ASCENSIÓN DEL SEÑOR. CICLO B

ASCENSIÓN DEL SEÑOR: MISTERIOSA AUSENCIA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El hecho: subió al cielo… no quedó en la tierra
  • La ausencia: lo echamos de menos.
  • El deseo: Marana Tha

El hecho: Subió al cielo… no quedó en la tierra

Cuando celebramos la “Ascensión de Jesús en cuerpo y alma al cielo”, ¿somos conscientes de la distancia que nos separa de Él? ¡Jesús es el gran ausente! Ha dejado vacío su puesto… Nos ha dejado “huérfanos

Seamos conscientes de esa ausencia y no nos contentemos, sin más, con las re-presentaciones: nadie es capaz de cubrir su ausencia… ¡Jesús subió al cielo!

Deberíamos “echar de menos” a Jesús muchas más veces. Lo echó de menos Marta, la hermana de Lázaro, cuando le dijo a Jesús: “Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto”.

Nos hemos habituado demasiado en la Iglesia a la ausencia de Jesús y no lo echamos de menos: ¡Jesús está en el cielo! Algunos grandes creyentes como san Agustín o el gran reformador protestante Calvino resaltaron mucho la ausencia de Jesús: son “otras voces” las que nos transmiten sus palabras; son los “símbolos de pan y vino, agua, u óleo, o gestos de algunas personas” los que nos transmiten su presencia. El Cuerpo de Jesús -decimos ahora- que es la Iglesia… pero su Cuerpo está en el cielo.

La ausencia: ¡lo echamos de menos!

Fray Luis de León, poeta y místico de nuestro siglo de Oro hizo del tema de la ausencia de Jesús un tema central. “Y nos dejas, Pastor santo, / en este valle de lágrimas lleno/ sin luz, sin paz, sin ti, sin esperanza/ de tristeza, de soledad, de miedo!”. Resaltaba en sus poemas la ausencia física de Jesús y la necesidad de buscarlo en la intimidad de su corazón y en la dimensión espiritual de nuestro ser.

Un poema de tiempos de santa Teresa de Jesús y de autor anónimo, ante el cual Teresa quedó extasiada decía: “No quiero contento, mi Jesús ausente,/ que todo es tormento a quien esto siente/ solo me sustente su amor y deseo, / veante mis ojos, muérame yo luego. Y luego concluye: ¿Quién te habrá ocultado bajo pan y vino? ¿Quién te ha disfrazado, oh, Dueño divino? ¡Ay que amor tan fino se encierra en mi pecho! Veante mis ojos, muérame yo luego”

No es fácil entender el “conviene que yo me vaya”, cuando Jesús nos dijo también: “¡sin mí no podéis hacer nada! Jesús, en este día, quiere provocar nuestra fe y nos pide dar un salto en el vacío. Desea ser creído, y no simplemente aceptado por las evidencias. Desea ser deseado y no simplemente aceptado como un hecho evidente.

¡Cuánta impresión producen los hombres y mujeres buscan a Jesús, que buscan a Dios! Quienes perciben ya en la tierra su presencia, su aroma (el buen olor), quienes lo descubren en sus símbolos sacramentales. Ya desde la antigüedad la vocación de monje o monja se verificaba a través de una pregunta del abad o la abadesa al candidato: “¿a qué vienes? La respuesta no podía ser otra que ésta: “¡a buscar a Dios!”, a “buscar a Jesús”. 

¡Marana Tha!

Ante la experiencia de la ausencia de Jesús solo nos queda repetir una y otra vez lo que proclamamos después de la consagración eucarística: “¡Ven, Señor Jesús!”.

Estamos en una barca que se hunde… y le gritamos: “¿No te importa que perezcamos? ¡Ven Señor!

¿Por qué te has ido?.. Y a pesar de su ausencia, ¡creemos en su presencia! ¿No es ésta la verdadera fe? Los días antes de Pentecostés nos pueden reunir en oración para buscar, para suplicar un poco más de presencia, para esperar una salvación más efectiva.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO 6. TIEMPO DE PASCUA. CICLO B

AMOR A “TODOS” SIN EXCLUSIÓN

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • Estupor de Pedro ante el amor sin fronteras
  • Dios es Amor
  • Dar la vida por los amigos

Estupor de Pedro ante el amor sin fronteras

La primera lectura nos relata cómo un grupo de paganos o gentiles -reunidos en casa de Cornelio- le pidieron a Pedro que los aceptase en la comunidad de Jesús por medio del bautismo. En principio, Pedro se negó, porque pensaba que el don de Dios estaba reservado sobre para los judíos.  Con todo, había tenido un sueño simbólico, en el cual Dios le pedía que comiese “animales” considerados por Pedro como “impuros”.  Ante la negativa de Pedro, Dios le dijo: “Pedro, lo que Dios ha hecho puro, no lo llames tú impuro”- Después el Espíritu se derramó sobre los paganos y comenzaron a hablar lenguas extrañas y proclamar las grandezas de Dios. Entonces, Pedro, lleno de estupor se preguntó: ¿Se puede negar el agua del bautismo a quienes han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros”?

El Espíritu Santo es el Amor de Dios derramado en nuestros corazones.  Dios ama a todos y quiere que todos se salven; el Espíritu se derrama sobre toda la humanidad. Por eso, Jesús nos envió a proclamar el Evangelio y bautizar a todas las gentes.

