¡Hagamos espacio a la profecía! Pero ¡a la profecía auténtica! ¡No nos confundamos, porque hay profetas verdaderos y profetas falsos! Hubo momentos en los que el pueblo Israel se sentía perdido: sus “políticos” y sus “hombres de religión” iban de desacierto en desacierto; “el pueblo” se veía al borde del abismo. Hoy también hay pueblos y también comunidades cristianas que están en profunda crisis, tocando fondo, al borde del abismo. Son como un “Israel” que depende de fuerzas extranjeras, de pactos para una vergonzosa dependencia. La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre ello.
Dividiré esta homilía en tres partes:
1) Profetas con el don de Consejo.
2) El culto, lugar de la profecía.
3) ¿Para qué ganar si se pierde?
Profetas con el don de Consejo
El culto, lugar de la Profecía
¿Para qué ganar… si se pierde?
Conclusión
Jesús nos invita a jugarnos la vida, a estar dispuestos a perderlo todo, con tal de anunciar la llegad del Reino de Dios. Jesús quiere que lo sigamos asumiendo su estilo de vida y de compromiso: ¡dispuestos a perderlo todo, para ganarlo todo! La cruz no es el objetivo. La cruz es el arma más poderosa para conseguirlo todo, porque la cruz es amor que todo lo ilumina, que desenmascara el mal y la hipocresía.
Este domingo nos vemos confrontados con la gran cuestión del “perdón”. ¿En qué consiste el perdón? ¿Qué es perdonar? ¿Qué efectos produce el auténtico perdón en el mundo?
Lo que es evidente es que hay mucha gente, que no ejerce el perdón. Y sólo exigen justicia, justicia y justicia. ¡Su propia justicia! ¡Perdonar sin condiciones previas no es moneda corriente!
Dividiré esta homilía en tres partes, siguiendo las tres lecturas:
El demonio de la ira, no perdona
¡Vivir para…!
La gracia del PER-DÓN
El demonio de la ira, no perdona
“El furor y la cólera son odiosos”, nos dice el libro del Eclesiástico. La ira o cólera es una efervescencia no dominada ante el hecho de que un inferior se arrogue algo que no le compete según opinión del que se considera superior. Si me considero superior a mi hermano o mi hermana, cualquier invasión de lo que considero “mío” me parece una provocación.
Existe el peligro de que el iracundo destruya el objeto de su ira con los medios a su alcance: o que, al menos, haga todo cuanto esté en su mano para rebajarlo, para que así quede más claro ante su opinión, que el otro había osado algo que no era de su competencia. El iracundo pierde fácilmente toda mesura.
Ante la ira solemos ser bastante indulgentes; decimos, que “tiene ese carácter”. Abundan a veces las personas a las que dejamos campar a sus anchas por los campos de su ira.
La ira nos hace ofender al otro; pero antes, enciende en nosotros, los motores de la agresividad. Cuando se activa en nosotros la parte irascible, cuando ésta se turba nuestra inteligencia cesa de ser inteligente: hace juicios temerarios, pierde la capacidad de discernir bien. La ira es muy dañina. Nos vuelve demonios. Propio de los demonios es vivir siempre encolerizados. Por eso, la mansedumbre es la virtud que más odian los demonios. La cólera oscurece el alma, el espíritu: por eso hay que cortar de raíz los pensamientos de cólera; no abandonarse a ellos.
¡Vivir para…!
Vivir es relacionarse. Destruir relaciones es como cortarse las venas por donde discurre la vida. Vivimos “para”… es decir “vivimos en red”. Las conexiones son vitales para la vida.
Pero hay una conexión de la que no se puede prescindir. Es como aquella conexión sin la cual un ordenador, un proyector, una iluminación, no funcionan: ¡la corriente eléctrica! Esa conexión se llama “Jesús”. Nos lo dijo él mismo cuando afirmó: “Yo soy la Vida”. Sin vivir para Jesús y desde Jesús no tendremos vida, vida eterna.
Por eso, quien quiera vivir, vivirá en abundancia, si vive para el Señor, conectado al Señor. Hablar de esto puede ser interesante. Pero de poco sirve, si no se tiene la experiencia. Cuando el Señor Jesús es nuestro principio de vida, todo en nosotros se llena de vitalidad, de luz, se potencian todas nuestras energías.
