Domingo 3 Ciclo C (de la Palabra de Dios)

El Espíritu de Dios «hoy» está sobre mí


Domingo de la Palabra de Dios

 

         El Papa Francisco instituyó el ‘Domingo de la Palabra de Dios’ con la intención de que se celebrara todos los años el tercer domingo del Tiempo Ordinario, como respuesta a un deseo del Pueblo de Dios trasladado de muchos modos. El hambre de la Palabra que experimenta el Pueblo de Dios no ha disminuido, como tampoco lo ha hecho el anhelo de trascendencia de la humanidad. Se trata de dejarnos transformar por el Espíritu para que emprendamos acciones que ayuden a transformar el mundo. La Palabra de Dios debería arder en nuestros corazones (Lc 24, 32) y llevarnos a vivir más cerca de nuestros prójimos y cuidando más nuestra casa común. Al mismo tiempo debería erradicar todo aquello que aleja la vida de nuestras comunidades y del mundo, sea en forma de injusticia, individualismo, indiferencia… La Palabra debería estimularnos a emprender nuevos caminos de compartir y solidaridad. (Henry Omonisaye, CMF)

 

  El cuarto Evangelio que meditamos el pasado domingo, nos presentaba como pórtico de la tarea misionera de Jesús unas bodas, con las que nos hablaba de la Hora de Jesús, la Nueva Alianza y la necesidad de un Vino nuevo. Lucas, sin embargo (al que seguiremos el resto del año) ha elegido otra escena, en clave profética, donde la Palabra de Dios da pie a Jesús para describir las claves de su programa misionero.

            En primer lugar se nos indica que «Jesús volvió a Galilea«. El lugar que escogió Jesús para desempeñar su actividad es significativo. Allí se daba en tiempos de Jesús, un doble cautiverio: el de la política del gobierno de Herodes Antipas (4 a.C.-39 d.C.) y el de la religión oficial. A causa de la explotación y de la represión política de Herodes Antipas, mucha gente quedaba marginada y sin empleo (Lc 14,21: Mt 20,3.5-6). Y la religión oficial llevada a cabo por las autoridades religiosas, en vez de fortalecer la comunidad para que pudiera acoger a los excluidos, usaba la Ley de Dios para justificar la exclusión de muchos: mujeres, niños, samaritanos, extranjeros, leprosos, posesos, publicanos, enfermos, mutilados, parapléjicos… ¡Todo lo contrario de la fraternidad que Dios soñó para todos! Así pues, la situación política y económica, así como la ideología religiosa contribuían a debilitar la comunidad local impidiendo así la manifestación del Reino de Dios. Por tanto, el contexto, la situación real de las gentes, su sufrimiento, etc… le hace optar por Galilea. Ahí es donde quiere Jesús hacer presente a Dios, donde Dios tiene algo que decir y hacer, ahí precisamente quiere lanzar su propuesta para tantos que estaban mal. Allí llega «con la fuerza del Espíritu».

           El «instrumento» del que se ha servido para discernir su misión y su mensaje es la Palabra de Dios.  Formaba parte de su espiritualidad y de su oración… y la fuerza del Espíritu le había hecho sentirse personalmente interpelado por ese pasaje de Isaías, hasta el punto de asumirlo y ponerlo en el centro de todo. Así había ido descubriendo su vocación. Por eso lo «busca» al desenrollar la Escritura, para presentarse a sí mismo y para compartirlo con la gente: es la lectura comunitaria, tan importante y habitual, tal como nos lo ha descrito también la primera lectura. Lectura que le posibilita dar su testimonio personal.

          Por eso necesitamos nosotros cuidar, conocer, meditar, escuchar personalmente y juntos la Palabra de Dios. Es imposible que la fe se mantenga fuerte, fresca, viva, sin desgaste sin acudir frecuentemente a ella, tal como hacía Jesús. No podemos ser seguidores suyos si no conocemos su Palabra, si no nos dejamos transformar por ella, si no dialogamos, si no damos ocasión a que el Espíritu nos revele la voluntad de Dios por medio de ella. 

           La Celebración de la Eucaristía es un todo con dos partes inseparables e indispensables: Palabra y Pan de Vida. Por eso sería muy conveniente acudir a las celebraciones habiendo leído y meditado personalmente las lecturas que serán  proclamadas. Quizá no las entienda, o tenga dudas. Es verdad que no es un libro fácil. Por eso el sacerdote, u otros hermanos con preparación y experiencia, como hizo Esdras podrán ayudarme y acompañarme.

          Siguiendo con nuestro relato, Jesús lee: «el Espíritu de Dios está sobre mí». También el Espíritu sobrevolaba antes de que Dios comenzara la Creación. Algo nuevo y lleno de vida va a dar comienzo también ahora por medio de Jesús. Era el Espíritu el que, en forma de nube, acompañaba, guiaba y protegía al pueblo del Éxodo por el desierto y que ahora «cubre» y acompaña a Jesús al frente de un nuevo Pueblo. Ese Espíritu que había descendido sobre él en el Bautismo, a la vez que el Padre proclamaba que era el Hijo Amado.  Ese mismo Espíritu que invadió a David al ser ungido por Samuel, y que permaneció con él en adelante, capacitándolo para su misión (1Sm 16, 12-13). Así es también nuestro Bautismo. Es ese Espíritu que recibimos y que hace decir a San Pablo: «hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo». Esto es: la misión de la Iglesia (la de Jesús) es «corporativa», «sinodal», sin que sobre absolutamente nadie, sin que nadie quede excluido ni autoexcluido. Así lo quiere el Espíritu… desde tiempos de San Pablo. Y seguramente ahora con más razón.

          El mensaje de Jesús es totalmente positivo y esperanzador, viene en el nombre de Dios para dar ánimo. Por eso, su lectura se detiene y no lee lo que venía en el mensaje de Isaías: «el día del desquite de nuestro Dios«. También en esto coincide con Esdras, cuando el pueblo llora al verse denunciado por la Palabra que ha sido leída: «No hagáis duelo ni lloréis (porque el pueblo entero lloraba al escuchar las palabras de la ley)». Y es que en tiempos de desánimo, de crisis, de desesperanza… la opción de Dios es levantar, liberar, animar, empujar, despertar la esperanza… ¡No pretende que surjan sentimientos de culpa, sino deseos de cambio!

           En cuanto a sus objetivos prioritarios, a lo que va a dedicar alma, corazón y vida son éstos: pobres,  cautivos, ciegos y oprimidos. En definitiva: los sufrientes, los que «carecen de» lo que sea. El Espíritu le ha ungido/consagrado/elegido y enviado precisamente para ellos. Con obras y palabras. Y por tanto éstas han de ser las señas de identidad de los suyos«armados» con la Palabra, formando Cuerpo con Cristo, teniendo en cuenta las situaciones vitales de los destinatarios… y anteponiéndoles a cualquier otra tarea, opción o prioridad, por muy «santa y sagrada» que nos parezca.  Tenemos que ser capaces de decir con verdad que «hoy» se cumple la Escritura por medio de todos y cada uno de nosotros.

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen Superior José María Morillo

Domingo 2 tiempo ordinario. ciclo c

UNA BODA EXCEPCIONAL

       Curiosa retransmisión de una boda la que nos encontramos nada más comenzar el cuarto Evangelio. Si esta descripción la hubiese hecho alguno de los periodistas de la prensa del corazón, no habría durado demasiado en su puesto de trabajo. Veamos:

– No tenemos ni idea de quiénes son los que se casan. El novio, propiamente, sólo «sale» en las fotos una vez: cuando le están dando la enhorabuena por el vino bueno que ha mandado servir… a pesar de que él no ha tenido nada que ver. Y no responde nada al respecto.

– Con lo bien que se suelen preparar las bodas, ya es raro que se acabe el vino a mitad de la fiesta. Un inexplicable descuido que podría estropearlo todo.

– Sorprende que sea una de las invitadas quien se dé cuenta, y se ponga a dar instrucciones. No consta que fuera pariente de los novios. Sin embargo, es ella la que intenta resolver semejante contratiempo. Y no lo hace dirigiéndose a los novios ni a los responsables de aquel banquete, sino que acude a su Hijo, y luego da órdenes a los camareros/sirvientes, que por cierto la obedecen.

– Tampoco sabemos qué pintan allí tantas tinajas vacías (seis) tan grandes (de unos 100 litros cada una), y además especificando que son «de piedra» (no es un material muy manejable, ni frecuente para hacer vasijas de ese tamaño).

– El cuarto Evangelio sólo nos narra «7»  milagros (por usar mejor la palabra, «signos»), y éste es el primero. Lo debe considerar, por tanto, muy importante. Pero no deja de resultar desconcertante que un acontecimiento tan milagroso y espectacular como éste, sólo nos lo haya contado uno de los apóstoles, cuando dice el texto que «estaban todos allí».

Cualquiera puede caer en la cuenta de que este «signo» no encaja en el «estilo» de los milagros que conocemos de Jesús: No es una curación, ni una multiplicación de panes para gente hambrienta… Como uno de mis alumnos comentaba espontáneamente: «¿Jesús facilitando que la gente siga bebiendo en medio de una juerga? No me pega».

– Tampoco es muy comprensible la contestación que Jesús da a su Madre: Primero por llamarla «mujer» (tan inusual en su cultura, como en la nuestra), y luego por lo que le dice: «Déjame, no ha llegado mi hora. ¿A ti y a mí qué nos va en este asunto?». Otros traducen «¿qué tienes que ver tú conmigo?». 

Y esto de «la Hora» también tiene su «misterio», porque este Evangelio reserva esta expresión para hablar de la hora de la muerte de Jesús, de su Pascua. ¿A qué viene mencionarla ahora, qué tiene que ver la escasez de vino con la «Hora»?