Dios es Amor

La segunda lectura nos ofrece la más sorprendente definición de Dios: Dios es Amor, nos dice san Juan. Para conocer quién es Dios es necesario “amar”: “quien no ama no puede conocer a Dios”. Las personas que aman “mucho” conocen mejor a Dios que aquellas que no aman tanto. Y el amor consiste no tanto en que nosotros amemos a Dios, sino en que Dios nos ha amado tanto que nos ha enviado a su Hijo, como víctima por nuestros pecados.

Dios quiere que todos los hombres se salven. Y sí lo quiere hará lo posible e imposible para que así sea. Nosotros también debemos amar a todos, hasta a los enemigos. El amor cristiano no excluye a nadie, a nadie.

Dar la vida por los amigos

 Jesús en el evangelio de hoy nos muestra cuál es el amor más grande: ¡dar la vida por los amigos! Jesús nos amó tanto que dio su vida por nosotros.

La fuente del amor es la experiencia de cómo Dios nos ama, de cómo Jesús nos ha amado

Quien ama no es partidista ni universalista; si es de derechas está abierto a los de izquierdas y si es de izquierdas está abierto a los de derechas. Quien ama no busca una unidad ficticia e impuesta, porque reconoce los derechos individuales y los protege. Quien ama no se siente satisfecho con ser miembro de un grupo o comunidad o religión, con vivir en un terruño o espacio de tierra: quien ama tiende a ser global, abierto al todo, habitante del mundo, ser histórico. Quien ama no condena, sino que trata de comprender al otro y está dispuesto a pasar por el difícil trago del “perdón” y por relativizar lo que entendemos por justicia. Quien ama está dispuesto a nacer de nuevo. Quien ama se preocupa más de las víctimas que de sí mismo. Es sincero y humilde. Quien ama pide perdón y perdona. La verdad del amor se muestra en la capacidad de pedir perdón y de perdonar. El callarse y no defender la verdad es algo así como un insolente orgullo, revestido de humildad.

Conclusión

Madre Teresa de Calcuta le pedía a sus hermanas Misioneras de la Caridad que al atender a los más pobres, a todos, se les notara en los ojos la alegría.

Sí, un día descubriremos que la aventura amorosa de toda nuestra vida ha sido posible porque Dios nos visitó, porque su Espíritu fue derramado en nuestros corazones. Quizá lloremos por haber perdido grandes oportunidades de amar y por no utilizar más frecuentemente el abrillantador, el embellecedor, el reconstituyente, el configurador de nuestros amores, que es el Espíritu de Dios y su Palabra; o quizá mejor, ¡por no dejar que nuestros amores sean plasmados por el Santo Espíritu y la Palabra! Pero descubriremos que Alguien estuvo a nuestro lado y todo se convertirá en excelentes memorias, como la canción que ahora interpreta el coro “One Voices”:

José Cristo Rey García Pardes, CMF

DOMINGO 5. TIEMPO DE PASCUA. CICLO B

LAS TRES PRESENCIAS… y dar mucho fruto

“Ante el fracaso, ante la infructuosidad de nuestras iniciativas, ante el avance imperturbable de la vida, no pocos de nosotros nos preguntamos: ‘¡Tantos desvelos, tanto esfuerzo, tanta preocupación! ¿Para qué?’. En momentos de duda, la Palabra de Dios nos ofrece luz y consuelo, invitándonos a reflexionar sobre nuestra verdadera conexión con la fuente de toda vida y esperanza.”

Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • El celo infructuoso del neo-converso
  • Injertado en la vid, da fruto abundante
  • Las tres presencias

El Celo Infructuoso del Neo-converso

“En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos encontramos con un ferviente Pablo de Tarso, un neo-converso que, desbordado por el entusiasmo y las nuevas ideas, suscita sospechas en la comunidad cristiana primitiva. A pesar de su pasión, Pablo no logra convertir a los judíos y se convierte en un problema más que en una solución. Aquí interviene Bernabé, que ve en Pablo un ‘instrumento elegido por Dios’. Después de un tiempo necesario para madurar y hacerse creíble, Pablo es reintegrado a la misión, transformado y más efectivo.”

Injertado en la vid, da fruto abundante

“El Evangelio nos recuerda la importancia de estar ‘injertados en la vid’. Jesús, la vid, es la fuente de vida y fructificación. Sin Él, somos como ramas secas, destinadas al fuego. Al estar conectados con Jesús, quien nos proclamó como la Resurrección y la Vida, nuestras acciones y oraciones cobran un nuevo significado, no por méritos propios, sino por nuestra unión vital con Él.”

Las tres presencias

“Las lecturas de hoy nos hablan de las tres presencias de Jesús: en la Eucaristía, en la comunidad eclesial, y en la Misión. Jesús está presente en el pan y el vino, en la Palabra proclamada, y en cada uno de nuestros hermanos, especialmente los más necesitados. Acoger a Jesús en estas tres presencias nos permite ver y actuar más allá de nuestras limitaciones, convirtiéndonos en sus sarmientos vivos y fructíferos.”

