jesús con su sangre.
Moisés, Elías y el Bautista pensaron que era mejor arriesgarse e intentar hacer algo nuevo. Era necesario que cada cual se reencontrase a sí mismo, pero también recomponer la comunidad, el pueblo, los cimientos, lo que les ayude a superar las dificultades. Y como en el desierto no hay nada más que uno mismo y Dios, es el mejor lugar para plantearse un cambio, para descubrir las propias tentaciones y enfrentarlas. No es un lugar para quedarse: el futuro, el horizonte no pueden faltar en ese «lugar».
Realmente el desierto no es «un lugar» sino una situación existencial. Creo que en estos momentos que vivimos el desierto ha venido a nosotros. Se nos ha echado encima. Se nos han borrado los caminos, nos aprieta el cansancio y el desánimo, nuestra situación como comunidad humana se ha deteriorado, hemos tenido que dejar atrás tantas cosas y personas y proyectos y…
Pero nos hace falta ahora escuchar la voz de Dios en el silencio. Identificar nuestras tentaciones. Discernir las ideas (e ideologías), rutinas, costumbres y planteamientos que nos impiden abrirnos a la novedad de Dios, a su proyecto del Reino. Entrar en nuestro cuarto. Y descubrir la fuente de Agua Viva que es Jesús y que brota desde nuestro interior. Pero también hay que trazar caminos/futuro. El Papa Francisco nos ha ido señalando muchos de ellos. Resalto especialmente su llamada a construir la Fraternidad Humana, Todos Hermanos, desde la perspectiva del Buen Samaritano, desde la compasión y la misericordia.
Nos harán falta más de 40 días, claro. Pero podemos recordar y aprender… que del desierto Dios es capaz de sacar la vida, de hacer un Pueblo Nuevo donde todos puedan ver nuestro amor y a nadie falte lo necesario para vivir y amar.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo
DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
EL RETO DE ACERCARSE Y TOCAR
Þ «Un leproso se acercó a Jesús».
Ya sabemos que en el tiempo de Jesús (y antes) ser leproso suponía ser un excluido, alguien que no tenía derechos ni podía estar donde estaba la gente; debían mantenerse fuera de las ciudades, y por supuesto fuera de «la ciudad» (Jerusalem con su Santo Templo). Un «descartado» como suel decir al Papa Francisco. Carecían de cualquier contacto humano: ni caricias, ni abrazos, ni gestos de cariño o de cercanía… Seguramente ahora que casi no podemos tocarnos, ni abrazarnos, ni darnos un beso… los comprendemos mucho mejor. Especialmente tantas personas mayores encerradas en casa, la mayoría sin acceso a las nuevas tecnologías. Pero también muchos jóvenes, para los que tan necesario es el contacto social y personal. Este virus nos ha aislado, nos ha encerrado, nos ha hecho cogerle miedo a los otros… que se convierten en una amenaza, incluso los más queridos y cercanos.
Aquellos leprosos ninguna ayuda recibían (más allá de alguna limosna) para sobrellevar su desgracia: una inmensa soledad. Tenían que avisar de su presencia, dando voces, o con alguna campanilla, para que todos se apartaran a su paso y pudieran ponerse «a salvo». Habían dejado de ser tratados como «personas».
También tenían vetada su relación con Dios, estaban «dejados de su mano», ya que esa enfermedad de la piel (se llamaba «lepra» a muchas infecciones que no eran realmente lepra) se considerada un signo de la corrupción interior, del pecado, un castigo divino. Y así es como se siente este leproso que se atreve a acercarse a Jesús: sucio, necesitado de ser limpiado. La religión no quería saber nada de ellos, los mantenía al margen. Esto es lo que enseñaba la Sinagoga, la ley de Dios. Ya no se trataba sólo de un «cuidado» o prevención por riesgos de salud. Era una condena en toda regla.
¿No ocurre algo parecido también hoy cuando se hace sentir culpable a las víctimas de algunas desgracias, o se «justifica» que estén en esa situación: «es que es un borracho, o un vago», es que ha mantenido prácticas sexuales prohibidas… y ha cogido el SIDA…. Aquí en Madrid conocemos bien la situación de La Cañada Real, un barrio construido a base de chatarra, donde vive gente en extrema pobreza… y que se ha quedado sin luz en estos tiempos de pandemia y de frío y nieve. Quienes tienen la responsabilidad de encontrar una solución les reprochan que algunos viven de las drogas, o que no han aceptado los ofrecimientos para «dejar sus casas» y trasladarse a algún pabellón… O sea: que ellos tienen la culpa de su situación. La Iglesia y algunos voluntarios son los únicos que se han acercado, han levando la voz, han ayudado lo que han podido. Menos mal.
Algunas víctimas de abusos han descrito cómo les hicieron sentir avergonzadas y culpables por parte de sus maltratadores, etc.