¡También en la muerte somos del Señor! También hemos de morir por el Señor. Aquí la palabra “muerte” no es la opuesta a la vida, sino que tiene el sentido de “muerte por amor”, que es la forma suprema de entregar la vida. Morir “conectado” al Señor es la forma más vital de morir. Porque es “pasar” a la resurrección.
¡La gracia del PER-DON!
¡Qué palabra tan interesante! Está compuesta de un prefijo “per” y un sustantivo “don”. Significa, por lo tanto, un “don” que es “per”, “super”. Se reduplica, se potencia el don hasta el máximo. Per-donar no es únicamente “donar”, es mucho más, muchísimo más. El mayor regalo que podemos hacernos se llama “per-dón”.
Pero ¿puede alguien perdonar? ¿No excede nuestras fuerzas? ¿Puede perdona el esposo a la esposa que le ha sido infiel, o la esposa a su esposo infiel? ¿Pueden obligarnos a perdonar? Debe haber en nosotros una fuerza capaz de perdonar a quienes nos ofenden, si no, el mandato de Jesús no sería un deber serio. Puede perdonar quien ha recibido ese poder como un regalo, una gracia.
La gracia del perdón y del amor desinteresado se nos concede en el instante, como una aparición que desaparece al mismo tiempo. Es decir, en el mismo momento se encuentra y se pierde otra vez. Es como la inspiración.
¿Dónde está el corazón del perdón? El verdadero perdón es:
un acontecimiento fechado que acontece en un determinado momento;
el verdadero perdón, al margen de toda legalidad, es un don gracioso del ofendido al ofensor;
el verdadero perdón es una relación personal con alguien.
El perdón tiene razón de ser cuando el deudor moral es todavía deudor. Hay que apresurarse a perdonar antes de que el deudor haya pagado. Hay que perdonar de prisa, para que podamos abreviar un castigo más. Y ¡por nada a cambio! ¡Gratuitamente! ¡Por añadidura! El ofendido renuncia, sin estar obligado a ello, a reclamar lo que se le debe y a ejercer su derecho. El perdón es en hueco lo que el don es en relieve.
Perdonamos sin razones suficientes. Si para perdonar hubiera que tener razones, también habría que tenerlas para creer. Si perdonamos es porque no tenemos razones. Las razones del perdón suprimen la razón de ser del perdón. No hay derecho al perdón. No hay derecho a la gracia. El perdón es gratuito como el amor.
El perdón puro es un acontecimiento que tal vez no ha ocurrido jamás en la historia del ser humano. La cima del perdón, acumen veniae no ha sido alcanzada todavía por nadie en esta tierra. Por eso, decía Jesús que “sólo Dios perdona”… y él también. Y aquellos a quienes les es concedido…
No hay mayor alegría que saber perdonar y sentirse perdonado.
El profeta Ezequiel fue nombrado por Dios “vigilante de Israel” y “alarma” cuando fuere necesario. Dios no es indiferente ante el mal, ante la corrupción o la injusticia. Dios quiere que su profeta vigile y de la alarma, cuando el mal comience a expandirse en su pueblo.
El mal para Dios no es simplemente la desobediencia o infracción de una ley. Si Dios ama tanto a su Pueblo que lo define como “su esposa”, decir “pecado” es decir infidelidad, ruptura de un pacto de amor. Y cuando ese pacto comienza a peligrar, es necesario que alguien dé la voz de alarma. Esa fue la misión que Dios confió al profeta Ezequiel.
San Pablo: ¡Que Amor no se apague!
“¡Amar es cumplir la ley (de la Alianza) entera!”, nos dice hoy san Pablo. El amor es un “carisma”, no el resultado de un esfuerzo o de técnicas ascéticas. Amamos cuando nos ha sido dado amar. Los mandamientos negativos nos indican por qué caminos no transita el amor. No hay camino allí donde se insinúa la infidelidad; no hay amor allí donde hay envidia, codicia, ira homicida.
Para que no se apague hay que mantener vivo el amor. Tenemos capacidad creadora para que estalle en nosotros ese fuego El amor que Dios ha traído al mundo y que ha depositado en su iglesia debe encender a todos. Vivir en Alianza es amar.