Conclusión

“Invocamos al Espíritu Santo para que nos guíe en esta ecología de la Presencia total, para vivir una espiritualidad que abarca todas las dimensiones de nuestra existencia.

Que nunca nos separemos de Ti, Señor. Que te encontremos siempre en las tres presencias a través de las cuales vienes a nosotros, y que no permitas que nos desconectemos para vivir únicamente desde nuestras propias fuerzas. Tú haces maravillas en nosotros, a través de nosotros, porque somos tu expresión corporal, tus sarmientos.”

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO III DE PASCUA. CICLO B

EL MAL NUNCA DERROTARÁ LA ALIANZA

Dividiré esta homilía en tres partes:

  • El pecado es “deicidio”, “crimen perfecto”
  • Cómo detectar el mal
  • El Cuerpo de Jesús, la nueva Alianza

El pecado es “deicidio”, “crimen perfecto” 

Estamos en el tiempo de la Alegría pascual. Y sin embargo, las dos primeras lecturas de este domingo nos hablan del “pecado”: la lectura de los Hechos de los Apóstoles nos lo presenta como “deicidio” (“matasteis al Autor de la Vida”) y la lectura de la carta de Juan como “mentira”. 

Estos dos textos nos indican que la Resurrección de Jesús es “apocalipsis” o “revelación”, que nos ofrece la clave para distinguir el bien del mal. 

El crimen perfecto suele ser indetectable: borra sus huellas… elimina todas las pistas. Los responsables de la muerte de Jesús realizaron el crimen perfecto: ¿A quién culpar? Basta un genérico e inofensivo “¡todos somos culpables!” para darnos por satisfechos. Es un crimen de tal forma ritualizado, que a nadie incomoda. Así entramos en un estado de ilimitada banalidad: más allá del bien y del mal.

La causa de aquel horrible crimen no desapareció: sigue presente en la humanidad y sigue creciendo. Al decir “yo pecador”, “todos somos pecadores”, estamos diciendo que también nosotros colaboramos en aquel “deicidio”, que participamos en el “¡crucifícalo! Y Jesús nos disculpó ante Dios Padre al exclamar: “¡Perdónalos, no saben lo que hacen!” Pedro, el primer apóstol sí lo sabía: “¡Matásteis al autor de la Vida!”. ¿Se puede decir algo más horrible?

El teólogo protestante Karl Barth definió el pecado con tres palabras terribles: deicidio, homicidio y suicidio. El pecado nos vuelve deicidas, homicidas y suicidas. Darse cuenta de ello es “dolor de los pecados”. Que no duela… es banalidad y mentira.

Cómo detectar el mal

Quien vive en Cristo Jesús y lo ama, se da cuenta de la monstruosidad del mal, pero está convencido de que el Mal puede ser vencido. Y se guía por este criterio: “todo aquello que puedes colocar en la cruz de Jesús es cristiano; lo que no puedes colocar en ella no es cristiano”. En la cruz de Jesús no hay soberbia, ira, gula, lujuria, avaricia, pereza

Ninguno de los siete pecados capitales tiene lugar en la cruz de Jesús: soberbia, envidia, ira, gula, lujuria, avaricia, pereza. Si Jesús en la cruz disculpa, no será entonces bueno, acusar a los hermanos; si Jesús en la cruz está desnudo, no será tan bueno preocuparse tanto de cómo uno se viste; si Jesús en la cruz quiere ser signo de reconciliación, no es cristiano evitar caminos de reconciliación… Nosotros, la Iglesia católica, deberíamos preguntarnos si todo lo que hacemos, si nuestras estructuras y modos de actuar, tendrían su marco adecuado en la cruz de Jesús….

El Cuerpo de Jesús: la nueva Alianza 

El evangelio de hoy nos muestra la bella pedagogía de Jesús ante quienes están sobresaltados por la fuerza del mal. Se les aparece y les habla con impresionante ternura: ¿Por qué estáis tan asustados? ¿Por qué tenéis esas dudas en vuestro corazón? Y les pide que se acerquen a Él: ¡Ved mis manos y mies pies! ¡Soy yo mismo! ¡Tocadme! ¡Mirad! ¡Todo…  tenía que cumplirse!

Después los invita a proclamar su resurrección en todas las naciones. 

La humanidad no está dejada de la mano de Dios. Y los discípulos de Jesús hemos de proclamarlo:

  • No demos importancia al mal: la Muerte ha sido vencida y ya no tiene aguijón; 
  • El Señor no está ausente. Como decimos en la Eucaristía: “El Señor esté con vosotros” 
  • Adoptemos un rosto de victoria y alegría. ¡Nada de amargura y tristeza!

Conclusión

Cada Eucaristía es volver Cenáculo para disfrutar de las palabras y la presencia del Señor. Cada Eucaristía es una aparición pascual. En cada Eucaristía se renueva la Alianza y Jesús nos dice una vez más: “A pesar de todo, os quiero y os quiero para siempre”.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO II DE PASCUA. CICLO B

“… Y DIOS LOS MIRABA CON AGRADO”. La comunidad de la Alianza
 ¡Y Dios los miraba con agrado…! 
La Comunidad de la Alianza

¿Nos mirará con agrado nuestro Dios también a nosotros -la Iglesia del 2024? ¿Le agradará la situación de su Iglesia, de nuestras parroquias, de nuestras familias, de nuestras comunidades? Estamos en un tiempo de “sinodalidad” y las divisiones se muestran tanto que hay peligro de “cisma”, de división”. Nos culpamos unos a otros.

 Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • Motivos de preocupación.
  • Paz a vosotros.
  • Y también el Espíritu de la utopía
  • Resucitó mi Amor y mi Esperanza

Motivos de preocupación

Motivo de preocupación es, por ejemplo, 

  • la poca valoración que la Iglesia en las encuestas de opinión. 
  • es que quienes intentan ser educadores de la conciencia, gocen de tan poca autoridad moral en nuestra sociedad.
  • Pero motivo de mayor preocupación es la división interna de la Iglesia que ni siguiera la propuesta de la sinodalidad es capaz de erradicar

No estamos en un momento de primavera, ni de nuevas ilusiones, aunque lo esperábamos. Resurgen las tensiones, que nos ponen al límite del cisma. Estamos en un tiempo de divisiones.

¡Paz a vosotros!

Y, en medio de todo esto se nos aparece Jesús resucitado que nos dice: “¡Paz! a vosotros!”. Y nos enseña sus manos taladradas y su costado abierto, que mana sangre y agua, y se pone en medio de los enfrentados y nos repite: “¡paz a vosotros!”.

Sí. Es la “paz” lo que más necesitamos. Ante todo, la paz del corazón y luego la paz con el hermano o hermana de quien nos sentimos alejados. Y para que la paz sea más fácil, Jesús nos presenta sus llagas, su costado abierto, dado que “murió por nosotros”, “para reunirnos a los alejados y dispersados”. Jesús no discrimina a unos ante otros. Quiere la totalidad. Le interesa más que todos tengamos un solo corazón, una sola alma y todo en común, que unos cuantos tengan matrícula de honor y los demás queden suspendidos.

Jesús también se nos aparece a nosotros con el poderío de su Resurrección. 

Y también el Espíritu de la utopía

Jesús resucitado respira, tiene aliento y nos lo transmite. Es su Espíritu. Y ese aliento nos da la vida, como en la Creación el aliento de Dios a Adán. El Aliento de Jesús es su Espíritu que da vida a la comunidad cristiana, que la unifica. Y el efecto de ese gesto del Resucitado, lo expresa muy bien la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles que nos presenta el sueño de una comunidad utópica: “Todos pensaban y sentían lo mismo”, “poseían todo en común”, “daban testimonio de la resurrección con mucho valor”, y “Dios los miraba con agrado” .

¿Puede la experiencia de la Resurrección llevarnos a una fraternidad así, tan utópica? ¿Podría el Señor Resucitado acabar con nuestros particularismos sectarios, nuestras economías no-solidarias, nuestras divisiones internas? ¿Cómo conseguir la mirada benévola de Dios?

Resucitó mi Amor y mi Esperanza

Se nos invita hoy a “amar a los hijos de Dios”. Nos dice la secuencia o el canto anterior al Evangelio: “Resucitó mi Amor y mi Esperanza”. Sí, con Jesús resucita su comunidad, su Iglesia. ¡Entremos en el programa del Amor fraterno, de tal manera que respiremos en la Iglesia, en nuestras parroquias, familias y comunidades la “atmósfera de amor”! Abramos las puertas del corazón a todos, suprimamos los controles, que se acaben los recelos, instauremos conversaciones significativas, seamos hermanos y hermanas… sin condiciones… sin diplomacias turbias.

Conclusión

¡Paz a vosotros! Que aparezca la Iglesia del rostro amable, la Iglesia de todos y no de unos cuantos. Que aparezca la Iglesia del lenguaje que todos entienden, la Iglesia del diálogo que a nadie desecha, la Iglesia que sale del cenáculo y recorre los caminos del mundo para anunciar su mensaje de Alegría -la Buena Noticia-.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. CICLO A

¡EL ESPÍRITU SOBRE TODA CARNE!

Pentecostés es la fiesta de todos. Es la fiesta del mundo. El Espíritu se derrama sobre toda carne, como regalo de Dios Padre y de Jesús resucitado a la humanidad, a la tierra, a toda la creación. El Espíritu es enviado para renovar la faz de la tierra.
Dividiré esta breve homilía en cuatro partes:

  • 1) La fiesta del Espíritu;
  • 2) las lenguas del Espíritu;
  • 3) La revolución de Pentecostés;
  • 4) alternativas para la comunión de los diversos.

La fiesta del Espíritu

En la escena de Pentecostés se aprecia cómo el Espíritu desciende sobre los Doce, pero también… sobre las mujeres, sobre los familiares de Jesús. 
Cuando abandonando el Cenáculo, salen a las plazas, Pedro, como el gran portavoz de la comunidad, comunica a todo el mundo la gran noticia. Pero lo hace no con sus propias palabras, sino evocando las palabras del profeta Joel: 

El Espíritu se ha derramado sobre toda carne: ancianos, jóvenes, hombres y mujeres… 

La expresión “toda carne” hace referencia a la totalidad de los seres vivientes. ¡Qué maravilla! Para Pedro ¡sobre toda la creación se derrama el Espíritu y se convierte así en “santuario” del Espíritu de Dios. Ya lo había proclamado ante el Sanedrín el intrépido joven helenista Esteban: “El Altísimo no habita en casas construidas por manos de hombre” (Hech 7,48)

La presencia del Espíritu no está circunscrita a lugares o personas determinadas. El Espíritu está por doquier: en todo pueblo, en toda religión, en todo ser humano, en toda criatura. Hoy es la fiesta de la presencia del Espíritu en toda carne.  