No es tan infrecuente hoy que, en el plano personal, social e incluso religioso, nos apartemos de ciertos individuos (¡personas e hijos de Dios!) porque nos resultan incómodos, porque no están en «orden» con la ley de Dios (o de la Iglesia), porque es arriesgado tener contacto con ellos, porque están sucios, porque nos pueden meter en problemas, por su condición sexual o por su color/nacionalidad, porque este asunto les compete a otros, porque…. Me resulta tan doloroso y sorprendente enterarme de que se están dando casos de personal sanitario y cuidadores que han recibido amenazas, insultos, daños materiales, invitaciones a «marcharse a otro sitio» y desprecio… por estar trabajando en hospitales y centros de salud. Ellos se juegan la vida por nosotros… y algunos los tratan ¡como a leprosos!
Si nos reconocemos creyentes, estamos mostrando con ese tipo de hechos y actitudes en qué Dios creemos realmente: un Dios excluyente, marginador, que condena, que los abandona a su suerte, que no merecen su amor… Y claro, tampoco el nuestro.
Sin embargo, este leproso no soportaba seguir así, y por sí mismo no tenía nada que hacer. Pero intuye que Jesús sí que puede hacer algo por él… Total ¡que se salta todas las normas religiosas (la Ley) y sociales, para acercarse a él y solicitar su ayuda! No sólo eso, sino que compromete a Jesús: pues el que entra en contacto con un leproso (al margen de que pueda contagiarse), queda a su vez también «impuro». «Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios»… como antes el leproso,
Þ Jesús, sin embargo, no se enfada, ni le riñe, ni se aparta de él. Y lo primero que hace es extender la mano y «tocarle». Empieza por restablecer el contacto humano. Primero físico, y luego de palabra. «Quiero».
+ Quiero que no percibas a Dios como alguien que te excluye ni te deja solo.
+ Quiero que sepas que el Reino también es para ti.
+ Quiero que te veas con derecho a formar parte de la comunidad humana, con tu enfermedad y tu pecado.
+ Quiero que les conste a los sacerdotes que el proyecto y la voluntad de Dios es sanar, acoger, incorporar, incluir.
+ Quiero que la Ley de Dios (= Dios) deje de usarse como instrumento de marginación.
+ Quiero, al tocarte y hablar contigo, que te reconozcas como persona, y quedes sanado por dentro y por fuera.
+ Quiero tocarte… aunque eso conlleve quedar yo «tocado», excluido, manchado, «impuro» y ya no pueda entrar abiertamente en ningún pueblo…
Þ Acercarse a los que están mal, a los que lo pasan mal, a los que no se valoran a sí mismos, a los que están «corrompidos» por dentro o por fuera, aun a riesgo de que nuestro prestigio, nuestra salud, nuestras ventajas… queden «tocadas»… es tarea de los discípulos de Jesús, de la Iglesia entera. Ir a los que no tienen papeles, a los que están desahuciados, a los parados de larga duración, a los que no tienen preparación para conseguir trabajo, o no tienen salud, o no viven conforme a la moral cristiana, o les faltan los «papeles», o…
Dice Marcos que Jesús sintió «compasión», esto es, que su dolorosa situación le afectó, le tocó por dentro. Recuerdo unas palabras del Papa Francisco :
¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, «inició y completa nuestra fe» (Hb 12,2).
Encíclica «Lumen fidei / La Luz de la fe», § 56-57
Y en otro lugar escribió:
«A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.» (Evangelii Gaudium, 270).
Este Evangelio es una invitación a mancharnos, a conocer de primera mano el dolor y la frustración de tantos. Quizá muchos ya no se nos acerquen, o quizá sí: Pero de una manera o de otra, nos están diciendo: «Si quieres… puedes limpiarme». Tal vez no podamos realmente limpiarle, pero que cuenten con una presencia que acompaña, con una lámpara que les ayude a caminar.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imágenes de José María Morillo y Agustín de la Torre
DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
UNA ENFERMA EN CASA
No sólo en la sinagoga de la que acaba de salir, se encuentra Jesús con personas que sufren, que están «limitadas» en su actividad y en su libertad. Resulta que también «en casa» (en la de Pedro) hay dolor. Da la impresión de que los discípulos, tan pendientes de atender a las gentes de los caminos… se hubieran «olvidado» de la suegra enferma… pero al llegar a casa se lo comunican a Jesús «inmediatamente».
Puede resultarnos curioso, que habiendo visto los discípulos algunas de las espectaculares curaciones del Maestro, no se les ocurriera mencionar a la suegra. Marcos no ha recogido cuál era la enfermedad, ni cómo estaba de grave. Pero en todo caso había tenido que meterse en la cama.