         Todo esto ha hecho pensar a biblistas y teólogos que esta historia es algo más que un «milagro» de Jesús, y que esta boda tiene algo especial, excepcional. Buscando explicaciones a tantas preguntas, comprenden que San Juan quiere decir algo importante, al situar esta boda como pórtico de la tarea misionera de Jesús, como el primero de sus «signos» (siete en total), y que está estrechamente  relacionado con su «Hora» y con la Cena Eucarística (el Vino).

            Para responder a algunas de estas cuestiones, los profetas del Antiguo Testamento resutan de gran ayuda. Ellos nos han ido presentando el compromiso y la relación de Dios con la Humanidad a través del símbolo del matrimonio. No otra cosa significa la «Alianza». Esa misma que Jesús instaurará cuando llegue su «Hora», esa alianza nueva y eterna que se renueva en cada Eucaristía.

             Por otra parte, su Madre, como miembro del pueblo de Dios, constata una realidad y la convierte en oración: Hace tiempo que se les ha acabado el «vino». En toda la escritura el vino es símbolo del amor, de la amistad, de la alegría, del Espíritu. Israel ya no tiene nada de eso: sólo les quedan vasijas vacías (aquellos ritos religiosos que ya no dicen nada a nadie), y aquellos Mandamientos esculpidos en piedra se han quedado en eso, «en piedra»: Enormes vasijas de piedra vacías. La madre de Jesús aparece como portavoz de Israel, del pueblo fiel que aún confía en Dios, y se dirige al único que puede hacer que las cosas cambien radicalmente. Estaba ya profetizada una futura alianza nueva de amor, escrita en los corazones (Ezequiel). Para que sea posible hay que hacer lo que él os diga. El resto del Evangelio irá concretando qué es eso que hay que hacer.

¿Y todo esto qué nos dice a nosotros hoy?

            Seguramente necesitamos que María, la nueva «Mujer», la nueva Eva, La Hija de SIón, el nuevo Pueblo de Dios, nos haga caer en la cuenta de nuestro inmenso vacío, de nuestras grandes tinajas vacías de amor, de esperanza, de sentido, de fe madurada … aunque andemos (distraídos) con nuestras fiestas, con nuestras ocupaciones, con nuestras cosas de cada día… Que nos ayude a ver y actuar con esa gran parte de la humanidad que se ha quedado sin «vino»… porque unos pocos nos lo estamos bebiendo todo. 

          Y, sobre todo, necesitamos la valentía de buscar en Jesús, en lo que Él nos dijo, nos dice y nos pueda decir… el modo eficaz de cambiar radicalmente todo: Nuestra religión (todavía demasiadas normas, cumplimientos, obligaciones…), nuestras  relaciones familiares, las estructuras sociales y económicas, ¡y políticas!

                 La carta de San Pablo de hoy nos viene muy bien para todo esto que comentamos: El Espíritu, también simbolizado en la Biblia por el vino, y que hace posible la alianza nueva y eterna de Dios con sus discípulos… hace surgir los ministerios, los carismas, las capacidades necesarias para construir el mundo nuevo, para ponerse al servicio de los muchos que no tienen nada o casi nada. Nadie puede excusarse diciendo que no sabe qué hacer, o que no puede hacer nada… porque el Espíritu no deja a nadie sin algún don para construir la comunidad y el Reino. 

        Ponerse a disposición de la Comunidad, de los hermanos, es la condición y la consecuencia de celebrar la Eucaristía, sellando la Alianza Nueva y Eterna de Jesús, el Novio, que al llegar su Hora nos brindó y nos brinda a sus discípulos, el poder comprometernos en «amar como él nos amó», en ser uno, en lavarnos los pies mutuamente… Y quien bebe su Sangre (sella su alianza de bodas), tendrá vida eterna. 

Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior: Bajorrelieve Religiosas de San Bruno del Monasterio de Belén
Imagen inferior: Icono copto Rania Kuhn

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO. CICLO B

PERO ¿TÚ ERES REY?

         El Evangelio de hoy es un fragmento del juicio de Jesús ante Pilato. YA os habréis dado cuenta que que abundan en él las  preguntas y vamos a servirnos de ellas en nuestra reflexión.

          El primero en preguntar es precisamente Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Y un poco después:  «¿Conque tú eres rey?»

          No es difícil sintonizar con la perplejidad de Pilato. Tiene delante un hombre totalmente solo, sin aparente fuerza física, sin defensores ni acompañantes, débil y del todo en sus manos. A la vez que, quienes pudieran ser sus súbditos (los judíos), son los que quieren desembarazarse de él a toda costa.

         Esta misma pregunta, sigue siendo muy actual. No pocos miran a Jesucristo o a su Padre Dios preguntándoles: ¿En qué se nota que eres Rey, o Dios?. Levantaron su corazón pidiendo a ese Rey que les ayudara a salir adelante en momentos difíciles, que resolviera urgentes problemas: cúranos, ayúdanos a encontrar trabajo, que nos salga bien este proyecto, que desatasques nuestros conflictos familiares, que nos saques de nuestras soledades, y… ¡con escasos o nulos resultados! Así que, como Pilato, y protestando un poco, le decimos: Pero, ¿tú eres rey, eres Dios, puedes hacer algo o no? ¿Por qué no lo haces? Como a Pilato, nos gustaría encontrar evidencias de que sí, que tiene poder, que es Rey, que no estamos haciendo el ridículo al decir que creemos en Él. Y esperamos, le pedimos y deseamos que nos haga alguna señal, que nos dé alguna pista, por pequeña que sea, que nos haga sentir su cercanía y presencia, que disipe tantas dudas. Y si miramos los tantos desastres que suceden: la pandemia, los terremotos y volcanes, las desigualdades, la corrupción por doquier… No parece que este supuesto Rey gobierne y ponga orden en tanto caos y dolor. Le diríamos con más razón que Pilato:  ¿Conque ¿tú eres Rey?

           Estas mismas preguntas nos las dirigen hoy a los que somos sus discípulos y seguidores, algunos que opinan que estamos anticuados, que la gente formada no cree en estas tonterías, que la fe no aporta nada a nuestra vida: «¿Conque tú eres cristiano, eh?». 

           Algunos «de casa» se agarran a las palabras de Jesús «Mi reino no es de este mundo», como intentando justificar que ese Rey y ese Reino están en «la otra vida», en el cielo o en nuestros corazones…. y frecuentemente se desentienden y conforman con los sufrimientos, injusticias y violencias de este mundo de aquí, de hoy, aunque no regateen esfuerzos en cumplir con sus obligaciones religiosas, y ser intachables en sus comportamientos morales, básicamente individualistas.

          ¡Pero hay que decir alto y fuerte que no! Esa respuesta y esas actitudes no sirven. ¿A quién le va a interesar un Rey y un Reino en el más allá, cuando nuestras urgencias, necesidades y preocupaciones están «ACÁ». con sus gozos, sufrimientos, dolores y esperanzas, como señalaba oportunamente el Concilio Vaticano II.

        Pero no hace falta recurrir al último Concilio, porque el mismo Jesús hablaba de su Reino en otros términos. Al comenzar su tarea misionera, proclamaba: «Convertíos, que el Reino está cerca», el «Reino de Dios está dentro de vosotros», «el Reino ya está en medio de vosotros». La conversión, el cambio que pedía y esperaba para que ese Reino vaya creciendo y extendiéndose «aquí y ahora» depende en buena medida de nosotros. Y consiste: en la atención prioritaria a los pobres, la lucha por la justicia, la construcción de la paz, la ayuda mutua, el servicio, la atención al desnudo, al emigrante, al enfermo…

           Por otro lado, Jesús reconoce ante Pilato que ha nacido y ha venido al mundo para ser rey y «testigo de la verdad». La verdad como «valor» en estos tiempos nuestros no está precisamente al alza. Se habla mucho que estamos en tiempos de «postverdad». La Real Academia de la Lengua Española ha introducido en este término “posverdad” con el siguiente significado: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública en actitudes sociales”. Ya no importan los hechos, los datos, la realidad… sino el mensaje y el sentimiento provocado interesadamente. Importa que de alguna manera «encaje» conmigo, me venga bien a mis ideas previas… No me interesa saber si es verdad o no. 

          Pero «para la fe cristiana la Verdad no es algo, sino Alguien en quien permanecer; no es algo que poseer, sino Alguien a quien acoger; no es algo que elegir, sino Alguien que ha hecho una elección por nosotros, y que cada uno puede, o no, aceptar. Reconocer la Verdad es expresión y consecuencia de una relación, más que un ejercicio de reflexión» (Santiago García Mourelo). 

          Por eso decimos que Jesús es testigo de la Verdad, del Amor de Dios. Así lo explica el Papa Francisco: «La verdad es la revelación maravillosa de Dios, de su rostro de Padre, y de su amor sin límites. Esta verdad corresponde a la razón humana, pero la supera infinitamente porque es un don derramado sobre la tierra y encarnado en Cristo crucificado y resucitado».

              El Reino de Jesús/Dios «no es de este mundo» porque no llega a base de «cocinar» las encuestas a nuestro favor, ni de remover nuestras emociones y sentimientos para que lo apoyemos apasionada e irracionalmente, y menos aún por la fuerza (ni la física, ni la electoral). Ni el Reino llega a base de amenazar con «condenarse» por toda la eternidad si uno incumple ciertas obligaciones religiosas. El Reino no llega por organizar grandes eventos masivos ni por medio de campañas publicitarias. El Reino de Dios no coincide con tener un gran número de bautizados. Ni necesita abundantes recursos económicos para sacar adelante hermosos y necesarios proyectos pastorales o sociales. Así no necesariamente crece el Reino de Jesús. Incluso.. Puede que incluso retroceda. El Reino crece y avanza con «testigos de la verdad«.