Las lenguas del Espíritu

Pentecostés es un acontecimiento lingüístico. El único fuego se esparce en llamas. El único mensaje se expresa en todas las lenguas, en todas las culturas. El autor de los Hechos menciona a personas de 17 países que escuchan la voz del Evangelio en sus propias lenguas: 

  • partos, medos, elamitas;
  • habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene,
  • forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes.

El Espíritu habla todas las lenguas del mundo y en ellas se expresa. No tiene barreras que le impidan hacerse presente.

La revolución de Pentecostés

Se acabó el sueño de una iglesia meramente “judía”. Se acabó el proyecto de una iglesia dominada solo por una cultura, una lengua, un estilo. Con Pentecostés se hace realidad el sueño de una Iglesia católica. En ella, cualquier pueblo se siente “en casa”: no necesita pagar peajes culturales, ni renunciar a su lengua y lenguaje. ¡Nadie, nadie, debe ser excluido!
Hay que estar muy atento para no apagar las llamaradas del Espíritu. Así nos lo pidió Pablo: “no apaguéis el Espíritu” (1 Tes 5,19) y también…: “no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios” (Ef 4,30).

Alternativas para la comunión de los diversos

Lo que caracteriza al Espíritu Santo es su capacidad de expresarse en lo diverso. Es como el agua que todo lo humedece. Como el fuego que todo lo enciende. Como el aire que penetra por cualquier resquicio.
El Espíritu de Dios es uno solo y es amor. Los malos espíritus son “legión” y generan división, enfrentamiento y odio.
Los caminos que el Espíritu ofrece articulan lo diverso: el Espíritu es abre-caminos. Las prohibiciones son cierra-caminos. Las prohibiciones sirven de poco, si no ofrecen caminos alternativos. Los líderes con Espíritu siempre encuentran alternativas. 

Conclusión

Hoy, Pentecostés, exclamamos: “Veni Sancte Spiritus”. Nos disponemos a acoger el gran regalo de Dios Padre y de Jesús resucitado. Y ese regalo tan personal lo comparamos al fuego, al torrente, al viento huracanado, al amor apasionado, a la capacidad creadora, a la belleza embellecedora, al toque delicado que a vida eterna sabe. “Quien al Espíritu tiene, nada le falta. Sólo el Espíritu de Dios… basta”.Pentecostés no aconteció sólo hace 2.000 años. “Todos los días es Pentecostés” (Orígenes).

José Cristo Rey García Paredes, CMF

 

VII DOMINGO DE PASCUA. DOMINGO DE LA ASCENSIÓN. CICLO A

LOS CUARENTA DÍAS Y LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

La ascensión de Jesús al cielo no aconteció inmediatamente después de la Resurrección del Señor. El evangelista san Lucas nos transmitió una visión de conjunto de todo lo que sucedió en aquellos misteriosos cuarenta días: las sorprendentes apariciones de Jesús, individuales y colectivas y la promesa de una nueva fase en la historia de la humanidad: el Envío, la Misión del Espíritu Santo.
Dividiremos esta homilía en tres partes:
  • “Mientras comían juntos”
  • Enviados a todas las etnias
  • Conocerlo: ¡qué gracia tan inmensa!

“Mientras comían juntos”

Pero quizá lo más llamativo, con lo que inicia su relato de los Hechos, fue, que “mientras comían juntos, Jesús se les apareció y les pidió que no se alejasen de Jerusalén”.
Jesús resucitado no desapareció definitivamente de la vida de sus discípulos y discípulas. El evangelista Lucas, autor también de los Hechos de los Apóstoles, nos dice que permaneció un tiempo “dando instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo”. Y añade que se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios”.
Durante los cuarenta días transcurridos entre la Resurrección de Jesús y su ascensión al cielo hubo encuentros de una extraordinaria intimidad entre Jesús resucitado y sus discípulos: Jesús les hablaba del Reino de Dios y les hacía comprender lo que hasta aquel momento había sido incapaces de entender.

No obstante, Jesús no respondió a una de sus inquietudes políticas: ¿cuándo vas a restaurar el reino de Israel? Para ellos sólo esta restauración llevaría a cumplimiento la misión de Jesús en la tierra. Sin embargo, Jesús les dijo que todavía quedaba pendiente algo muy importante: la venida y la Misión del Espíritu santo.
Dicho esto, Jesús desapareció de su vista. Entró en el Misterio de Dios Padre. El Espíritu Santo abrirá una nueva etapa: el Espíritu, derramado sobre ellos, los convertirá en testigos de Jesús para todo el mundo…. hasta los confines de la tierra.