Pero este «descuido» es más habitual de lo que parece: no nos damos cuenta o no prestamos atención al estado de las personas que tenemos más cerca: la fiebre, el dolor y la postración, el desánimo, el cansancio, tantos malestares… También es frecuente que, aun sabiéndolo, no lo tengamos muy en cuenta y demos por hecho que tienen que comportarse como si estuvieran estupendamente, que colaboren, que estén de buen humor, que no molesten más que lo justo… En vez de comprender y disculpar su malgenio, su poca disposición a colaborar, sus nervios, su empeño en que estemos continuamente pendientes de ellos… perdemos la paciencia, les decimos cuatro cosas, nos pueden las malas formas… y sin embargo tal vez andemos ocupados y pendientes en atender y hacer «fuera de casa» tantas obras buenas por otros que también lo pueden necesitar.
Afortunadamente para ella (tampoco nos ha quedado su nombre), Jesús es invitado a la casa de Simón y Andrés, y casi como aprovechando las circunstancias, le ponen al tanto de la enferma: le hablaron de ella. No le piden expresamente nada: sólo le hablan, le informan que está mala en la cama con fiebre. Con todo, están expresando su confianza con el Maestro. Me hace darme cuenta (de nuevo) de cuántas palabras sobran en nuestras oraciones, diciéndole a Dios lo que tendría que hacer. En la sinagoga (recordemos la escena del Evangelio del domingo pasado) había mandado callar al poseso de manera tajante: «¡Cállate!». Y en el pasaje de hoy se dice que a los demonios «no les permitía hablar». Palabras, demasiadas palabras. Me viene a la cabeza aquello que explicaba Jesús a propósito de la oración: «cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos». ¡Como los paganos! Podría haber dicho también «no seáis charlatanes, como los demonios». También lo advertía hace 24 siglos el Qohélet: «Cuando presentes un asunto a Dios, no te precipites a hablar, ni tu corazón se apresure a pronunciar una palabra ante Dios. Dios está en el cielo, pero tú en la tierra: sean, por tanto, pocas tus palabras» (Qo 5, 1). He leído, no recuerdo dónde, unas palabras de una carmelita descalza: «En la oración dad el corazón a Dios, en vez de tantas palabras». Pues bien, a los discípulos les bastó con «hablarle de ella». Y lo dejaron todo en manos de Jesús.
También lo que decimos respecto a la oración es aplicable al trato con los enfermos. A menudo nos llenamos de palabrería: «Verás cómo te curas enseguida». «Yo tengo un conocido que tuvo lo mismo que tú, y salió adelante». «Tienes que tener paciencia y hacer caso a los médicos» (como si el pobre enfermo no estuviera dispuesto a hacerles caso). «Si yo estuviera en tu lugar…» (cosa del todo imposible porque nadie puede estar en el lugar de otro). Incluso: «no te quejes tanto», «ten más paciencia», o «no es para tanto», o…
Es verdad que estas cosas se dicen con cariño, buena intención, y pretenden ayudar, pero… seguramente sería más adecuado el silencio. «Jesús se acercó y la cogió de la mano». Sencillamente. Es una buena enseñanza para cualquier cuidador o enfermero, o para los que sabemos de alguien que está «en cama». Acercarse. Físicamente, procurar ir, estar, acompañar al enfermo. Es un gesto de cariño que vale más que mil palabras. No es lo mismo que una llamadita, o que preguntar a quien sea cómo está. Acercarse. Y tomar de la mano. Es otro gesto importante. Cuando uno está pasándolo mal, cuánto ayuda que te den la mano, o un beso en la frente, o un abrazo en silencio. Las caricias, la ternura, las muestras de cariño nunca sobran. Especialmente (pero no únicamente) cuando se trata de personas mayores.
Es verdad que ahora lo de dar la mano, tocar, dar un beso, una caricia… son «cosas prohibidas». Pero como alguien ha dicho por las redes: «Cuando no podemos abrazar a las personas que amamos, siempre podemos quererlas abrazándolas con una oración. Orar por los demás es una manera especial de amarlos y sentirnos unidos a ellos».
El hecho de que Marcos nos diga que la suegra de Pedro está «en la cama con fiebre» indica que no puede -como era propio de la mujer judía- servir, atender, acoger, dar la bienvenida a los huéspedes… Sin embargo, en cuanto se le pasó la fiebre, se puso a servirles. Parece como si el evangelista sugiriera que la falta de atención, de acogida, de servicio… fueran síntomas de que hay una enfermedad, de que algo no va bien, que hay algo que sanar. Y es cierto, porque cuando uno no anda bien física o espiritualmente, se centra en sí mismo, se encierra, incluso hasta puede volverse exigente y egoísta con los demás… pero no «sirve», difícilmente es capaz de estar pendiente de los demás.