Jesús: El escándalo
El término hebreo traducido en griego por “skandalon (escándalo)”, significaba el obstáculo que en manera alguna podía ser evitado: ¡cuanto más se rechaza, más atrae! Pero también en el ámbito griego “escandalizar” significaba cojear.
¡Desgraciado quien trae el escándalo! Jesús reserva su advertencia más solemne a los adultos que arrastran a los niños a la cárcel infernal del escándalo. Cuando más inocente y confiada es la imitación, más fácil resulta escandalizar y más culpable es quien lo hace. Los escándalos son temibles. Jesús nos pone en guardia contra ellos y recurre a un estilo hiperbólico: “Si tu mano o tu pie… córtalo… arráncalo”.
Para Jesús escándalo es menospreciar a uno de los pequeños, cuyos ángeles contemplan permanentemente el rostro de Dios; por eso, pide que no se pierda ninguno de los pequeños y que se les ayude a no descarriarse, o perderse, como la oveja perdida.
El método: ante el hermano que peca
En ese contexto se describe el método que hay que seguir ante un hermano que peca:
1) reprenderlo en privado, entre dos, para ganar al hermano;
2) en presencia de dos o tres para que todo el asunto quede zanjado por dos o tres testigos;
3) si los desoye, hay que decirlo a la comunidad y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano.
La comunidad tiene poder para atar en la tierra a quienes escandalizan. Pero también la oración de la comunidad tiene poder para conseguirlo todo del Padre del cielo: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. El perdón debe concederse setenta veces siete.
Jesús propone aquí un buen camino para evitar el pecado, los escándalos. Es un camino serio, fraterno. Lleno de circunspección.
¡Hagamos espacio a la profecía! Pero ¡a la profecía auténtica! ¡No nos confundamos, porque hay profetas verdaderos y profetas falsos! Hubo momentos en los que el pueblo Israel se sentía perdido: sus “políticos” y sus “hombres de religión” iban de desacierto en desacierto; “el pueblo” se veía al borde del abismo. Hoy también hay pueblos y también comunidades cristianas que están en profunda crisis, tocando fondo, al borde del abismo. Son como un “Israel” que depende de fuerzas extranjeras, de pactos para una vergonzosa dependencia. La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre ello.
Dividiré esta homilía en tres partes:
1) Profetas con el don de Consejo.
2) El culto, lugar de la profecía.
3) ¿Para qué ganar si se pierde?
Profetas con el don de Consejo
Dios “nos” habla en las coyunturas históricas más difíciles, pero es necesario saber dónde y a través de quien. Quienes nos dirigen recurren a no sabemos cuántos consejeros. Los consejeros auténtico, es decir aquellos que han sido agraciados con “don de consejo”, son pocos y están escondidos. Aparecen ¡eso sí!, cuando y donde menos nos lo esperamos: son mujeres u hombres, como Jeremías, que han sentido la seducción irresistible de Dios y se han dejado pegar a su corazón. En la intimidad, Dios les revela su querer, su voluntad. La gente se reía de la juventud de Jeremías y despreciaba sus mensajes. Sin embargo, Jeremías, fue valiente. La palabra de Dios era fuego vivo en sus entrañas.
El culto, lugar de la Profecía
En su carta a los Romanos, san Pablo nos habla del culto. Dar culto a Dios es tratar de ganarlo, de agradarle, de expresarle nuestro agradecimiento… Dar culto es un acto de gratitud. Pero los profetas denunciaron el culto vacío (sin justicia, honestidad, sin amor), que no agrada a Dios.
Pablo nos dice que el culto que agrada a Dios es: ¡presentar nuestros cuerpos como ofrenda viva, santa! Presentarnos como personas que no se ajustan a este mundo de injusticia, de pecado, de conexiones perversas, de cultura de muerte.
¿Para qué ganar… si se pierde?
Jesús aparece en el evangelio de hoy como el “gran ganador”. Y para serlo se lo juega todo. Nos dice que hay momentos en la vida en que un paso hacia delante, una transformación profunda, solo se consigue con arrojo, con audacia y superando cualquier prejuicio.