Enviados a todas las etnias

Cuando la comunidad primera se despide de Jesús, recibe de él una misión: Jesús la llama, la consagra, la envía. Entre algunos miembros de la comunidad surgen dudas e incredulidad. Poco a poco se van superando los recelos. Jesús resucitado ha recibido de Dios Abbá todos los poderes, en el cielo y en la tierra: quienes le van a conquistar el mundo no son sus discípulos, sino Él mismo por medio de su Espíritu ¡Es el Señor de cielo y tierra!
Los discípulos, llamados por Jesús y enviados por Él, no hemos de temer. Él está con nosotros todos los días. Su ascensión le ha conferido todo el poder. Ese poder santo, recibido del Abbá, no lo ha separado ¡ni mucho menos! de nosotros.

¡Conocerlo! ¡Qué gracia tan inmensa!

El mensaje de la segunda lectura de la carta a los Efesios puede resumirse en tres palabras: esperanza, gloria y poder.

  • Esperanza: la ascensión de Jesús al cielo nos invita a abrir los ojos del corazón, a no temer, ni deprimirnos: no fracasaremos; se nos concederá el éxito más insospechado.
  • Gloria: nos ha sido concedida como herencia la Gloria: es decir una vida esplendorosa, llena de Belleza, e invadida por la Belleza infinita de Dios. 
  • Poder: Dios va a desplegar a favor nuestro todo su poder. La resurrección de Jesús fue el comienzo… pero continuará también en nosotros. 

Jesús subió al cielo. Allí tenemos también nuestra morada. Aquí en la tierra, seamos testigos de la esperanza y cómplices del Espíritu Santo que nos es enviado.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

VI DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

EL GRAN “PORQUÉ” DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS 

Después de escuchar el Evangelio de este domingo podemos quedar sorprendidos, como lo quedaron sus discípulos de Jesús, cuando en la última Cena les dijo: “Os conviene que yo me vaya”. Jesús se fue tras una corta vida de treinta y tantos años y un cortísimo tiempo de ministerio profético: tres años. Jesús nos dejó. Han pasado ya muchísimos años desde que esto aconteció.Sin Jesús constituiríamos un grupo inmenso de discípulos huérfanos, sin nuestro Maestro. Pero la Promesa de Jesús fue sorprendente: ¡No os dejaré huérfanos! ¡Volveré a vosotros! Pero ¿cómo?
Dividiré esta homilía en cuatro partes:

  • “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-.
  • “No os dejaré huérfanos” – Su gran Promesa
  • Oraron para que recibieran el Espíritu Santo
  • Y si alguien te pregunta, ¿por qué eres cristiano?

1.   “Yo sigo viviendo” -dice Jesús-

Lo primero que Jesús dijo a sus discípulos fue: “Yo no estoy acabado”. El fin de Jesús no fue su fin, sino el comienzo de su invisibilidad: “el mundo no me verá”. 
Jesús, el Hijo, encontrará su estado definitivo: ¡estar con el Padre! Porque “ir al Padre era toda su añoranza, mientras estuvo en la tierra”. Y lo que caracteriza al Padre es, sobre todo, que es Amor: “Yo estoy en mi Padre”.  Impregnado del amor del Padre, también Jesús se llevará consigo a “los suyos”: “Y vosotros estaréis en mí y yo en vosotros”.

2.   ¡No os dejaré huérfanos! Su gran promesa

La ausencia de Jesús será compensada con el don de “otro Paráclito”. Sólo 5 veces aparece este término en los escritos de Juan. “Paráclito” significa “abogado”, “consejero, “el que ayuda”. Paráclito fue Jesús para sus discípulos mientras estuvo aquí en la tierra. 
Pero, al irse, nos prometió el envío de “otro paráclito”, es decir, otro defensor, otro abogado, otro consejero. Y ese paráclito prometido es el Espíritu Santo. Por eso, no quedaremos “huérfanos”, no echaremos en falta la ausencia de Jesús.  El Espíritu Santo nos hará comprender dónde está Jesús: ¡con el Padre! Y el Espíritu Santo cuidará de nosotros. 

3.   Oraron para que recibieran el Espíritu Santo

La primera lectura nos relata hoy un hecho sorprendente. Uno de los siete diáconos griegos, elegidos por los apóstoles, Felipe se desplazó a Samaría y allí comenzó a predicar sobre Jesús. Llevó la alegría a la ciudad. Acontecían hechos milagrosos. 
A los apóstoles, que estaban en Jerusalén les pareció muy extraño que los samaritanos -a quienes consideraban herejes- se hubieran convertido a Jesús y se hubieran hecho bautizar. Pedro y Juan fueron a Samaría y llevaron a quienes habían sido bautizados algo que todavía les faltaba: que recibieran el Espíritu Santo a través de su oración y de la imposición de sus manos.  