En esta sociedad nuestra, y en nuestra propia Iglesia, en nuestras familias (en casa) y comunidades religiosas, me parece a mí que el «servicio», la «atención», la «acogida» no son asuntos de los que nos revisemos suficientemente, como tampoco valoramos y agradecemos a quienes lo hacen… hasta que un día dejan de hacerlo por el motivo que sea y nos damos cuenta del inmenso bien callado que estaban haciendo. Quizá Simón y Andrés se «acordaron» de la suegra enferma, al entrar en casa… y no ser atendidos como era «normal».
Hacer que el otro se sienta bien cuando se acerca a nosotros, atenderle, aceptarle, acogerle… es una importante clave espiritual, evangélica y evangelizadora. La «acogida» debiera ser un aspecto muy cuidado en nuestras parroquias: el lugar donde se recibe (¡ay Dios mío, algunos despachos, y salas de reuniones…, qué poco acogedores!), gente entrando y saliendo, interrupciones de todo tipo… Pero también el talante personal, las palabras y actitudes adecuadas…
Un buen deseo, para concluir estas sencillas reflexiones: Que quien se encuentre conmigo, aunque sea por breve tiempo, se marche, cuando menos, mejor que cuando llegó, como proponía Madre Teresa de Calcuta. Que se sienta saludado, acogido, escuchado, atendido, animado…
Y mejor aún si se siente «sanado», comprendido. Porque -siguiendo el ejemplo de Jesús- se trata de «tocar» su inquietud, su corazón herido, su necesidad, se trata de «tomarle de la mano», y -¡ojalá!- de ayudarle a «levantarse» y ponerse a su vez a servir.
Nos queda para otra ocasión el fijarnos en la «oración» de Jesús en este cuadro de ajetreos, demonios, curaciones, palabras y silencios… que le llevó a irse a otra parte.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo
Domingo IV del Tiempo Ordinario – Ciclo B
CONTRA LOS DEMONIOS
Después de la llamada a los cuatro primeros discípulos (cf. Mc 1,16-20) Jesús fija su residencia en Cafarnaúm que se convierte en algo así como su “cuartel de operaciones”. Es huésped de la familia de Pedro, propietario de una casa junto al lago, a pocos pasos de la sinagoga.
A diferencia de otros evangelistas, Marcos escoge con mucho cuidado una curación para contarla al comienzo de la tarea evangelizadora de Jesús. Quiere así subrayar que toda la actividad y predicación de Jesús tienen un único fin: la salvación/curación/liberación/felicidad del hombre.
Es sábado y la gente va a la sinagoga para rezar y escuchar las lecturas y la explicación de la palabra de Dios. Es un un rabino quien suele organizar el encuentro, pero todo judío adulto puede ofrecerse o ser invitado a leer y comentar las Escrituras. Hacer la homilía solía ser bastante simple: bastaba referirse a las explicaciones dadas por los grandes rabinos sobre el texto bíblico proclamado. Atreverse a hacer interpretaciones personales, y salirse de lo que siempre se ha enseñado, era, cuando menos, arriesgado, porque tal comentarista podría ser acusado de presuntuoso.
Jesús acude como un miembro más del pueblo, y se ofrece para las lecturas. La primera suele tomarse del libro de la Ley, es decir de los primeros cinco de la Biblia; la otra es un pasaje de los profetas. Quien lee la segunda lectura, si se atreve, puede también hacer la homilía. Jesús, aprovechándose del clima de recogimiento y de oración que se ha creado, aprovecha para presentar su mensaje. Pero no se limita a repetir lo que ha sido dicho antes que él, sino que hace un comentario libre y original del texto sagrado.
• «No enseñaba como los letrados». Los letrados eran los Maestros de la Ley, especialistas que interpretaban y aplicaban las Escrituras, las verdades, las muchas normas que formaban parte de la tradición religiosa (mandamientos y prohibiciones…) y las imponían a las gentes. Insistían bastante en las «obligaciones religiosas» (los «cumplimientos», que diríamos nosotros hoy) como clave para estar en orden con Dios, y todas las condiciones y ritos necesarios para ser “puros”. Su modo de hacer discursos era multiplicar las citas de otros personajes anteriores que tuvieran alguna autoridad, otros rabinos y maestros, escuelas espirituales… Pero les faltaba «vida»: ellos se quedaban fuera de lo que decían, sólo transmitían lo que pensaban… Sí, se llenaban de citas, referencias, argumentos, pasajes de la Escritura… que intentaban a aplicar a todas las circunstancias y personas, de manera indiscutible y obligatoria.