            Es muy lógica la pregunta de Pilato: «¿Qué has hecho?», ¿por qué te traen a mí? ¿Acaso eres peligroso? ¡Pues claro que lo es! Jesús dejó en evidencia que Pilato no tenía gran interés por hacer justicia como era su obligación: sólo le interesa conservar el cargo, y para eso, llevarse bien con los «revoltosos judíos» para que no le causaran problemas. ¿De verdad quería saber «qué es la verdad»? Lo cierto es que no le importó condenar a un inocente, poniendo sus intereses por encima de la conciencia, de la justicia. Y los inocentes, como siempre, son los que lo pagan.

         Decía el Papa que «la verdad nos debe inquietar. Sabemos que hay cristianos que nunca se inquietan: viven siempre igual, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud. ¿Por qué? Porque la inquietud es la señal de que está trabajando el Espíritu Santo dentro de nosotros y la libertad es una libertad activa, suscitada por la gracia del Espíritu Santo y nos debe plantear continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que realmente somos».

          La verdad de Jesús, o Jesús como Verdad también inquietó y dejó en evidencia a las autoridades religiosas, que sólo se apacentaban a sí mismas, y realmente no conocían al Dios al que pretendían representar y defender. Jesús tachó de «hipócritas» a los que pretendían una religión de ritos y prácticas, sin misericordia ni justicia, excluyendo y culpabilizando en el nombre de Dios.  La verdad inquieta y puede resultar incómoda y peligrosa para los que no escuchan la voz de Jesús/Dios. 

           Hay mucha mentira que tenemos que poner en evidencia. Mucha hipocresía y falsedad. Empezando por nosotros mismos: no consintamos las mentiras y engaños. No difundamos bulos ni mensajes que nos construyan puentes, que no favorezcan el encuentro y la comunión. No nos dejemos manipular o llevar por bulos y rumores.

          Y como este mundo no es plenamente el Reino de Cristo, y mucho que le falta, mientras haya una sola persona que lo pase injustamente mal, habremos de arremangarnos y meternos en líos, y hasta jugarnos la vida, porque somos de los suyos, y en su nombre pediremos que venga el Reino, claro, pero colaborando con él. Difícil y arriesgado, sí, pero sabemos que la mentira, el sufrimiento, la injusticia, el mal…no tienen la última palabra. Que Jesucristo sea nuestro único Rey y Señor, y ningún otro. Y pongamos a todos los demás «reyes y señores» con minúsculas en su sitio.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen superior de Nikolai Nikolaevich e inferior de Maximino Cerezo, cmf

DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

Nadie sabe el día ni la hora


 Jornada Mundial de los pobres: «A los pobres los tenéis siempre con vosotros»

 

Y cuando llegues a la puerta de tu noche,
al acabar el camino que no tiene retorno,
sepas decir tan sólo: «gracias por haber vivido«. 
(Salvador Espriu)

              Al ir terminando este ciclo litúrgico que hemos recorrido con la pluma de San Marcos (dentro de dos domingos comenzaremos el Adviento), la Iglesia ha querido que reflexionemos sobre la caducidad de todo, sobre el final del tiempo, de la historia, de la vida personal. Nada (salvo Dios, claro) es «para siempre»: cielo y tierra pasarán. Y nosotros también pasaremos. Vivimos como si la muerte sólo les pasara a otros. Pero es importante ser conscientes de nuestra caducidad… porque eso supone una responsabilidad y cambia nuestra forma de valorar la vida. 

            Recuerdo todavía lo que me impresionó y me hizo pensar la película «Mi vida sin mí», de Isabel Coixet, (2003): Su protagonista, Ann tiene 23 años, dos hijas, un marido que pasa más tiempo en paro que trabajando, una madre que odia al mundo, un padre que lleva 10 años en la cárcel, un trabajo como limpiadora nocturna en una universidad a la que nunca podrá asistir durante el día… Vive en una caravana en el jardín de su madre, en las afueras de Vancouver. Esta existencia gris cambia completamente tras un reconocimiento médico, en el que le anuncian su muerte inminente. Desde ese día, paradójicamente, Ann observa la realidad con pupilas dilatadas, como si lo viera todo por vez primera, o como si todo se fuera a desintegrar en el instante siguiente y descubre el placer de vivir, guiada por un impulso vital: elaborar una lista de cosas que quiere hacer antes de morir.  Pero Ann ahora tratará de ver a sus padres, a su marido y a sus hijas fijándose en lo mejor de ellos, y les dejará en herencia palabras esperanzadoras, a través de unas cartas póstumas.

             Con frecuencia nos damos cuenta demasiado tarde del valor de cada instante, de que nos afanamos, nos preocupamos y hasta nos estresamos por cosas que no tienen verdadera importancia… mientras descuidamos capacidades y valores que, a la larga, satisfacen más y son los auténticamente «importantes». La vida tiene un plazo, (y pocas veces llegamos a saber «el día y la hora», como en la película mencionada), pero el final es algo fuera de toda duda. Y sería muy triste descubrir que no le hemos sacado provecho al tiempo disponible. 

              Esto no significa entrar en un ritmo frenético, y empeñarnos en bebernos la vida a grandes tragos; ni dedicarnos a buscar continuamente experiencias nuevas, o límite (drogas, sexo, alcohol, velocidad…), como queriendo pasar por todo, sin pausa, sin sentido, solo «acumulando»/consumiendo vivencias. Se trata más bien de priorizar, de discernir, de elegir aquello que realmente me enriquece y es valioso, me hace crecer como persona, me hace más humano, y vivirlo todo con sentido.

                 Con un lenguaje propio del género apocalíptico (y que por lo tanto, no hay que entender literalmente), Jesús nos ha dicho que «el cielo y la tierra pasarán. El día y la hora nadie la sabe». Y, sabiendo interpretar los signos, como el rebrotar de la higuera que anuncia el verano, hay también muchos signos en la naturaleza que nos hablan de nuestras limitaciones y caducidad y de la necesidad de aprender a vivir de otras maneras: las pandemias, el calentamiento global, las inundaciones, el volcán de La Palma, las Danas y «Filomenas». No controlamos todo (aunque nos guste creérnoslo), y todo puede cambiar en breve tiempo. En definitiva: la vida nos enseña a ir «aprendiendo la muerte«.

Basta con escucharla, verla, seguirla… como hacía Jesús.
Ella nos explica la muerte poco a poco, o de golpe, según los días.
Unas veces sin hacernos ningún daño. Otras, dislocándonos de dolor.
Unas veces subrayando nuestras pequeñas muertes cotidianas,
otras, golpeándonos con la muerte de aquellos que tanto amamos.
La muerte se aprende cuando, al peinarnos por la mañana, se nos caen los cabellos;
cuando nuestros pies pisan las hojas de los árboles caídas,
cuando perdemos el diente que nos ha dolido tanto tiempo;
cuando nos salen las primeras arrugas,
cuando podemos decir, al contar pequeños recuerdos: «hace 10, 20 ó 30 años»…
Cuando nos regalan unas flores para celebrar ese año menos antes del último.
La muerte se aprende cuando nos encontramos con quienes conservan nuestra infancia en el recuerdo,
y para quienes seguimos siempre siendo pequeños;
cuando la memoria flaquea, la enfermedad nos visita…
Cuando disminuyen las visitas a los vivos y se alargan las visitas a las tumbas.
La muerte se aprende en cada adiós definitivo de los seres queridos,
porque, aunque sepamos por la fe, que ya han llegado a su Destino,
nosotros nos quedamos con la carne abierta, protestando, herida,
porque se nos ha muerto una parte de nosotros mismos…
La vida es nuestra maestra de muerte, pero también es maestra de vida…
«Cuando veáis todas estas cosas, sabed que el señor está cerca, a la puerta».
Madeleine Delbrel,  “Morirás de muerte

            Cuesta menos dejar la vida cuando ha sido aprovechada bien y mucho, para crear vida alrededor, como hace la naturaleza, incluso vida a partir de la muerte. Cuesta menos dejar la vida cuando sabemos que hemos crecido, que hemos desarrollado nuestras mejores capacidades, cuando somos conscientes de haber amado mucho. No es necesario consumir ni experimentar cuanto más mejor, sino vivir con sentido, disfrutando los pequeños momentos, sabiendo elegir, y siendo conscientes de que «sólo tenemos toda la vida» para cuidar nuestro espíritu, nuestro yo… que es lo que perdurará por toda la eternidad. ¡Ay, si pusiéramos el mismo esfuerzo en cuidar nuestro interior, que el que ponemos en cuidar este exterior que, querámoslo o no, se va desmoronando poco a poco, y a veces muy deprisa!  

Para vivir nuestra vida «bien» nos acompañan dos esperanzas o promesas: el encuentro final o llegada del Hijo del hombre, y que sus palabras no pasan

          Saboreo, para terminar, las palabras de Narciso Yepes: «Desde que convivo con la enfermedad, pienso más en la muerte que antes. La voy sintiendo cercana y amiga; en definitiva, nada terrible. Sí, me inquieta irme sin haber tenido tiempo suficiente para cumplir la misión que Dios me haya encomendado. El día que sienta plenamente el convencimiento de que he acabado mi tarea en la tierra, el paso por esta vida habrá sido una fiesta, y el marcharme será el inicio de una fiesta nueva«. 