4.   Y si alguien te pregunta: ¿por qué eres cristiano?

Muchos saben que quienes aquí estamos reunidos este domingo, somos cristianos. Muchos menos saben “cómo” estamos siendo cristianos. Pero, ¿quién de nosotros sería capaz de explicar a los demás “porqué soy cristiano”?
La segunda lectura de este domingo nos invita a ofrecer la respuesta a ese ¿porqué? Y añade: “hacedlo con delicadeza y con respeto”. La respuesta nos la ha ofrecido Jesús en su evangelio:  Jesús mismo y sus enseñanzas nos han enamorado y seducido.
Lo amamos como nuestro mejor tesoro. Y aunque haya desaparecido de nuestra vista, sabemos que nos lleva en su corazón e intercede por nosotros. Que nos está preparando una morada. Que no nos abandonará.
Existe otra gran razón para el porqué soy cristiano. Porque “somos morada del Espíritu Santo”. El Espíritu de Dios habita en nosotros y nos aconseja, nos guía, nos enseña, nos llevará a la verdad completa. Es -dicho con palabras del evangelio- nuestro Paráclito. Estamos viviendo en la era del Espíritu. Aprendamos el arte de la espiritualidad.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

IV DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

ICONOS VIVOS DEL BUEN PASTOR

Este es el domingo en que ponemos de relieve la continuidad que se da entre la labor “pastoral” de la Iglesia y la acción de Jesús, el buen -o el bello- Pastor. Es el domingo en que interpelamos a nuestros jóvenes para ver si tienen vocación para el ministerio pastoral, sea como presbíteros, o como miembros de una “familia carismática” femenina o masculina.
Confesamos, sin embargo, que “el Buen Pastor” es uno solo, Jesús. Sólo Él guarda y cuida de su comunidad. Somos muchos y muchas quienes en la Iglesia colaboramos en el ministerio pastoral. Todos y todas dependemos del único y buen Pastor. Él es la puerta por la que entramos. Él es máximo criterio de nuestra vida y acción.  

Jesús, puerta y pastor ante los falsos pastores

En el antiguo Israel un aprisco estaba formado por cuatro paredes de piedra sin techo y una puerta. Los ladrones y bandidos asaltaban los rebaños saltando por las paredes. ¡Nunca entraban por la puerta! Jesús los llamaba “salteadores”. ¡Solo el legítimo pastor entraba por la puerta! Y así mismo, ¡las ovejas entraban y salían por la puerta! 
Jesús se presenta en el Evangelio de hoy como el legítimo pastor y también como la puerta auténtica. Él hace que en su presencia las ovejas se sientan seguras, tranquilas. Él llama a cada una por su nombre. Ellas conocen su voz y lo siguen. Ante el falso pastor, las ovejas no reconocen su voz, tiemblan, huyen. 
La puerta no es la doctrina de los que mandan; ni las normas o las leyes de quienes las emiten. La puerta es Jesús, el Hijo de Dios, el Pan bajado del Cielo, el Hijo del Hombre, el buen Pastor que da la vida por sus ovejas. 
Jesús se mostraba, en cambio, enormemente crítico hacia los falsos pastores: que identificaba con bandidos y ladrones. ¡Los que habían convertido la casa de su Padre en “cueva de bandidos”! Los que roban, matan y destruyen. Los que no entran por la puerta que es Jesús y su doctrina.

Pastor y Guardián de vuestras vidas

La segunda lectura de la primera carta de Pedro nos presenta también a Jesús también como el pastor y guardián de nuestras vidas. Él padeció por nosotros, sus ovejas. No dio ejemplo para que sigamos sus huellas. No cometió pecado. No insultó ni amenazó. Subió a la cruz, cargado con nuestros pecados. Quedó herido, y sus heridas nos han curado. Jesús es el modelo de toda acción pastoral. Con él debemos identificarnos todos los que participamos en la acción pastoral, presbíteros o laicos, hombres o mujeres. ¿No invocamos también a María como “la divina Pastora?

Los sucesores y el “testimonio colectivo”

Habían pasado cincuenta días después de la muerte de Jesús. Era el día de Pentecostés. Pedro aparece ante la gente junto con los Once. Pide atención. Les dirige estas palabras: “Que todo Israel sepa que Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías”.
Cómo lo diría que “estas palabras les traspasaron el corazón” e inmediatamente les preguntaron: Hermanos, ¿qué tenemos que hacer? ¡Qué bella expresión: ¡hermanos! Pedro y los Once no suplantan al buen Pastor. Sólo siguen sus huellas.  Pedro y los Once han sabido situarse al mismo nivel de sus oyentes. Jesús es el único Señor. Por eso, la gente se dirige a ellos llamándolos “hermanos”. 
Pedro les responde con tres frases -válidas también hoy para todos nosotros: 1) cambiad de mentalidad; 2) haceos bautizar y recibiréis el don del Espíritu Santo; 3) dadlo a conocer a vuestros hijos y a todos los que el Señor llame, aunque estén lejos. Con el “dalo a conocer” Pedro implica a todos los bautizados en la acción pastoral, en el cuidado pastoral. Y como dice el precioso salmo 22: aunque camine por sendas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu callado me defienden.

Conclusión

Hoy no es el día del “clericalismo”. Hoy no es el día de los líderes falsos o autoreferenciales. Hoy es el día en que Jesús desea aparecerse en la acción pastoral de la Iglesia, en la que todos colaboramos, según la vocación recibida. ¡Que nadie se excluya de colaborar con Jesús en la acción pastoral! Empeñemonos todos en buscar las ovejas perdidas, en sanar a las heridas, en hacerlas entrar por la puerta. El Espíritu Santo hará posible lo que nos parece imposible.

José Cristo Rey García Paredes, CMF

III DOMINGO DE PASCUA. CICLO A

¡RECONOCER!