Simón Pedro se muestra muy conservador. Quiere al Jesús que conoce. Se contenta con las posibilidades que este Jesús ofrece. No quiere un Jesús que “arriesgue tanto”. Es como si Pedro le dijera: “Jesús, no hace falta tanto radicalismo… todo se puede arreglar… llevando las cosas como hasta ahora… llegarás y llegaremos muy lejos”. Pero, Jesús ve en ello una tentación, una terrible tentación que lo aparta de la voluntad de su Abbá; una tentación que le llega al alma, porque viene de un gran amigo. Pero se enfrenta con el mal, con ese Satanás que le impide dar un paso cualitativo hacia delante.
Conclusión
Jesús nos invita a jugarnos la vida, a estar dispuestos a perderlo todo, con tal de anunciar la llegad del Reino de Dios. Jesús quiere que lo sigamos asumiendo su estilo de vida y de compromiso: ¡dispuestos a perderlo todo, para ganarlo todo! La cruz no es el objetivo. La cruz es el arma más poderosa para conseguirlo todo, porque la cruz es amor que todo lo ilumina, que desenmascara el mal y la hipocresía.
Tener llaves o claves es siempre señal de poder. Las llaves dan acceso a lo inaccesible. Los debates de poder suelen concentrarse en ver quién tiene las llaves o las claves. Es obvio que la responsabilidad de sus portadores es muy grande dentro de la sociedad y la humanidad.
Dividiré esta homilía en dos partes: 1) Destitución e investidura: Sobna y Eliacín; 2) La investidura de Pedro
Destitución e investidura: Sobna y Eliacín
La primera lectura, tomada este domingo del profeta Isaías, nos habla de una destitución. Se trataba de un mayordomo del palacio real, llamado Sobna. Dios lo destituye por su mala administración.
Hay personas que por la corrupción que favorecen, por los intereses que defienden, deberían ser destituidas de sus cargos. Muchas veces no podemos hacerlo los hombres. Sin embargo, nadie escapa del poder de Dios, que de una u otra forma, provee para que su pueblo no caiga permanentemente en manos de corruptos.
En este caso Dios encontró a su siervo Eliacín a quien eligió para ser mayordomo del palacio real. Lo constituyó en autoridad y le encomendó actuar como padre para los habitantes de Jerusalén y el pueblo de Judá. Eliacín recibe como símbolo de su poder la llave del palacio de David:
Lo que él abra, nadie lo cerrará. Lo que él cierre nadie lo abrirá- Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna.
El poder de las llaves es confiado por Dios a un servidor suyo, que actuará como “padre” que cuida y ama.
La investidura de Pedro
Es sumamente llamativo ver cómo Jesús se fija en uno de sus doce discípulos, en Simón Pedro. Lo elige para prometerle lo siguiente:
Te daré las llaves del reino de los cielos. Lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo
Pedro queda constituido en el mayordomo de la casa de Jesús. Recibe de Jesús el poder. En otro evangelio, el cuarto, este poder será descrito como “apacentar las ovejas del Señor”. Jesús le confía a Pedro su comunidad, a sus hermanos.
Es claro que la autoridad concedida es para que cuide de ellos y ellas con amor, como un padre, como un hermano mayor. Pedro tiene que tener cuidado, porque puede convertirse en un “Satanás”, puede negar al Señor, puede desmerecer las llaves que se le conceden. De hecho así fue. Pero Jesús le restituyó la confianza. A partir de entonces, Pedro estaría mucho menos seguro de sí mismo.
Pero ¿porqué Jesús lo inviste con el poder de las llaves, hasta convertirlo en un representante suyo, cuyas decisiones son confirmadas en el cielo? Jesús les preguntó a sus discípulos quién decía la gente que era el Hijo del Hombre. Simón Pedro declaró:
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Esa proclamación de fe hace que Jesús, entusiasmado, proclame una solemne bienaventuranza sobre Pedro. Le indica que ha sido el Padre del cielo quien se lo ha revelado. Pedro ha sido interiormente trabajado por Dios Padre, por la Revelación. Un creyente así es piedra sobre la que Jesús edifica su Iglesia. En la fe de Pedro se insertará la fe de los demás, hasta construir la Iglesia de Dios. ¡La fe es el fundamento de la Iglesia!