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. Me permito subrayar algunas palabras del Mensaje del Papa Francisco para hoy: 

El rostro de Dios que Jesucristo nos revela es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda su obra afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los  pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3)…

Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas… Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, CMF
Imagen de José María Morillo

DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UNA MIRADA DISTINTA

“ Lo que das, te lo das; lo que no das, te lo quitas” (Alejandro Jodorowsky)

         Cuando uno se sienta en cualquier sitio  -en el andén del metro, en un banco de la calle, ante la pantalla de un televisor o a la pueta de la iglesia, o cuando hojea las revistas y periódicos, las páginas web…- y presta atención a la gente, anda mirando «con otros ojos»: Si hay alguien conocido, si es guapo/a, si tiene buen cuerpo, si tiene muchos fans y seguidores en las Redes, si tendrá una buena preparación (incluso si sus títulos y estudios serán auténticos), si sabrá hacer algo realmente meritorio aparte de hacer declaraciones estruendosas para salir en los titulares, si tendrá algo que esconder, si se cuenta algún rumor morboso…

          Lo más frecuente en la mayoría de los casos es quedarse con las primeras impresiones (no pocas veces es lo que no pocos pretenden: «impresionar», dar una imagen, superficialmente, parcialmente). Nos hemos acostumbrados a ello, y enseguida sacamos conclusiones, ponemos etiquetas, juzgamos: interesante, emigrante, indiferente, este es tonto, este no es de fiar, admirable, envidiable, buena o mala gente… Lo malo es que esas primeras impresiones se impresionan tan profundamente… que nos condicionan y son difícilmente corregibles, son como una especie de gafas que nos hacen valorar en función de las «primeras impresiones».

              Bien que lo sabían algunos de los personajes que aparecen en el Evangelio de hoy y a los que Jesús critica con dureza:  Se pasean con amplios y llamativos ropajes (¡no sólo de tela!)  para diferenciarse y resaltar sobre los demás, y que les hagan reverencias o les traten de manera «distinta» (podríamos decir: que les aplaudan, que parezcan importantes y con algún tipo de autoridad, que se dirijan a ellos con títulos del tipo «excelencia», «ministro», «señoría», «alteza», a veces incluso con el «ex» por delante: ex-presidente, ex-diputado, ex-secretario, ex-pareja… y otros. También ocurre en el terreno eclesiástico, claro. No hace falta poner ejemplos. 

       Y sigue denunciando Jesús que buscan los asientos de honor, y los primeros puestos en los banquetes, en los eventos, en los palcos, en las listas electorales, en los platós, en los titulares…

             La manera de mirar de Jesús es muy diferente de las nuestras, tan superficiales. Jesús procura comprender el corazón y la vida de las personas con las que se cruza. Es la suya una mirada calmada, contemplativa, abierta a la sorpresa, que no juzga de primeras, que acaricia con ella, que da confianza, que busca lo valioso de cada cual. Va mucho más allá de lo que hoy llamamos «empatía» y «simpatía». Aquella mujer viuda (prototipo de pobreza y abandono en la sociedad judía: por mujer y por viuda), sin derechos, sin nombre, sigilosa, que se mueve ante las puertas del Templo, es «enfocada» por Jesús entre la «gente guapa», rica, sabia, importante, bien vestida, y prestigiosa (como los escribas o letrados que hemos mencionado antes)… Parece que casi sólo la ve a ella, y seguro que, mientras la miraba con ternura, en su corazón brotó alguna oración al estilo de «te doy gracias, Padre, porque hay gente así, buena, generosa… ».

         Y aprovecha la ocasión e invita a los discípulos a fijarse en ella, mirándola con «otros ojos», y se la propone como modelo. Una mujer que estaba cumpliendo generosamente con lo que ella consideraba su obligación. Quizás podría haber pensado: ¿para qué echar estos dos céntimos al rico Templo?, ¿qué son estas dos monedillas comparadas con las cantidades que echa toda esa gente importante? Podría haber considerado que ella las necesitaba más que nadie («para vivir», ha dicho Jesús). Pero ella sentía que tenía que dar ese poco/mucho, como signo de su confianza y de su entrega a Dios. 

Probablemente conocéis este relato de Rabindranath Tagore:
Iba yo pidiendo, de puerta en puerta, por el camino de la aldea, cuando tu carro de oro apareció a lo lejos, como un sueño magnífico. Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos se habían acabado. Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo. 
La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo.  Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. 
Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?”.
¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo!  Y yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. 
Pero qué sorpresa la mía cuando al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para dártelo todo!

          No, ella no sacó un granito de trigo de su saco, porque no tenía saco. Y entregó sus dos últimos céntimos. Seguramente, si aquella buena mujer hubiera podido escuchar las palabras de Jesús, se habría quedado sorprendida: «Si yo sólo he dado un par de moneditas, y porque no tengo más… ». 

          Este Evangelio me invita a abrir los ojos a la muchísima gente que hay a mi alrededor, que es como esta mujer: héroes en su vida cotidiana, generosos en el cumplimiento de lo que consideran su obligación, y sin darse la más mínima importancia: «Pero si esto es lo que tengo que hacer, no me sentiría tranquilo/a haciéndolo de otro modo.., si es lo que haría cualquiera…». Sin aplausos, con humildad, sin hacer ruido. En ningún caso buscan el reconocimiento, que los  vean. Son personas anónimas, como las dos viudas de hoy: Porque tienen muchísimos nombres, gracias a Dios. Y me hace pensar en esos actos generosos con luces y taquígrafos que a todos nos gustan, esas alabanzas que andamos buscando, ese reconocimiento (muchas veces justo) por lo bien que lo hemos hecho y que refuerza nuestra autoestima.  No es que esto sea malo, a veces es necesario… Pero en el Banco del Reino las «acciones» que más valen son aquellas que hacemos generosamente y que nadie valora, alaba, aplaude ni reconoce, o que incluso desprecian o critican… ¿Cuántas de estas cosas encontrarán los ojos de Cristo en mi vida?

              Aquella mujer agradó mucho a Jesús, porque se sintió identificado con ella: Va acercándose su final y le queda dar lo poco que le queda: las dos humildes monedas de su propia vida, para expresar su entrega absoluta a Dios y el abandono en sus manos, su amor sin condiciones y sin espera de recompensas, aunque para aquel sacrificio no tenga valor para los que no saben mirar como Dios.

          En conclusión: aprendamos la mirada de Jesús, identifiquemos y agradezcamos a Dios tantos héroes anónimos. Ojalá yo sea uno de ellos… simplemente porque doy y hago lo que tengo que hacer. Darme, entregarme. No dejarme enredar ni engañar por las falsas apariencias de tantos que se dan (y les damos) tanta importancia. Hacer lo que las dos mujeres, hacer lo que Jesús… ¡en memoria suya!  Sin que se me quede en el saco ningún granito de trigo…

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

DOMINGO 31 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

ESCUCHA Y AMA

¡Escucha, Israel. Escucha, pueblo de Dios, escucha bautizado!

Esto lo primero de todo: que escuches la voz de tu Dios.

Tu Dios te habla en cada celebración, cuando se proclama la Palabra, y quiere dialogar contigo.

«Escucha Israel«, «y que las palabras que yo te dirijo hoy queden grabadas en tu corazón».

Como enseñó el Sacerdote Elí al joven Samuel que «oía» aquella desconocida voz: «cuando te sientas llamado, responde: Habla Señor, que tu siervo escucha».

Y si te cuesta escuchar la voz, ora como el rey Salomón, cuando siendo aún joven le dijo Dios:  «pídeme lo que quieras que te dé». Y Salomón respondió: «Concede a tu siervo un corazón que escuche». Agradó tanto al Señor aquella petición, que le respondió: «Cumplo tu ruego y te doy un corazón sabio e inteligente».

Cada mañana, al estrenar el día, podemos recordar las palabras de Isaías: «El Señor me ha dado lengua de discípulo, y  mañana tras mañana despierta mi oído para que escuche como un discípulo. El Señor me ha abierto el oído».

En la primera plegaria del día, Laudes, a menudo repetimos: «¡Ojalá escuchéis hoy su voz! No endurezcáis vuestro corazón» (Salmo 5, 7,8).

En el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, se nos dice: «El que tenga oídos que escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (2, 7.11.17,29). Porque el Espíritu de Dios habla también hoy a la Iglesia, invitándola a la renovación y a la fidelidad.

Y nos animan las palabras de Jesús: «en verdad, en verdad os digo: el que escucha la voz del Hijo de Dios ha pasado de la muerte a la vida» (Jn 5, 25).

Tu Dios te habla en el fondo de tu corazón/conciencia, empujándote siempre hacia el bien y el amor. Allí en tu corazón resuenan muchísimas voces. Algunas de ellas encienden tus más bajos instintos: la rabia, el rechazo al que es distinto, la comodidad, el egoísmo, la agresividad, la venganza, la búsqueda de ventajas personales por encima de los otros, el dejarte llevar por lo que hace todo el mundo, el no complicarte la vida… Pero junto a ellas también está la voz de Dios. ¿Cómo distinguir una de otras? 

«El Señor, nuestro Dios, es solamente uno». Los otros nunca deben ser tomados como dioses, porque no lo son. Al único Dios lo reconocemos porque nos saca de la tierra de la esclavitud para darnos la libertad. Los otros «dioses» nos atan, nos someten, nos manejan. A este único Dios le mueve el clamor del pobre, del necesitado, del más frágil, del que sufre, del más pequeño. Los otros «dioses», en cambio, los silencian, sólo dejan oír la voz del egoísmo. Este único Dios quiere hacer de nosotros un gran pueblo, una gran comunidad de hermanos, y solo nos ofrece una Ley importante: la Ley del amor, con ella, busca hacer de ti una persona «grande» y fraterna pues tendrás un corazón enorme lleno de amor. 