Los primeros tiempos de la comunidad cristiana, tras la Pascua, fueron tiempos para el reconocimiento. No era aquél únicamente un tiempo de “visiones”, sino, sobre todo, de “reconocimiento”. Tanto las discípulas de Jesús como sus discípulos necesitaban tener la certeza de que aquel que se aparecía era Jesús. Este domingo tercero de Pascua, nos invita a “reconocerlo”, a “sentirlo” de nuevo… “al partir del pan”.
Las lecturas de este domingo, tercero de Pascua, nos enseñan cómo reconocer la vida y la presencia de Jesús, en tres momentos:

  • La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús
  • Simón Pedro, testigo e intérprete
  • La sangre de Cristo… el precio del rescate.

La torpeza para reconocer y creer: los discípulos de Emaús 

“Dos discípulos de Jesús iban caminando aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaus”. Uno de ellos se llamaba Cleofás. Del otro discípulo, o discípula (¿la mujer de Cleofás?), nos sabemos la identidad.
Jesús resucitado les sale al encuentro. Ellos no lo reconocen. Al principio están cerrados en sí mismos, en su problema: ¡están defraudados! La fe no les llega para más. Ni siquiera creen en los indicios que podrían hacer sospechar la llegada de algo nuevo. No creen a las mujeres, ni siquiera intentan verificar el porqué de la tumba vacía. La incredulidad es impaciente. Los dos discípulos entran en una especie de vértigo y huyen, escapan.
Jesús les parece un extraño. La desconfianza impide el verdadero encuentro. Por eso, el Señor tiene que emplearse a fondo. Les explica las Escrituras y les va dando claves para el reconocimiento.
Las grandes claves que Jesús ofrece permiten entender de alguna forma el misterio del dolor y de la muerte: “¡era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria!”.
La llegada a Emaús y la oferta de hospitalidad, hace que los dos discípulos puedan reconocer a Jesús. Lo reconocen cuando Jesús se entrega sin reservas, cuando hace el mayor gesto de amor. Ese gesto de partir el pan les hizo comprender la tragedia del Calvario. Lo que parecía una tragedia había sido el gesto de amor más sublime e intenso.
En los caminos de la vida Jesús nos sale al encuentro. Está bien que no nos cerremos a quien nos visita, aunque al principio no lo reconozcamos. Si somos hospitalarios, acogedores… al final lo reconoceremos. No somos nosotros los que visitamos al Santísimo Sacramento. Es el Santísimo Sacramento el que nos visita.

Simón Pedro, testigo e intérprete

Simón Pedro cobra una gran relevancia en el tiempo de la Pascua. Se convierte en el gran testigo e intérprete de todo lo que ha acontecido en Jesús. Su testimonio y su predicación apasionada encienden por doquier llamaradas de fe.
Pedro no transmite doctrinas, teorías. No aparece como un maestro, sino como un testigo que, además de serlo, ofrece la interpretación de los hechos.

  • Testigo: Se dirige a los vecinos de Jerusalén, a judíos e israelitas. Les habla de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue acreditado por Dios ante el pueblo con milagros, signos y prodigios. Pero a ese hombre lo mataron en una cruz quienes habían visto sus obras. No fueron capaz de “reconocerlo”, aunque lo conocieron. No lograron creer en Él, saber de quién se trataba.
  • Intérprete: Pedro les revela ahora la auténtica identidad de Jesús Lo hace sirviéndose de una ayuda externa y autorizada: el salmo 16. Es un salmo precioso, una auténtica joya. En él descubre Pedro la gran clave para entender la resurrección de Jesús. Ese salmo no se refería a David, dado que David murió y sus restos quedaron en el Sepulcro. Ese salmo se refería a Jesús.

El precio del rescate… la sangre de Cristo

De nuevo Pedro nos exhorta a poner en Dios nuestra fe y nuestra esperanza. Desde la carta, a él atribuida, nos pide que tomemos muy en serio la vida y nos conduzcamos de la forma más adaptada a la voluntad de nuestro Padre Dios.
Tomar en serio la vida quiere decir, ante todo, “hacerse consciente” de algo que ha revolucionado la historia del mundo: ¡que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos! ¡que le dio gloria! ¡Que la historia del mundo tiene un presupuesto previo (“antes de la creación del mundo”) y un final (“al final de los tiempos”) que le quitan toda ambigüedad y todo resultado incierto! ¡Estamos en manos de Dios y el Mal nunca vencerá!
Hemos sido rescatados con el supremo valor: el precio del rescate vale más que el oro y la plata. Es la sangre, la vida derramada de Jesús.
La esperanza ha de manifestarse en nuestra vida, en nuestro rostro. No podemos vivir como seres esclavizados. Hemos sido rescatados ya.

Conclusión

Sentir la cercanía de Jesús, reconocerlo de verdad, no es una experiencia meramente intelectual: es una convulsión vital. Las experiencias de resurrección no tienen solo que ver con Jesús. También con nuestra propia resurrección. Reconoce a Jesús quien se aproxima a Él. Lo desconoce quien de Él se aleja. La proximidad produce mutuo conocimiento. La lejanía genera un mutuo desconocimiento. Los hebreos expresaban la máxima proximidad, que se produce en el matrimonio, con el verbo “conocer”. También Dios anhela que su pueblo, su esposa, lo conozca y se llene de su conocimiento.

José Cristo Rey García Paredes, CMF