Conclusión
La fe es la llave que abre los tesoros de Dios y los cierra, que abre y cierra las puertas del cielo. La fe es la clave de la existencia humana.
Pablo se hace preguntas fundamentales para la existencia humana. Parece que busca la clave de todo lo que nos sucede:
¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero para que Él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo
L a fe es la clave de todo. Para quien tiene fe, todo es posible. Pero sin fe, las llaves no abren, las claves resultan falsas.
La capilla de las Apariciones de Fátima fue presentada por el papa Francisco como el símbolo de una Iglesia “sin puertas”, como la casa de la Madre en la que todos, todos, todos, son acogidos. En las lecturas de este domingo 20 del ciclo A se repite una y otra vez la misma palabra: “todos”! ¡Todos sin exclusiones! Se trata de un “todos” inclusivo: hombres y mujeres, adultos y jóvenes, los de mi grupo religioso y los de otro grupo religioso, los de una tendencia y los de otra… Decía Gregory Bateson que “sólo la totalidad es sagrada”. Yo diría que sólo “la pasión por el todo” nos hace semejantes a Dios.
Dividiré esta homilía en dos partes: 1) ¿Educados para la exclusión? 2) El pueblo de la Alianza: la inclusión
¿Educados para la exclusión?
Venimos a este mundo con una maravillosa tendencia hacia ese “todos” sin exclusiones. La inocencia primera nos hace sentirnos bien en el planeta tierra, con cualquier persona, de cualquier sexo o raza, de cualquier religión o cultura, de cualquier condición humana.
Pero, poco a poco nos enseñan a separarnos de alguien, a tener reservas ante alguien, a ser cautos y sospechar… El proceso educativo es frecuentemente un modo de enseñarnos a “excluir”. Así por ejemplo, hemos de aprender que nuestro país, nuestra raza, nuestro sexo, nuestra religión, ¡es lo mejor! Habrá matices en unos sistemas educativos y otros, pero las culturas, las naciones tienden a imponerse como si fueran el “ombligo del mundo”.
Así educados, nos cuesta mucho ser “inclusivos”, estar abiertos al todo. El profeta Isaías recuerda ya en su tiempo que Dios tiene una especial benevolencia incluso con los eunucos y los incluye en su Alianza:
“A los eunucos (¡no a los extranjeros, como traduce la versión litúrgica! -Isaías 56,4) que se han dado al Señor para servirlo, para amar su nombre y ser sus servidores… y perseveran en mi alianza, los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos”.
Pablo recuerda que quienes habían sido elegidos como pueblo de la Alianza ahora están lejos, excluidos, y los extranjeros se han convertido en pueblo de Dios.
Jesús, que en un principio, quería atenerse al principio de la Alianza de Dios con su Pueblo Israel y no se veía autorizado para hacer ningún signo fuera de ese marco, accede a curar a la hija de una mujer Cananea, porque descubre en ella una fe que le impresiona.
Es la fe la que conmociona el corazón de Dios y hace que su Alianza se extienda por todo el mundo.
El pueblo de la Alianza – la inclusión
Todos los seres humanos pertenezcan al grupo que pertenezcan, europeos, asiáticos, americanos, africanos, de Oceanía, mujeres y varones, gays, lesbianas y heterosexuales, jóvenes o ancianos, adultos o inmaduros y enfermos, con estudios o sin estudios, adinerados o empobrecidos, “todos” son llamados a la Alianza y a experimentar que “el amor de Dios es eterno”.
Vivir en Alianza con Dios es para nosotros:
ser “inclusivos”,
hospitalarios con todo el mundo,
ser misioneros de la Alianza universal
En el fondo ¡ese es el sueño “secreto” de todo ser humano!: ¡ser considerado digno de entrar en la Alianza eterna, definitiva, de Dios con la humanidad! Y la fe arranca el Milagro. Evangelizar el mundo no es difícil, porque contamos con la complicidad del corazón humano y el protagonismo del Espíritu que se manifiesta en todo.