Me ha ayudado meditar este testimonio personal:

En cierta ocasión le pregunté a Dios qué deseaba decirme o pedirme. Era un momento de ardiente fervor en el que me sentía preparado para escuchar cualquier cosa. En un momento de tranquila escucha, oí interiormente las siguientes palabras: «te amo». Y me sentí desilusionado: ¡ya lo sabía!  Pero Él volvió a mí de nuevo con esas mismas palabras. Y de repente, me di cuenta con mucha claridad de que nunca había aceptado e interiorizado realmente el amor de Dios por mí.  En ese instante lleno de gracia, vi que «yo sabía» que Dios había sido paciente conmigo y me había perdonado muchas veces. Pero me asombró no haberme abierto nunca a la realidad de su amor.  Lentamente caí en la cuenta de que Dios tenía razón.  Nunca había escuchado realmente el mensaje de su amor. Cuando Dios habla, siempre habrá «algo sorprendente, distintivo y duradero». (John POWELL, Las estaciones del corazón.  Sal Terrae)

          Por eso sólo a él le darás «todo tu corazón». Porque sólo él te ha amado tanto, tanto, tanto… y su amor no te ata nunca, no te domina ni te impone, ni te maneja, sino que te hace ser más tú. Sólo te pide esto: «ama». Y entonces, toda voz que no te ayude a ser más libre, más responsable, más generoso, más dispuesto, más acogedor, más atento, más justo. menos individualista… no es la voz de Dios. 

Tu Dios te habla también en la voz de los hombres que necesitan algo de ti. Ha escrito don Santiago Agrelo, un pastor excepcional y obispo emérito de Tánger:

Aceptamos que el «amar al Señor Dios con todo el corazón» es el primer mandamiento de la ley; pero no hay razón para que pensemos que ese mandato tenga algo que ver con unos extranjeros vigilados, controlados, desplazados, deportados en nombre de nuestro bienestar; podemos amar a Dios y desentendernos de esos hijos suyos que, por no tener papeles, han dejado de ser hijos suyos. Ocuparse de ellos sería ‘buenismo’ indigno de personas razonables.

Aceptamos eso de «amar al prójimo como a uno mismo»; pero es evidente que unos extranjeros sin dinero no son «prójimo» nuestro, y mucho menos son «nosotros mismos»: gentes así son sólo una amenaza para nuestro trabajo, para nuestra identidad, para nuestra seguridad; y como una amenaza han de ser apartados de nuestra vida. Cualquier otra disposición sería mero sentimentalismo.

Puede que bosques, fronteras y pobres nada tengan que ver con el evangelio de nuestra eucaristía. Puede que consigamos amar a Cristo sin amar su cuerpo que son los pobres.  Puede que consigamos comulgar con Cristo y subvencionar a quienes añaden sufrimientos atroces a su pasión. Si así fuese, si nuestra misa nada tiene que ver con los caminos de los pobres, mucho me temo que tampoco tenga algo que ver con el camino que es Cristo Jesús.

       Jesús unió inseparablemente el amor de Dios y al prójimo en un solo mandamiento. Y el modo de comprobar que amamos a Dios como único Dios, por encima de todas las cosas es el amor al prójimo. No es posible amar a Dios… si nos desentendemos de los que él ama más: de cada hijo/hermano sin exclusión. El amor, los demás, y el mundo creado son  temas principales para revisar nuestra conciencia y crecer, procurando concretar: ¿A quién, cómo y cuándo debo expresar mejor mi amor (y mi escucha)?

        En este contexto se entiende mejor que el Papa desee una Iglesia de la escucha, a la escucha: «El tiempo de Sínodo en el que estamos nos ofrece una oportunidad para ser Iglesia de la escucha, para tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos a escuchar. Escuchar el Espíritu en la adoración y la oración… Escuchar a los hermanos acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales». 

          Escuchar es el camino para poder amar: escuchar sin estar pensando lo que vamos a responder, escuchar sin hacer juicios, escuchar con atención las palabras, los gestos, los sentimientos, la situación vital. Escuchar dejando que me afecte lo que escucho, que me toque por dentro. Escuchar para discernir.  Escuchar para acompañar y caminar juntos (=Sínodo)  Escuchar, como María, guardando la Palabra y las palabras en el corazón. Escuchar comprendiendo y amando.

         Termino con estas palabras del Papa Francisco: «Escucha también la melodía de Dios en tu vida, y no limitarte a abrir los oídos, sino abrir el corazón. Y es que, quien canta con el corazón abierto toca el misterio de Dios, incluso sin darse cuenta. Un misterio que es, en definitiva, el amor que despliega su maravilloso, pleno y único sonido en Jesucristo«.

Que el Señor nos afine el oído y nos dirija para interpretar y cantar juntos la partitura del Amor.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen Superior José María Morillo. Desconozco al autor de la segunda

DOMINGO 30 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

PARA QUE UN CIEGO ECHE A ANDAR
(Domund: «Cuenta lo que has visto y oído»)

              Todo lo que los evangelistas recogieron, elaboraron y redactaron de la vida de Jesús no tiene como fin  «informarnos» de lo que pasó (como haría, por ejemplo un periodista), sino ayudarnos a leer nuestra realidad de hoy para iluminarla. Es decir: este relato tiene que ver conmigo, está pensado para mí, quiere decirme algo para mi vida, espera dialogar conmigo y ayudarme a cambiar en algo. Y debemos leerlo partiendo de nuestras circunstancias concretas.

Veamos a quién representa este ciego y cuáles serían las cegueras que nosotros necesitamos curar o ayudar a curar:

UN CIEGO TIRADO AL BORDE DEL CAMINO:

  • Bartimeo es alguien que vive «dependiendo» de los demás, sus circunstancias personales le impiden valerse por sí mismo y vive de lo que le quieran dar los otros. No tiene derechos, no puede exigir nada. 
  • Es alguien que no «ve» su futuro. Su situación no tiene salida. Nada le motiva a levantarse y «moverse» en alguna dirección. Se trata de un «descartado», tirado al borde del camino. Su «sentido de la vida» no es otro que sobrevivir lo mejor posible. ¡Tiene tantas carencias y limitaciones…! «Los demás son mejores que yo, pueden más que yo, tienen más posibilidades que yo….»
  • ¿Podríamos hablar también de la «ceguera» de la gente y de los discípulos?  Unos y otros no se dieron por enterados de aquel ciego allí tirado, no captaron su soledad y su dolor, porque «iban a lo suyo», aunque en este caso sea magnífico que estén pendientes del Maestro. Y sienten que Bartimeo más bien les estorba con sus quejidos y voces. La ceguera de no ver a los que tenemos tan cerca.
  • Por otro lado, tendríamos la «ceguera» de la fe. Muchos «no ven» al Señor Jesús, a pesar de tenerlo tan cerca, aunque les hayan hablado de él. Parece que de oídas, Bartimeo sabía algo de Jesús, lo suficiente como para atreverse a pedirle algo. Pero no puede verlo. Por eso le llama, y por dos veces pide «compasión». También  podríamos hablar de que la gente y los discípulos que acompañan y van escuchando a Jesús… no han «captado»  todavía su mensaje o no han sintonizado bien con él. Andan escasos de sensibilidad ante el pobre, escasos (todavía) de compasión.

EL CIEGO GRITABA:

Hay muchos modos de gritar, de llamar la atención:

– Hay quienes lo hacen con la «violencia oral»: gritan, hacen ruido, protestan, reclaman… Y a veces pasan de la violencia oral a la violencia de los hechos.
– Hay quienes, en cambio, optan por un estruendoso y total «silencio», ya no saben qué decir o cómo decirlo… y guardan silencio.
– El «grito» de otros consiste en no estar cuando se les espera. A ver si les echan de menos y les hacen caso.
– Algunos gritan a través de las redes sociales, con sus mensajes y sus imágenes de denuncia, y la esperanza de que otros se solidaricen con ellos, o se difunda determinada situación injusta.
– Hay por fin, quienes gritan, como Bartimeo, pidiendo ayuda a Dios. Es lo que se llama con todo sentido «oración». Reclamar, a Dios, quejarse a Dios, esperar de Dios, pedir e incluso literalmente gritarle a Dios. Quizá lo hagan en el silencio de una capilla, en la cama de un hospital, en un banco solitario del parque, haciendo botellón o durmiendo en cualquier sitio… con una  lágrima o un torrente de ellas, de rodillas, o con las manos juntas, o de pie con la cabeza agachada, o con la mirada hacia la cruz, o con la mirada perdida…

¿Qué nos enseña Marcos sobre la actitud y reacción de Jesús ante cegueras como éstas?

JESÚS SE DETUVO:

  • Jesús es alguien capaz de mirar, de oír, de darse cuenta... aún en medio de todo el jaleo que le envuelve.  Es una persona atenta, concentrada en lo importante: atento a las personas. No se deja arrastrar, es dueño de sí mismo. Eso es algo que podemos y debemos aprender, entrenar, está en nuestra mano conseguirlo.
  • En segundo lugar, «llama», se interesa, se acerca, no se informa a distancia (esa «cercanía» a la que tanto nos llama hoy el Papa). Y además dialoga: ¿qué quieres que haga por ti? No da por supuestas las cosas, no «adivina» lo que le pasa. Prefiere que aquel hombre ponga nombre a sus sufrimientos, a sus deseos, a su inquietud. Le ayuda a expresarse. Es una condición esencial para salir de su situación. No todos saben o quieren hacerlo. Jesús le hace una pregunta oportuna para que cuente, para que reconozca su dolor, su deseo, su esperanza: ¿Qué quieres que haga por ti? Es una pregunta muy misionera: preguntar… y escuchar la respuesta como interpelación personal. No le ha pedido de entrada un milagro, ni nada material: sólo «ten compasión de mí». Luego, ya en la conversación que entablan ambos, le  pide lo más necesario: recobrar la vista (¿quiere decir que antes la tuvo?).
  • Cuando Jesús le hace llamar da un «salto», a la vez que se «desprende» de su manto (sus seguridades, lo que parece protegerle…). Son signos de «CONFIANZA». Bartimeo se ha abierto a Jesús, se ha sentido «atendido», importante», acogido.
  • Marcos no cuenta que Jesús «haga» nada por el ciego. Sólo unas palabras (es la fuerza que tiene la Palabra de Dios escuchada con fe): «Anda» (curiosamente también, la invitación no es a «ver» o «mirar», sino a moverse, a dejar de estar sentado…), que se traduce en un «seguirle por el camino». La Palabra de Jesús ha servido para que el ciego«vea» que tiene que «seguir a Jesús», y ha descubierto también que en él hay «fuerza», «fe», lo que necesita para dejar el manto y el borde del camino. Jesús no le ha dado «las cosas hechas», le ha «empujado» a caminar por sí mismo. Y a ser discípulo.