Jesús, en cambio, no anda citando a nadie, ni se muestra como representante de ninguna escuela o tradición, ni multiplica citas, ni siquiera echa grandes discursos. Y no tiene inconveniente en “enmendar” la sagrada Ley de Moisés, cuando ésta no ayuda al hombre, sino que se le convierte en una pesada losa, cuando margina al hombre, cuando le deja “excluido” de la relación con Dios. Su punto de referencia para hablar y actuar está en sí mismo. Es el «Santo de Dios», el habitado por el Espíritu de Dios que recibió en su bautismo, y que le empujar a recrearlo todo, liberar, restaurar el espíritu primero que Dios insufló al hombre en aquella primera mañana de la creación, y hacer callar y expulsar de dentro nuestros males y demonios.
• «Precisamente en la sinagoga, había un hombre poseído». Precisamente en la sinagoga, donde se multiplicaban los rezos, los cánticos, las predicaciones y las catequesis. Un «poseído» es alguien que no es dueño de sí mismo; desde fuera, algo se ha adueñado de él, y le impide tomar sus propias decisiones, es más, le hace daño, lo hace dependiente, lo infantiliza, lo anula. ¿Querrá sugerir San Marcos que aquel hombre simboliza a los que están «poseídos» por aquella mentalidad religiosa proclamada por escribas, fariseos y sumos sacerdotes? ¿Que es prisionero y víctima de un modo de plantear la religión que, en el nombre de Dios, anula al hombre, lo llena de obligaciones y ritos… que no le permiten ser él mismo?
La llegada de Jesús supone ciertamente el fin de ese modo de relacionarse con Dios, de ese sistema religioso en tantos casos deshumanizador. Sí, ha venido a acabar con tantas manipulaciones (incluidas aquellas que se hacen en el nombre de Dios), imposiciones, ritos, normas y prácticas… que convierten al hombre en alguien extraño a sí mismo («alienado», diríamos con lenguaje de hoy). Él ha venido a devolver al hombre a sí mismo. Y lo hace con su Palabra. O si se quiere decir mejor: con la Palabra que es el propio Jesús. Una palabra que tiene la autoridad de los hechos: el hombre queda recuperado, liberado, devuelto a sí mismo. Me resulta significativo que Marcos no haya recogido nada de su discurso: la enseñanza y la autoridad de Jesús son las obras.
• ¿Quién de nosotros cree que no está de un modo o de otro «poseído»? ¿Qué es eso de ‘espíritu inmundo’?
1 – La medicina de aquel entonces estaba muy atrasada y fácilmente se atribuían las enfermedades a causas no naturales y en concreto al demonio. Sobre todo esto ocurría con las enfermedades mentales: epilepsia, histeria, esquizofrenia…
2 – Los judíos consideraban que aquellos que no cumplían las leyes, eran «impuros», estaban sujetos a cualquier castigo de Dios y en manos del demonio.
3 – Lo cierto es que el mal existe desde el principio del mundo con mil ropajes y disfraces. Y también habita en nuestro interior, de donde brotan los instintos animales y fuerzas oscuras que nos arrastran al mal: egoísmo, soberbia, avaricia, envidia, lujuria… Y solemos echar la culpa al demonio, a la tentación, al ambiente… y decimos: «quiero, pero no puedo; me gustaría…, pero algo me frena…, siento la llamada…, pero no lo veo claro, no me atrevo, no sé si es el momento, quizá no sea prudente…»
No es muy diferente de aquello que experimentaba san Pablo:
«No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Rm 7, 19-23)
La «posesión» también afecta a la sociedad y a los pueblos. La verborrea de los medios y las redes sociales, los discursos que echan mano de «fuentes», personajes, «opinadores» que no tienen realmente ninguna autoridad ni conocimientos sobre el asunto, o a las previsiones, o a las «encuestas», o a lo que es «tendencia», o a lo que me conviene a mí…
O sea: ¡Cuántos «espíritus y demonios» poseen y deshumanizan al hombre de hoy!: ideologías, estructuras, costumbres, tradiciones, intereses… Incluso puede que la misma religión («precisamente en la sinagoga”, como decíamos antes) caiga en esta tentación… de olvidar al hombre, o hacerlo prisionero de normas, tradiciones o intereses que se ponen por encima del bien del hombre, aunque puedan estar revestidas de «voluntad de Dios»…
• «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?… Sabemos quién eres…». Es una buena pregunta para hacérnosla continuamente. Aquí son los demonios quienes la dirigen a Jesús. Pero Jesús no entra a debatir con ellos. Los manda callar y actúa. Se enfrenta con los que hacen sufrir a aquel hombre y lo libera de todos ellos.