Hace ya más de 2o años visité la comunidad de “Pueblo De Dios” en Huelva. Vicente Morales me pidió que les ofreciera unas reflexiones en torno al carisma de aquella comunidad… Intuí que el tema más adecuado sería:“Pasión por el Todo”. A mi modo de ver reflejaba muy bien el carisma del movimiento “Pueblo De Dios”. Con ese motivo, tras algún tiempo, Vicente Morales, compuso una canción que también tituló “Pasión por el todo” y en la cual se repite ”dejar el Aire a su aire” referido al Espíritu Santo. Hoy también he titulado mi comentario a la Palabra “Pasión por el Todo”. Y en él incluyo seguidamente la canción… Y en la JMJ el papa Francisco ha repetido una y otra vez “todos, todos, todos, todos”.
José Cristo Rey García Paredes, CMF
“Señor, nos hiciste para tí e inquieto estará nuestro corazón hasta que no descanse en tí”.
Nadie aquí en la tierra puede ver a Dios… porque es un Dios escondido, un Dios discreto. La liturgia de este domingo aborda este tema en tres momentos: 1) Aparición en la brisa tenue; 2) Pablo como un nuevo Elías; 3) la manifestación divina en Jesús.
Aparición en la brisa tenue
El profeta Elías era un profeta espectacular: él solo se hizo creíble ante el pueblo de Israel, dejando en ridículo a los sacerdotes del dios Baal. Elías era un profeta que daba testimonio -con pronunciamientos claros y públicos- del verdadero Dios. Además, perseguía y hasta hacía caer a espada a quienes lo negaran.
Después de no pocos conflictos, Elías se dirigió al monte santo, aquel en el que Dios se manifestó a Moisés. Pasó la noche en una cueva. Se le comunico que Dios iba a pasar delante de él. Creyó que Dios llegaría en el huracán violento “que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas”, ¡pero Dios no estaba allí! Luego llegó un terremoto… después… fuego. Dios no estaba allí. Finalmente “se oyó una brisa tenue”. Al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto. ¡Era Dios!
Pablo como un nuevo Elías
Como el profeta Elías, san Pablo amaba apasionadamente a su pueblo. Por eso, al ver que no se convertía a Jesús sentía una gran pena y un dolor incesante. Pablo reconocía todos los valores de su pueblo (el templo, la alianza, las promesas, e incluso que el Mesías nació en él), y, sin embargo, este pueblo de Dios rechazaba a Dios.
Al final, no le queda más remedio que resignarse y esperar.
La manifestación divina en Jesús
En el evangelio nos encontramos con otro escenario. A los apóstoles les hubiera encantado ser testigos de una llegada espectacular del Reino de Dios: la multiplicación de los panes y los peces podría considerarse así.
Pero Jesús no respondió a las expectativas de sus discípulos. Aunque la multiplicación de los panes y los peces fue espectacular, Jesús rechazó cualquier homenaje, e incluso los deseos de proclamarlo Rey. Despidió a la gente. Apremió a sus discípulos para que navegaran hacia la otra orilla. Y él, humilde y discreto, se quedó solo y subió a la montaña, pasando la noche en oración.
Durante la travesía el mar se enardeció y en medio de las olas los discípulos se sentían abandonados y en peligro de muerte. Jesús apareció sereno sobre las olas. Los discípulos creían que era un fantasma. Pedro lo reconoció y le pidió ir hacia él caminando sobre las olas; al arreciar el viento temió y comenzó a hundirse. Jesús le dio la mano y le recriminó su falta de fe.
Conclusión
Encontramos a Dios -como Elías- en la brisa suave. Encontramos a Jesús cuando el mar está embravecido y anhelamos una prueba de que es Él -como Pedro-. Cuando dudamos, nos hundimos. Pero la mano de Jesús nos salvará.
La palabra « transfiguración » con la cual describimos la fiesta que hoy -6 de agosto de 2020- celebramos, me recuerda otra palabra que hoy se repite cada vez más. ¡Es la palabra “trans-humanismo”!
Trans-humanismo
El transhumanismo es una teoría que defiende lo siguiente: la ciencia y la tecnología avanzan de forma sorprendente.
Por eso, la medicina no solo podrá curar al ser humano de sus enfermedades, no solo tendrá una función terapéutica.