CONCLUSIONES: En el contexto del DOMUND que hoy celebramos, bajo el lema «Cuenta lo que has visto y oído», podemos subrayar:

– Detectar nuestras propias cegueras (y sorderas), tal como hemos indicado antes, porque si no vemos/oímos bien…
– Ser mediadores (misioneros) y no estorbos ante tantos que están al borde tantos caminos. Lejos… o en casa. E invitar: «Ánimo, levántate, que te llama».
– Como el Maestro, ofrecer nuestra «compasión», que no es lástima ni pena… es la compasión de Jesús que «conecta» con la situación vital del que está tirado, descartado, «ciego». Hacernos cargo. Y atrevernos luego a preguntarle: «¿Qué quieres que te haga?».
– ¿Qué tenemos que contar? (Lema): Cómo el Señor nos ha hecho mirar las cosas de manera más profunda y con sentido. Las Palabras que escuchamos y que nos ayudan a ser más personas e iluminan nuestros pasos. Cómo sigo al Señor por el camino y cómo experimento su presencia en mí. No se trata de contar lo que pienso, lo que he leído, lo que dicen otros, lo que está escrito, lo que hay que hacer o ser… sino lo que yo he visto y oído: Mi experiencia de vida, la acción de Dios en mí.
– Por último: la razón, la fuente, la raíz, la fuerza, el «cómo» de la tarea misionera no es otra que la fuerza del amor de Dios. Como dice el Papa  «Hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor y cuando reconocemos su presencia de Padre en nuestra vida personal y comunitaria, no podemos dejar de anunciar y compartir lo que hemos visto y oído».

 Por eso concluyo con una plegaria de San Antonio María Claret (hoy día 24 es su/nuestra fiesta):

Fuego que siempre ardes y nunca te apagas,
amor que siempre hierves y nunca te entibias: Abrásame para que te ame.
Te amo, Jesús, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas.
Quisiera amarte más y que todos te amen.
Quisiera amarte por mí y por todas tus criaturas
Haz, Padre, que te ame como me amas Tú y como tú quieres que yo ame.
Padre mío; de sobra sé que no te amo lo que debiera,
pero estoy seguro que llegará el día en que te amaré como deseo
porque Tú mismo me concederás este amor que te pido

por medio de María y de Jesucristo nuestro Señor. Amén

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen superior JM Morillo

DOMINGO 29 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

UNA IGLESIA DE SERVIDORES Y SINODAL

Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio de nosotros, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu Santo de amor, dispón nuestros corazones a la escucha. Ven, Espíritu de santidad, renueva al santo Pueblo fiel de Dios. Ven, Espíritu creador, renueva la faz de la tierra. Amén (Papa Francisco ).

                El primer conflicto serio de la Iglesia tuvo lugar ante los propios ojos de Jesús: dos de sus discípulos contra diez, y diez contra dos . El motivo no fue una discusión teológica o el rechazo de algún dogma, sino la ambición de poder, la lucha por los primeros puestos. Fue el comienzo de una dolorosa y repetida historia de división y conflictos, a menudo desencadenados por rivalidades y envidias. Cuando alguien quiere dominar, imponerse sobre los demás, el grupo se desmorona: nacen enfrentamientos, con una violencia más o menos explícita, y muchos terminan optando por la pasividad o la indiferencia o el alejamiento de la Iglesia.

                Jesús constituyó a los Doce para que fueran signo de una nueva sociedad, en la que sea abolida toda pretensión de dominio, y se cultive una sola ambiciónla de servir a los más pobres, a los más frágiles. Tarea difícil. La mentalidad de este mundo se infiltró muy pronto en la Iglesia, con sus criterios mundanos de dominar, de afán de poseer, de enseñorearse sobre los demás, de intentar algunos imponer -incluso con malas artes-  sus criterios y opiniones. Y aparecieron los títulos y cargos, las vestiduras nobles para indicar el «rango» jerárquico y distinguirse del resto de los bautizados, los tronos, los pactos de poder, las influencias políticas…

                Jesús va de camino a Jerusalem con paso firme y decidido. Sus discípulos le siguen temerosos y apesadumbrados porque ya en dos ocasiones el Maestro les ha subrayado cuál será la meta del viaje. En los versículos inmediatamente anteriores a la lectura de hoy, les había anunciado por tercera vez lo que le espera en la Ciudad Santa: será insultado, condenado a muerte, azotado y matado (vv. 32-34). Resulta incomprensible que, después de escucharlo tan claramente,  los discípulos sigan esperando que Jesús vaya a Jerusalem para comenzar el «tiempo mesiánico», entendido como un reino de este mundo. Les preocupa más bien lo que sucederá después. Sus sueños de gloria no se detienen ni siquiera ante la muerte de Jesús. Es el deseo de poder y de reservarse los puestos de honor lo que ocupa sus mentes y sus corazones.

                Santiago y Juan, los dos hijos de Zebedeo, se presentan a Jesús y, delante de todos, sin ninguna discreción ni disimulo, y le dicen: “¡Queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir!”. Parece que se sintieran con algún derecho, y por encima del resto del grupo para plantear semejante petición. No dicen “por favor”, sino que exigen, como reclamando un derecho. Seguramente recordaban que, después del primer anuncio de su pasión (cf. Mc 8,31), Jesús habló del día en que “venga con la gloria de su Padre y acompañado de sus santos ángeles” (Mc 8,38). El resto del discurso se les había «olvidado», no así la palabra «gloria», que Jesús había usado exclusivamente en esta ocasión. Y la conectaron con la enseñanza de los rabinos quienes, refiriéndose al Mesías, aseguraban que “se sentará en el trono de la gloria” para juzgar, y a su lado se sentarán «los justos». Santiago y Juan aspiran a tener algún poder en el cielo, estar en el selecto grupo de los justos.

                Cuando surgen entre sus discípulos pretensiones de honores, privilegios, y deseos de los primeros puestos, Jesús nunca se muestra comprensivo ni condescendiente. (cf. Mc 8,33; 9,33-36), y en este caso ha sido duro y severo: “No sabéis lo que estáis pidiendo”. Sí que sabéis que “entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad”. Los discípulos conocen cómo ejercen la autoridad los líderes políticos y religiosos, los rabinos, escribas y sacerdotes del templo: dan órdenes, reclaman privilegios, exigen ser venerados según los protocolos;  hay que arrodillarse ante ellos, besarles la mano, dirigirse a ellos con los títulos y reverencias correspondientes a la posición y prestigio de cada uno. ¿Son estas autoridades las que deben inspirar a los discípulos? Jesús les da una orden clara y contundente: “No será así entre vosotros” (v. 43). Ninguno de esos liderazgos  puede ser tomado como ejemplo. El modelo –explica– es el esclavo, el Siervo.

                El Papa Francisco ha recordado varias veces que  el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, llamados a un sacerdocio santo. Y que «todo Bautizado, cualquiera que sea su función en la Iglesia y su grado de instrucción de su fe, es un sujeto activo de evangelización y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores cualificados, en el cual el resto del Pueblo fiel sería solamente receptivo de sus acciones». También el Pueblo posee un «instinto» propio para discernir los nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia. Por eso, el pasado día 10 de Octubre, dio comienzo en Roma el «Sínodo sobre la Sinodalidad», en el que (por primera vez en la historia de la Iglesia) quiere contar con las aportaciones de todos los bautizados. En los próximos días dará comienzo la «fase diocesana» en el reto de la Iglesia.

                Según el documento preparado por la Secretaría del Sínodo: «es una invitación para que cada diócesis se embarque en un camino de profunda renovación como inspirada por la gracia del Espíritu de Dios. Se plantea una cuestión principal: ¿Cómo se realiza hoy en la Iglesia nuestro «caminar juntos» en la sinodalidad? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro «caminar juntos»? El Sínodo no es un parlamento, ni es un sondeo de las opiniones sino un momento eclesial, y el protagonista del Sínodo es el Espíritu Santo».

   «El objetivo es asegurar la participación del mayor numero posible, para escuchar la voz viva de todo el Pueblo de Dios».
  • «Esto no es posible si no hacemos un esfuerzo especial para llegar activamente a las personas donde se encuentran, especialmente a los que a menudo son excluidos o no participan en la vida de la Iglesia. Debe haber un claro enfoque en la participación de los pobres, marginados vulnerables y excluidos, para escuchar sus voces y experiencias».
  • «El proceso sinodal debe ser sencillo, accesible y acogedor para todos».

                 En su discurso inaugural, el Papa ofrece las tres palabras clave: comunión, participación y misión. El Concilio Vaticano II precisó que la comunión expresa la naturaleza misma de la Iglesia y, al mismo tiempo, afirmó que la Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino». En el cuerpo eclesial, el único punto de partida, y no puede ser otro, es el Bautismo, nuestro manantial de vida, del que deriva una idéntica dignidad de hijos de Dios, aun en la diferencia de ministerios y carismas. Por eso, todos estamos llamados a participar en la vida y misión de la Iglesia.