«¿Que quieres de nosotros?»: ¡Que dejéis de manejar al ser humano, que no le hagáis daño, que no os adueñéis de él, que dejéis de imponerles cargas y leyes asfixiantes, que respetéis su dignidad…
Por eso todos los seguidores de Jesús prestamos atención a lo que hace sufrir injustamente al hombre, enfrentándonos con ello, procurando que llegue a ser libre y responsable de sí mismo… Porque cada ser humano lleva dentro el Aliento de Dios que le impulsa a «vivir». Puede que nos ocurra como a los demonios: que «sabemos» quién es Jesús, lo que hizo él y lo que quiere y espera de nosotros… Pero tenemos miedo, temblamos, nos incomoda plantar cara a lo que no nos deja ser nosotros mismos o deshumaniza a otros. Y acabamos por acostumbrarnos a esos “espíritus inmundos” (es decir, contrarios a Dios).
Jesús imagina a sus discípulos como sanadores: “Proclamad que el Reino de Dios está cerca: curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios”. La primera tarea de la Iglesia es curar, liberar del mal, sacar del abatimiento, sanar la vida, ayudar a vivir de manera saludable. Ser un «hospital de campaña» (JBergoglio). Esa lucha por la salud integral es el camino de la salvación. Ayudar a sentir y visualizar que la fe hace bien. Como decía san Pablo: «para ser libres el Mesías nos ha liberado: manteneos, pues, firmes y no os dejéis atrapar de nuevo en el yugo de la esclavitud y servíos mutuamente por amor». (Gál 5, 1.13).
La mejor oración que hoy podríamos hacer hoy, a la luz de este Evangelio es: «Señor, expulsa de nosotros todos esos demonios, y que tengamos la fuerza y la valentía para no dejarnos dominar por nadie… que no sea el mismo Espíritu de Dios». Que así sea.
EL NACIMIENTO DEL REINO. domingo III Tiempo ordinario. Ciclo B
“Establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios. Este Domingo de la Palabra de Dios se colocará en un momento oportuno de ese periodo del año, en el que estamos invitados a fortalecer los lazos con los judíos y a rezar por la unidad de los cristianos” (Papa Francisco).
El Domingo de la Palabra que hoy celebramos es una invitación a acercarnos a ella como Palabra de Vida, transformadora, que nos interpela, que espera de nosotros una respuesta, que nos hace de algún modo contemporáneos y protagonistas de lo que en ella se nos narra. Vamos a intentarlo con el Evangelio de hoy.
Lo primero es darnos cuenta que la escena de hoy no es «simplemente» la presentación de unos personajes que van a acompañar a Jesús en su tarea misionera. Tampoco es «simplemente» la descripción histórica de cómo comenzó todo, de manera que nosotros quedaríamos como espectadores lejanos de lo que allí les ocurrió a algunos llamados por Jesús. Uno de los objetivos de los evangelistas es ayudar a las futuras generaciones a conocer y seguir a Jesús, y con ese criterio (no sólo) redactan los evangelios.
Y es significativo que en los primeros pasos de Jesús en su tarea misionera busque unos discípulos, unos compañeros que irán siendo transformados por él, y que interactúan también entre ellos. O sea: que el Reino que trae Jesús comienza por formar una comunidad, y que sus seguidores le responden personalmente, claro está, pero su respuesta supone aceptar y caminar con otros que el Señor va escogiendo.
También es relevante que el «escenario» que elige Jesús para dar comienzo a su misión no es el sagrado Templo ni en la Ciudad Santa, ni en un contexto religioso: es en el lago, en Galilea, en el lugar de la vida cotidiana de las gentes. Como lo es también qué «perfil» busca Jesús: no son especialistas en la Ley, no están especialmente formados intelectualmente, no consta que sean «fieles cumplidores» de los muchos preceptos judíos, ni forman parte de ninguna de las castas político-religiosas de la época: son gente normal. De algunos sabemos que eran pescadores, o un cobrador de impuestos (mal visto y despreciado por su profesión). De otros no sabemos gran cosa. No era lo habitual que el Rabino eligiese a sus discípulos. Era justamente al revés. Y además Jesús les invita a seguirle sin explicaciones, sin proyecto (bueno: ser «pescadores de hombres», pero seguramente no lo entendieron mucho de momento), sin promesas… y sin excusas, en exclusividad (dejando redes, mostradores de impuestos…). No busca «seguidores» a tiempo parcial, ni quiere que los trabajos, la familia, etc estorben en su seguimiento. Se trata de «estar con él» como prioridad absoluta.
Poco antes de estas llamadas, y como un eco de la predicación de Juan Bautista, proclama: «Convertíos y creed en el Evangelio». Pero es un eco y un tono diferente al del Precursor: Está encabezado por una Buena Noticia (=Evangelio) de Dios, no hay asomo de amenazas (como las de Juan o de Jonás, por ejemplo: la ciudad será destruida…). Se trata de que Dios (su Reino) está cerca y eso despierta la esperanza, las expectativas, la alegría, el consuelo de las gentes, sobre todo de los que están peor.