Está surgiendo ya la medicina positiva: ésta consiste en mejorar la especie humana hasta el punto de que cada uno pueda elegir el tipo de ser humano que desea: en lo físico, lo psíquico, lo intelectual, lo espiritual. Algunos hasta se atreven a hablar de inmortalidad…
Se dice que la nueva religión consiste en una fe sin límites en los poderes de la ciencia y de la tecnología. El tema es tan serio que la misma Academia católica de Francia organizó el año pasado un coloquio en la universidad católica de Angers sobre este tema para debatir las cuestiones éticas y los problemas jurídicos que el transhumanismo plantea.
Aparecen en internet páginas en las cuales aparecen actores y actrices en dos fotografías: la primera, cómo eran cuando lucían toda su belleza juvenil, la segunda cómo son ahora. La diferencia es, en muchos casos, brutal. Aquellas bellezas son ahora deformes. Y la causa de tal deformación -según la misma página- son las operaciones estéticas sucesivas, las drogas y el alcohol.
Este hecho nos hace pensar en los límites de la ciencia y de la tecnología. El transhumanismo puede hacer surgir una humanidad de monstruos.
Transfiguración
La fiesta de este día, domingo, sin embargo, nos habla de “transfiguración”. Jesús, el joven de Nazaret, no había manifestado todavía toda su belleza interior. Dios Padre quiso mostrarla en el monte Tabor ante un pequeño grupo de discípulos. Ellos pudieron contemplar la “gloria y belleza de Dios” en Jesús.
También la carta primera de Juan nos dice:
“Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es”
1 Jn 3,2.
Cuando nos miramos al espejo a veces decimos: ¡qué pena! Y nos comparamos con otras imágenes de nosotros en nuestra juventud. Sin embargo, también en nosotros se oculta una mujer nueva, un hombre nuevo, que un día se manifestará. El Espíritu Santo hace en nosotros su obra día tras día. ¡Este es, hermanos, hermanas, el verdadero transhumanismo! “Ser semejantes a Jesús, el Transfigurado”.
Aunque Jesús pasó por la desfiguración del Calvario, en su Resurrección adquirió ya su transfiguración definitiva.
Nosotros también pasaremos por la desfiguración de nuestra muerte, para después recibir la transfiguración definitiva de las hijas e hijos de Dios.
No necesitamos operaciones estéticas. El Espíritu Santo va sembrando en nosotros día tras día la belleza que un día florecerá y se manifestará. El Espíritu, con nuestra colaboración, ira expulsando de nosotros los malos espíritus, causas de nuestra corrupción y desfiguración.
En la primera lectura, tomada del libro de los Reyes, “el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: ¡Pídeme lo que quieras!”. Lo que pidió n fue larga vida, ni riquezas, ni la destrucción de sus enemigos. Lo que Salomón le pidió a Dios fue únicamente esto: ¡Sabiduría para gobernar según Dios!: capacidad para discernir, actuar, llevar a todos hacia la felicidad, el bienestar, la justicia y la paz.
¡Que piensen quienes gobiernan en la familia, en la sociedad política, en la Iglesia, cuáles son sus deseos interiores! Que se identifiquen con el deseo de Salomón “sabiduría para discernir” y no astucia para imponerse.
El tesoro de nuestro “Destino”
Pablo, en su carta a los Romanos, nos propone hoy una de sus convicciones más sublimes: “Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado según su designio”. Somos pre-destinados, llamados, justificados, glorificados. Nuestro porvenir está asegurado. Está en las manos de Dios, porque Dios nos considera “hijos suyos”..
La búsqueda del tesoro y la red
En el Evangelio de hoy Jesús nos invita a buscar el tesoro, pero, antes de nada, a desearlo. La paciencia purifica el deseo, no lo amortigua. Y cuando el tesoro aparezca, hemos de invertir en él lo que sea necesario.
El tesoro del Reino está escondido en el campo. No está en el cielo; lejos de la tierra; en la inaccesibilidad de la trascendencia. El tesoro está aquí, pero pocos dan con él, pocos lo encuentran. Quien lo encuentra es la persona más agraciada del mundo. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”.