                El Sínodo nos ofrece una gran oportunidad para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica, pero no está exento de algunos riesgos. Y cita tres de ellos:

    El formalismo. Necesitamos los instrumentos y las estructuras que favorezcan el diálogo y la interacción en el Pueblo de Dios, sobre todo entre los sacerdotes y los laicos. A veces hay cierto elitismo en el orden presbiteral que lo hace separarse de los laicos; y el sacerdote al final se vuelve el “dueño del cotarro” y no el pastor de toda una Iglesia que sigue hacia adelante. Esto requiere que transformemos ciertas visiones verticalistas, distorsionadas y parciales de la Iglesia, del ministerio presbiteral, del papel de los laicos, de las responsabilidades eclesiales, de los roles de gobierno, entre otras.
    El intelectualismo: convertir el Sínodo en una especie de grupo de estudio, con intervenciones cultas pero abstractas sobre los problemas de la Iglesia y los males del mundo; una suerte de “hablar por hablar”, alejándose de la realidad del Pueblo santo de Dios y de la vida concreta de las comunidades dispersas por el mundo.
    Y la tentación del inmovilismo. Es mejor no cambiar, puesto que «siempre se ha hecho así». Quienes se mueven en este horizonte, aun sin darse cuenta, caen en el error de no tomar en serio el tiempo en que vivimos. El riesgo es que al final se adopten soluciones viejas para problemas nuevos. 

                 Y termina invitando a que vivamos esta ocasión de encuentro, escucha y reflexión como un tiempo de gracia, que nos permita captar al menos tres oportunidades: encaminarnos estructuralmente hacia una Iglesia sinodal, donde todos se sientan en casa y puedan participar. Para ser Iglesia de la escucha del Espíritu en la adoración y la oración, y escuchar a los hermanos: sus esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales. Y ser una Iglesia de la cercanía. Volvamos siempre al estilo de Dios, el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura, para que se establezcan mayores lazos de amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios.

El padre Congar recordaba: «No hay que hacer otra Iglesia, pero, en cierto sentido, hay que hacer una Iglesia otra, distinta». 

Os invito a repasar lo aquí escrito, para meditar y orar, dialogar, discernir… aportar lo que nos parezca conveniente y ¡cambiar/convertirnos!. 

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de Jose María Morillo

DOMINGO 28 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

¿Qué tengo que hacer?  

         Desde que el hombre es hombre, ha experimentado la necesidad de ir más allá de una vida que parece terminarse con la muerte: la «vida eterna». Porque entonces: ¿Qué más da lo que uno consigue tener, o hacer en esta vida… si todo se acaba?

       Sin embargo parece que esta pregunta no inquieta hoy a la inmensa mayoría. Al menos formulada con las palabras que usa aquel hombre que se acerca a Jesús. ¡La vida eterna! Ocupados con la vida diaria, atrapados por las cosas inmediatas, por tantas que es urgente hacer y llevar al día… que no hay lugar para esta pregunta, a no ser quizás, cuando la enfermedad nos pega algún mordisco, o cuando alguien cercano se nos va de este mundo. Dicen que esta pandemia, con todas sus terribles consecuencias  ha reavivado la pregunta por la vocación religiosa entre los jóvenes…

           Algunos pensadores modernos rechazaron explícitamente hacerse planteamientos más allá de esta vida:“Queremos el cielo aquí en la tierra; el otro cielo se lo dejamos a los ángeles y gorriones”. Y no pocos han hecho suya la máxima que centraba la película «El club de los poetas muertos»: «Vive el presente».

                  Lo cierto es que Jesús aprovecha y corrige aquella pregunta: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?», y habla más bien de «tener un tesoro en el cielo» o de «entrar en el Reino». Es decir: que Dios (el cielo) sea tu único tesoro. El Maestro intenta reorientar aquella mirada… nada de «heredar» o «ganarse» la otra vida, sino de llenar de sentido esta vida.

            Aquel desconocido tenía su madurez, su capacidad de hacerse preguntas serias. Hay que reconocérselo. Lo que le plantea en el fondo a Jesús es:  ¿Qué tengo que hacer para ser feliz?, ¿Cómo me puedo sentir satisfecho de mí mismo? ¿Qué tengo que hacer para que mi vida valga realmente la pena? Porque a todas estas preguntas no había encontrado una salida válida. 

Las respuestas habituales que nos ofrece nuestra sociedad apuntan a:

— Estudiar para tener un buen empleo, o ser competitivo, o poder volver a tener un trabajo; ganar «suficiente» dinero, comprarse un piso, un coche, hacer algún viaje… Lo de «suficiente» dinero es algo bastante difícil de especificar, por cierto.
— También el mundo afectivo: encontrar pareja, formar una familia, y estar acompañado de buenos amigos…
— Y también esa dimensión que se fija en uno mismo: cuidar la propia salud, tener buen aspecto exterior, la imagen que presentamos a los demás, hacer lo que me gusta…
— Algunas veces se propone también aprender a ser buena persona, tener unos principios éticos, algunas prácticas religiosas…

         Todas estas cosas son buenas y necesarias…, ¡claro que sí! Pero ninguna de ellas, ni siquiera todas juntas, responden al deseo profundo de felicidad que tenemos. Ninguna de ellas, aun consiguiéndolas con mucho esfuerzo, nos garantiza la felicidad. Porque son todas tan frágiles: es frágil el empleo y la economía, es frágil la estabilidad familiar, es frágil mi salud, y son frágiles las personas en las que podemos apoyarnos y con las que caminamos cada día… porque un día pueden faltarnos.

   Aquel buen hombre -Marcos no nos ha indicado que sea «joven»- era alguien «piadoso y devoto». Buena persona, podríamos decir. Honestamente reconocía que a pesar de todo lo que tenía y hacía… quedaba dentro de su corazón una poderosa inquietud. Lo que quizá no sabía es lo peligroso que es hacerle preguntas tan directas a Jesús.

             Ya nos decía la segunda lectura que la Palabra de Dios es más tajante que espada de doble filo, que penetra hasta el fondo de la conciencia, hasta lo más recóndito del corazón, hasta los deseos más escondidos… y los pone en evidencia, los descoloca. No sólo cuando nuestra vida está «desnortada», o en pecado. También, y quizá más fuertemente, cuando parece que todo encaja perfectamente. Porque el Dios del amor, precisamente porque es amor, quiere que lleguemos más lejos, que crezcamos más, que no nos quedemos atrapados en la mediocridad, ni centrados en nosotros mismos. Y las palabras de Jesús le dan un tajo en lo más interior: penetran hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, y juzga los deseos e intenciones del corazón (2 Lectura).

           El «Maestro Bueno» primero señala hacia los mandamientos: Allí está la voluntad del Dios Bueno. Para salvarse sería suficiente. Jesús no menciona los mandamientos referidos a la relación con Dios (los tres primeros, ¿por qué será?), sino sólo los que tienen que ver con los semejantes. Los cambia de su orden tradicional, y añade uno nuevo: «no estafarás». De cara a la vida eterna tiene prioridad el comportamiento con los hombres, tal como está formulado en estos mandamientos.

   Aquel hombre debió sentirse orgulloso de sí mismo, porque todo eso lo había vivido desde pequeño. No es tan difícil cumplirlos: La gran mayoría de los hombres (y de los creyentes), los cumplen suficientemente. Pero eso es Moisés, el Antiguo Testamento. El discípulo de Jesús, el que quiere entrar en el Reino tiene aquí un punto de partida, el comienzo de «otra cosa» mucho mejor y más plena. Y Jesús le da una vuelta de tuerca con tres imperativos: vende, dale, sígueme. Es como si dijera: «Una cosa te falta»: «¿Por qué no dejas de estar centrado en los cumplimientos, en los mandamientos, en tu esfuerzo por ser «don perfecto», en «conseguir», alcanzar, heredar, tener…? Todo eso te hace sentirte muy satisfecho de ti mismo (la verdad es que no tanto, vista su inquietud), y sobre todo te pones a ti en el centro de todo. Pero no eres libre y no tienes lleno el corazón.

             Después de una mirada de cariño le dice: «Vamos a mirar juntos a los demás, a los que sufren, a los pobres». «Vente conmigo y ponte a amar, pon a los demás en el centro de tus inquietudes y preocupaciones… y que Dios sea tu único tesoro». En definitiva esa fue la propia opción personal de Jesús y es su propuesta sincera.

                     Y el que se había puesto de rodillas delante de él… sale de la escena en silencio, con el rostro arrugado y pesaroso: ¡era muy rico! No estaba dispuesto a descentrarse de sí mismo, Dios no era su tesoro. Su tesoro era otro… que le tenía encadenado. ¿Sería eso lo que le puso triste? ¿Se sintió triste al pensar que llevaba toda la vida siendo buena gente…. al descubrir que estaba fallando… al primero de los mandamientos, estaba fallando al Dios Bueno, que no estaba «sobre todas las cosas» ¿Se fue triste al no poder sostener la mirada de cariño y complicidad que le había ofrecido el Maestro?

               El caso es que renunció a comprobar que con Jesús la vida eterna y plena empieza a gozarse ya aquí, aunque sabía de sobra que «todo eso que tenía» no le servía para sentir que su vida merecía la pena.

A mí me gusta imaginar que aquel hombre impetuoso y «corredor»…. no aguantó la tristeza que apareció con tanta fuerza en su corazón, la tristeza de ver su «verdad»…, ¡bendita tristeza! Y que acabó dejando de mirarse el ombligo, sus cosas, su perfección, sus proyectos... ¡y acabó siendo un buen discípulo de Jesús! No nos lo cuentan lo evangelistas. Pero ¡hay tantas cosas que no nos contaron!. Quizá ésta sea una de ellas. Me gusta imaginarlo así… porque… a lo mejor me pasa a mí.