Esa cercanía de Dios no está «atada» a un lugar, ni a unas prácticas religiosas, ni a una doctrina, ni tiene más condiciones que «creer» en esa presencia cercana y bondadosa de Dios. Jesús aquí no reprocha ni menciona el pecado o el arrepentimiento. Su llamada a la conversión significa y supone un cambio de mentalidad, capaz de abrirse a la novedad que Jesús trae con su presencia y su Evangelio. Es lo mismo que le decía a Nicodemo: «hay que nacer de nuevo», hay que hacer limpieza mental y vital de muchas cosas que se han aprendido y bloquean o condicional o limitan el auténtico encuentro con Dios. Precisamente los que no quisieron cambiar su mentalidad, para seguir con lo de siempre y como siempre y defenderlo y protegerlo a toda costa… serán precisamente los que le lleven a la cruz.
En cuanto al «acento» y contenido principal de su misión es la preocupación primordial de su Padre Dios por el hombre. Y habrá de ser la preocupación y tarea principal de sus seguidores de entonces y de todos los tiempos: los hombres, ser «pescadores de hombres». Buscar las «ovejas perdidas», acoger a los «hijos pródigos», poner la tierra patas arriba hasta que aparezca la moneda que se perdió. Por tanto, su Evangelio no será una colección de doctrinas, ni ritos, ni prácticas, ni… ¡Será la «cercanía», «acercarse» en el nombre de Dios al que tiene hambre, sed, falta de justicia, está desnudo, enfermo, el marginado, el que no tiene derechos…! Esta es la Buena Noticia. Esto es lo que Jesús «hará», del verbo «hacer», acompañado por sus palabras: buscar, perdonar, sanar, bendecir… Y el grupo de discípulos que le acompañan tendrán que «visibilizar» con sus hechos, actitudes, prioridades y palabras («ved cómo se aman») la propuesta de vida de Jesús.
Pues… nada más (¡y nada menos!). Ahora se trata de ver qué me dice personalmente esta palabra en estos momentos de mi vida: orarla, aceptarla, asumirla en la propia vida y… caminar con otros por las nuevas Galileas.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo
DOMINGO II ADVIENTO. UNA PALABRA DE CONSUELO
UNA PALABRA DE CONSUELO
Isaías es un profeta que vale para todos los tiempos. Su palabra no era simplemente el fruto de un rato de reflexión, sino la expresión viva de su profunda experiencia de Dios. Procuraba mirar la realidad de su tiempo, a la que estaba muy atento, con los ojos y el corazón de Dios. El profeta sabe que la historia es siempre «historia de salvación». Cuando él escribe, su pueblo está bastante perdido, desilusionado, desesperanzado, desconcertado, desanimado, – y todos los «des» que queramos añadir- por la situación política, económica y personal de todos ellos, pues se encuentran «desterrados», no tienen «tierra» bajo sus pies donde sostenerse, donde levantar sus vidas. Están de prestado, exiliados, dispersos, inseguros. La gris niebla envuelve su presente, y les impide ver su futuro. No hay futuro.
Por su parte, los jefes del pueblo no están a la altura, preocupados -como tantas veces- por sus mezquinos intereses, y dominados por el miedo y la resignación. O «adaptados» a las circunstancias, procurando que les vaya lo mejor posible.
No es una situación muy diferente de la nuestra. No es necesario indicar los rasgos de lo que todos estamos viviendo en estos tiempos difíciles: Desánimo, soledad, tristeza, ira, miedo, desencanto…
Pues en aquellos tiempos de Isaías -y cada vez que se repiten circunstancias semejantes- Dios tiene una palabra que decir a través de los que tienen un corazón «bien lleno de Dios». Suele servirse de oráculos, de portavoces, de mediadores… para hacerse presente. En este caso Dios lanza un deseo, una petición, casi una orden a quienes puedan y quieran escucharle: «Consolad a mi pueblo y habladle al corazón«.
Consolar significa estar con el que se siente solo, con el que sufre, con el que se encuentra en dificultades y aliviar su carga, calmar la inquietud, fortalecer su fragilidad, suavizar la angustia… de modo que pueda vivir más sosegadamente, más esperanzadamente, con más confianza. El consuelo no elimina el dolor, y tampoco lo «relativiza» (al menos no siempre) pero sí ensancha la esperanza y fortalece el coraje para afrontarlo.
En el Evangelio de hoy escuchamos: «Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor». Desierto es una palabra inquietante en nuestros días. Casi el 33% de la superficie terrestre está ocupada por desierto. Y la proporción va en vertiginoso aumento. Leo, por ejemplo, que el ritmo de deforestación en Brasil ha aumentado a unos 4.430 campos de fútbol por día y que entre agosto de 2019 y julio de 2020, 11.088 kilómetros cuadrados de selva haya sido talados en la región. Cada año cientos de miles de hectáreas de terreno cultivable se convierten en desierto. Y millones de personas, se han visto obligadas a dejar atrás sus tierras, por el desierto que avanza.