Jesús también compara el Reino de Dios con la red. Aunque en su tiempo se trataba de la red de pescar, en nuestro tiempo se trata -sobre todo- de la red de la superconexión humana, mundial, global. El Reino de Dios es el ecosistema, la red de redes, donde todo está intreconectado. Por eso, el Reino de Dios está en nosotros, no nosotros. Ese es nuestro horizonte.
Conclusión
La presencia del Reino siempre es inquietante. No podemos decir con absoluta certeza “¡esto es”·, “esto no es”. Hemos de mantenernos en la humildad. Sólo Dios nos revela dónde está realmente y dónde actúa su mano poderosa. Evitemos juicios apresurados. Sólo al final serán separados los peces buenos de los malos.
Y va a comenzar la Jornada de la Juventud. Que el Espíritu Santo se haga presente, actúe, seduzca a nuestra juventud para vivir y proclamar el Evangelio y para que encuentren su razón de ser en esta existencia que se nos concede. El himno nos invita a ello.
Frecuentemente hemos de optar -como ciudadanos o como cristianos- por una u otra forma de gobierno. No nos resulta fácil la opción, por la ambigüedad de todo lo humano. Optamos frecuentemente “por lo menos malo”. La liturgia de este domingo nos ayuda para el discernimiento con tres claves:
El estilo de Dios
El consejero divino
La parábola del mal-gobierno
El estilo Dios
La primera lectura -tomada del libro de la Sabiduría- presenta a nuestro Dios como un excelente gobernante. Y sorprende su estilo de gobierno:
¡Perdona a todos!
¡Demuestra su fuerza a quienes dudan y reprime la audacia de los que no lo conocen!
Juzga con moderación y gobierna con gran indulgencia.
En el pecado da lugar al arrepentimiento.
A quien ha justificado, Dios le pide que sea “humano”
¿No vemos que un gobierno tan divino, es también un gobierno muy “humano?
Pero nuestro Dios no renuncia a su divinidad, a su soberanía universal. Él “lo que quiere lo hace”. Este diseño del gobierno de Dios según el libro de la Sabiduría, será plasmado por Jesús en el Padrenuestro: ¡Venga a nosotros tu Reino!
El Consejero divino
En la danza trinitaria el Espíritu Santo es el Consejero, no solo de Dios Padre y de Jesús, sino también nuestro. Así nos lo presenta hoy san Pablo en la carta a los Romanos.
El Espíritu Santo, la santa Ruah, nos acompaña, entra en lo más profundo de nuestro ser y “ora”, intercede por nosotros con gemidos inefables. Dentro del mismo Dios tenemos a nuestro intercesor: el Santo Espíritu.
Nosotros somos incapaces de “orar como conviene”; pero cuando conectamos con el Espíritu de Dios que nos habita, entonces se transforman nuestros deseos según el querer de Dios.
La parábola del “mal gobierno”
La parábola de la cizaña y el trigo es una genialidad de Jesús. Yo la definiría irónicamente como la “parábola del mal gobierno”. No gobierna bien que -basándose en las leyes- premia lo bueno legal y castiga lo malo. Las leyes son fruto de mayorías que las aprueban y del influjo sobre ellas de grupos interesados que las apoyan. Lo que se denomina “legal” es a veces muy cuestionable.
Lo que Jesús defiende en su parábola de la cizaña es lo siguiente: ¡no es fácil distinguir la cizaña del trigo! Por arrancar la cizaña puedes arrancar también el trigo. ¡Ten paciencia, espera! Deja que aquello que llamamos “bien” o “mal” crezcan juntos. En el momento del juicio, se verá con claridad lo uno y lo otro. Hay demasiado dogmatismo “antes de tiempo”. Hay una forma de gobierno -que se aprecia cada vez más, en la política y en la religión- que es impaciente; que se auto-arroga la capacidad de distinguir netamente entre el bien y el mal. Hay políticas de “destrucción de la cizaña” muy belicosas. Van paso a paso cumpliendo su proyecto. ¿No serán esas políticas las que mejor sirven para conservar la cizaña y arrancar el trigo?
Conclusión
Las dictaduras son idolátricas. Las democracias son manipuladas por los grupos de poder económico, poder mediático, poder ideológico. Gobernar según el Evangelio es bueno para todos. El estilo de gobierno de nuestro Dios “salvará la humanidad”. ¡Venga a nosotros tu Reino!