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 
Imagen inferior del Blog «El Evangelio en casa» y Goyo

DOMINGO 27 DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

NO ES BUENO ESTAR SOLO…

Por todo el ámbito asola,
de tan triste, de tan sola,
todo lo que va tocando.
Así es mi voz cuando digo
de tan solo, de tan triste
mi lamento, que persiste
bajo el cielo y sobre el trigo.
¿Qué es eso que va volando?
sólo soledad sonando.
Ángel González 

             §  El 16% de vecinos del área metropolitana de una de nuestras grandes capitales sufrió «soledad relacional» en 2020. El 11,5% de los 5.000 encuestados no suele hablar con nadie: ni con vecinos, ni familiares, ni amigos. Ni el teléfono, ni las videollamada ni el contacto esporádico con los vecinos resultan suficientes para cubrir las necesidades relacionales que permiten los contactos presenciales. Quienes más sufren de esta soledad son las mujeres mayores de 75 años que viven en ciudades del extrarradio, pero también el 18% de entre 44 y 65 años. Las depresiones, los suicidios, y el empeoramiento cognitivo, son algunas de las secuelas de este drama. 

           Según un estudio de la Fundación ”la Caixa” (noviembre de 2020), una de cada cuatro personas adultas en nuestro país se siente sola o se encuentra en riesgo de aislamiento social. Y el Instituto Nacional de Estadísticas (2017), nos revela que el 10,2 % de la población española (46,07 millones), vive sola. El 25,4 % del total de hogares. Dentro de quince años, en 2033, en España habrá casi 20,3 millones de hogares y casi tres de cada diez, estarán habitados por una sola persona. No serán muy diferentes los datos en otros países. 

             § Los españoles tienden a sentirse más solos principalmente «por la noche, los fines de semana y en las situaciones de problemas personales o enfermedades». Sí, estaremos llenos de aparatitos para estar conectados con todo el mundo, pero al final, no pocos se tienen que comer su ansiedad con pipas y palomitas, antes de llamar a nadie, que «bastante tendrá con lo suyo». Pero no se trata solo de esas personas mayores que van al médico o a misa sólo por hablar con alguien. No sólo esos desempleados que ven pasar el año sin más citas que la del Inem. También gente con pareja, con trabajos de éxito, que gastan lo que sea en comprar sucedáneos de compañía. Sin embargo la verdadera compañía, la que llena el corazón ni se compra, ni se vende, ni se busca en Google, ni se soluciona con las redes sociales. Sólo se encuentra. Pero no todos, y no siempre lo consiguen. Todos ansiamos sentirnos únicos y especiales para alguien. Vivos. De manera presencial, real.

             § «No es bueno que el hombre esté solo», nos ha dicho el  Libro del Génesis. 

Hay muchos tipos de soledad: está la «soledad social», en que la persona no tiene a nadie; la «emocional», en que nos sentimos rechazados y echamos de menos, y un tercer tipo de soledad de la que a menudo no se habla es la «soledad existencial». Es decir, la sensación de no poder conectar con los demás, de sentir que nos falta propósito, y eso está muy ligado al sentido de la vida”.  (Javier Yanguas)

           Hay quienes sufren la soledad de ir perdiendo -por el inevitable paso del tiempo, o por tenerse que trasladar fuera de donde siempre vivieron, o por otros motivos-, a casi todas sus amistades, y a su propia pareja. Y eso «no es bueno». Otros viven aislados por problemas de salud, por pérdida de poder adquisitivo, por haber tenido que dejar su patria, porque se rompió su familia… Y esto tampoco «es bueno». Y otros se encuentran «solos» porque no se ven capaces, o no se dan permiso para compartir su mundo interior, sus deseos, sus sueños, sus preocupaciones, sus miedos… ni con sus «amigos» (entre comillas), ni con su familia, ni con su pareja… Es por no preocuparles, es porque no me van a entender, es porque van a pensar mal de mí, es porque… «ya saldré yo solo adelante como sea»… La pandemia del coronavirus no ha hecho sino ampliar y multiplicar la soledad de muchos.

            Ninguna de estas cosas son buenas. La Biblia nos lo ha dicho: «Adán no encontraba ninguno como él que le ayudase». Ni animales ni cosas: Sólo otro u otra como yo, es decir, otra persona con la que interaccionar, compartir, crear proyectos, compartir, crecer, madurar juntos… me puede ayudar. A veces nos hemos creído que ser independientes, ser autosuficientes, estar solos… nos hacía más libres, o más fuertes. Pero es un gran engaño. Hemos sido creados para el otro, para el encuentro, para la entrega mutua, para la comunión. Incluso el mismo Jesús, antes de empezar con su tarea misionera quiso buscarse un «grupo» de compañeros. Y por su parte, San Pablo entendió que la primera consecuencia del mensaje pascual y del amor de Jesucristo… era vivir la fe en comunidad, con otros.

           Este «signo de los tiempos» me hace sentir una llamada urgente a que todos los creyentes (aunque no sólo, claro) salgamos de nuestras «soledades» y busquemos caminos para tender puentes, para interesarnos mucho más por los otros, para acercarnos, para propiciar encuentros, para reducir soledades, para profundizar y cuidar nuestras relaciones… 

             § Otro de los temas importantes en las lecturas de este día es el Matrimonio. No pretendo ni de lejos entrar aquí en un tema tan complejo, con tantas susceptibilidades y sensibilidades y matices necesarios. Habría que explicar el vocabulario empleado en el texto, las circunstancias sociales de aquella época y la mentalidad judía y romana que están detrás de las palabras del Evangelio… y que posibilitan muy diferentes interpretaciones. Y habría que tener muy presentes las perspectivas y criterios de la «Amoris Laetitia» del Papa Francisco. 

No es una homilía el lugar para abordar todo esto. Pero voy a dar unas sencillas «puntadas» que nos puedan ayudar:

                 En tiempos de Jesús era pacíficamente admitida una Ley de divorcio, recogida en la Ley de Moisés. Aunque había distintas interpretaciones sobre los motivos que podían llevar al «varón» a «despachar» de casa a su mujer. O sea: había divorcio, y además se entendía el matrimonio como un asunto «desigual» entre el hombre y la mujer, a favor del varón, claro.

      Jesús hace dos afirmaciones relevantes. La primera de todas es que no es voluntad de Dios que el hombre esté por encima de la mujer, porque fueron creados iguales para formar juntos una nueva realidad, «una sola carne», con la expresión bíblica. De modo que los dos juntos, entregándose, amándose, uniéndose y siendo fecundos… son la imagen de Dios. 

     En segundo lugar: la Ley de Moisés había buscado un «cauce» legal para los casos en que el matrimonio no funcionaba, por culpa de la «estrechez de corazón», la terquedad de los hombres. Esa Ley mosaica intentaba defender a la mujer, concediendo al varón el «derecho» a dejarla «libre» de su matrimonio, sin que se la pudiera acusar de adulterio. De ahí se pasó a una mentalidad divorcista donde el varón podía hacer casi lo que le diera la gana con ellas. Pues bien: Jesús no entra al trapo de las discusiones rabínicas sobre los motivos para poder romper el vínculo matrimonial, ni tampoco descalifica directamente la Ley de Moisés, como esperaban los fariseos. Sino que se remonta y «recuerda» cuál era el proyecto primero de Dios: El amor para siempre.

     El proyecto de Jesús, eso que llamamos «Reino» es un ideal, una aspiración profunda del ser humano, y nos llama a aspirar a los «máximos», nos propone decisiones radicales. Podríamos recordar otras, como por ejemplo la invitación a sus discípulos a «dejarlo todo» para seguirle. Y todo es todo. O cuando pide perdonar setenta veces siete. O ponerle al cuello una piedra de molino al que escandalice y tirarlo al mar, o cortarse la mano… Así subraya lo importante, lo esencial. Dicho de otra manera: No puede ser que el punto de partida de una relación matrimonial sean los intereses egoístas de una de las partes (o de las dos). Y también que el amor para toda la vida es posible para aquellos que no son «estrechos de corazón». Podemos encontrar bellísimos testimonios de personas que son felices juntas después de vivir juntos años y años, la vida entera, a pesar de las dificultades que encontraron. Es posible y deseable.

                Este ideal no está lejos de lo que la inmensa mayoría de las parejas siente y busca en una relación de pareja. Al margen de religiones y creencias, y al margen del modo de «casarse», todos añoran un amor para siempre. Aunque nuestra cultura de hoy (como  en tiempos de Jesús) desprecie la fidelidad, el esfuerzo, el compromiso a largo plazo, y nos repita que el amor se acaba.

     Yo creo, como San Pablo, que el amor no acaba nunca. Se acaban algunas relaciones mal asentadas, mal cuidadas. Y se dan situaciones dolorosas, fragilidades, errores que no se pueden ni deben mantener a toda costa. Probablemente no hubo un auténtico y maduro amor (o amistad) desde el principio. Y a estas situaciones, la comunidad cristiana y la sociedad tienen que buscar soluciones.  Las relaciones «tóxicas» no deben prolongarse.

           Como decía Erich Fromm en un bellísimo libro, el amor es un «arte» que hay que aprender y mejorar cada día, que tiene sus técnicas y herramientas. No basta la atracción personal o sexual. Hay otros muchos elementos necesarios que conviene cuidar y cultivar. Las relaciones personales se fortalecen o se destruyen…. no de un día para otro, sino cada día, todos los días. Y a veces habrá que tener la humildad de pedir ayuda para sanar lo que está ya enfermo… pero todavía no ha muerto.

Termino con un pequeño cuento oriental:

— ¿Quién es?, preguntó la amada desde dentro.
— Soy yo, dijo el amante desde fuera
— Entonces márchate.  En esta casa no cabemos tú yo
El rechazado amante se fue al desierto, donde estuvo meditando algunos meses, considerando las palabras de la amada.  Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta:
— ¿Quién es?
— Soy tú
Y la puerta inmediatamente se abrió

Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen de José María Morillo