Pero existe otro desierto: no fuera, sino en medio de nosotros; no en zonas remotas del planeta, sino dentro de nuestras propios ciudades: Es el «secarral» de las relaciones humanas, la soledad, la indiferencia, el aislamiento, el anonimato. El desierto es ese lugar donde si gritas nadie te oye, si yaces en tierra acabado nadie se te acerca, si una feroz bestia te asalta nadie te defiende, si experimentas un gran gozo o una gran pena no tienes con quien compartirla. ¿Y no es esto lo que ocurre en muchas en nuestras ciudades? Nuestro agitarnos yendo y viniendo y quejándonos, ¿no es también un gritar en el desierto?
Y también hay un desierto, quizá más peligroso: el que cada uno de nosotros lleva dentro. Justamente el corazón puede transformarse en un desierto: árido, apagado, sin afectos, sin esperanza, infecundo. ¿Por qué muchos no logran despegarse del trabajo, apagar el móvil, la radio, la tele, el WhatsApp, los auriculares…? Tienen miedo de reconocerse en ese desierto. La naturaleza, dicen, tiene «horror del vacío», y también el hombre rehuye el vacío. Si nos examinamos honestamente, veremos cuántas cosas hacemos para evitar encontrarnos solos, cara a cara con nosotros mismos y frente a la realidad. Cuanto más crecen los medios de comunicación y las redes sociales, más disminuye la verdadera comunicación. Tenemos la sensación de que este mundo es como un desierto sin sendas. Donde los gritos de auxilio no son acogidos, no obtienen respuesta tapados por nuestros ruidos, y engañados por los espejismos y oasis que nos ayudan a olvidarnos de todo…
Ante esa situación de desolación del pueblo de Israel, Dios toma partido de una vez para siempre. Se coloca al frente del rebaño como un pastor amoroso. Pero no se queda en simples palabras: su consuelo va acompañado de acciones. El texto nos lo describe muy bien: los montes se abajan, los valles se levantan y Dios mismo se pone al frente. Las acciones orientan y abren caminos. El consuelo nos habla al oído en el presente y nos infunde una esperanza que nos hace encarar el futuro desde la seguridad y la confianza de saber que no nos encontramos solos en medio del “desierto” de nuestros miedos y dudas.
El apóstol Pedro nos dice que los cristianos «ESPERAMOS UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA DONDE HABITE LA JUSTICIA«. Pero ¿es un sueño al estilo Walt Disney? Pues no: ese sueño tiene mucho que ver con las palabras de Juan Bautista: «PREPARADLE EL CAMINO AL SEÑOR, ALLANAD SUS SENDEROS«.
El cristiano es un eterno inconformista, y está convencido de que hay muchos obstáculos que remover. Su esperanza no es una ilusión evasiva de la realidad, ya que somos seguidores de Alguien que se dejó el pellejo en la cruz por luchar a favor de ese Mundo Nuevo. Y además contamos con la fuerza y el discernimiento del Espíritu. Cuando escuchamos hoy: «AQUÍ ESTÁ VUESTRO DIOS«, es la señal de salida para ponernos manos a la obra, empezando por nosotros mismos. Dios sale al encuentro de quien se pone a remover obstáculos: siempre podemos tender puentes a aquellos que se han alejado de nosotros por tener opiniones o criterios distintos; siempre podemos revisar nuestro consumismo desenfrenado; siempre podemos poner más ternura en las relaciones humanas; siempre podemos buscar espacios de silencio y oración para dejar que Dios nos hable al corazón y nos ayude a encontrar sendas en cualquiera de nuestros desiertos; siempre podemos ayudar a alguien a ser más feliz, a sufrir menos… y podemos porque Cristo pudo, y ser discípulo suyo es creernos que ese mundo nuevo es posible, y la lucha por él es la que da sentido a nuestro caminar. La única batalla que se pierde es aquella en la que dejamos de luchar. Nunca rendirnos ni conformarnos ni acostumbrarnos. Nunca renunciar a seguirlo intentando. Nunca perder nuestra dignidad humana y nuestra confianza en nosotros mismos y en Dios: Él es la fuerza de nuestra fuerza.
Este segundo domingo de Adviento quiere consolarnos, sacarnos de nuestra desesperanza y modorra, de modo que no nos venzan las cosas malas que nos envuelven, para no dejar que nada ni nadie nos quite la paz del corazón y nuestros deseos de ser mejores y hacer un mundo siquiera un poquito mejor. Para eso vino Dios a la tierra, y sigue viniendo y no se cansa de venir. Hasta que todo esto sea realmente UN CIELO NUEVO Y UNA TIERRA NUEVA donde habite la justicia. Y la paz. Y la fraternidad.