GRANO Y ESPIGA: de la muerte a la vida plural
Los griegos y Jesús
Unos griegos solicitaron encontrarse con Jesús. Y Jesús les dijo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre” (¡resurrección!), pero seguidamente explicó en qué consistía su glorificación:
“en verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo, pero si muere, da mucho fruto”.
Jn 12, 23-24
La gloria, la única gloria de la semilla escondida en la tierra está en dar mucho fruto. Jesús muere para resucitar (Jn 10,17) y para que “se rehaga la Iglesia (San Agustín).
¡De qué magnífico pueblo formamos parte!
La resurrección nos afecta a todos. La resurrección de Jesús inicia una resurrección colectiva que experimentamos anticipadamente.
“Si el grano de trigo no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto”. La resurrección de Jesús es un acontecimiento de enorme fecundidad. El trigo se convierte en espiga, la piedra angular sirve de base a un nuevo templo de piedras vivas, el único sacerdote es el principio de un pueblo sacerdotal.
La Pascua nos invita a reconocer nuestra identidad: la nueva identidad que Jesús nos concede. Gracias a su muerte y resurrección somos “espiga”, “somos templo de Dios”, somos “sacerdocio real”.
Hay que reconocer la dignidad del pueblo de Dios y hemos de descubrir su misterio para respetarlo, amarlo. Ningún individuo en la iglesia es más que el pueblo de Dios.
¡El “Shaliah” del Abbá!
Jesús tiene una viva conciencia de “enviado”.
En hebreo se utilizaba una palabra muy significativa: ¡shaliah! El shaliah era aquel que representaba a otro, como si fuera él mismo, era su plenipotenciario, su expresión. Jesús se presentaba siempre a sí mismo como el Shaliah del Abbá, de Dios Padre. Verlo, contemplarlo, era una invitación permanente a descubrir en cada uno de sus rasgos, acciones, palabras, al Abbá.
La dignidad de Jesús supera a cualquier dignidad humana. Dios Padre, el Abbá, actuaba en Él, se expresaba en Él. Por eso, Jesús se permite pedir una confianza absoluta en Él: ¡Creed en Dios! ¡Creed también en mi!
Jesús reconoce la identidad personal e individual de cada uno de sus discípulos. Se relaciona con ellos desde sus diferencias y dignifica la diversidad. Por eso, promete preparar diversas moradas. El cielo no es un lugar indiferenciado, donde perdemos nuestra identidad, nuestros amores, nuestra forma de ser.
Jesús da futuro a sus discípulos y discípulas. Su resurrección es generadora de nuevas e inimaginables posibilidades.
Jesús es Camino, es Verdad, es Vida. A través de Él llegamos a la fuente de la Vida y de la Verdad, que es el Abbá.
Los conflictos abren nuevas perspectivas
La comunidad que genera la resurrección es plural, es comunidad de diversos. La vocación no hace acepción de pueblos o razas. La comunidad prototípica de Jerusalén estaba formada por cristianos de lengua hebrea y cristianos de lengua griega. Ya desde sus orígenes la comunidad cristiana fue multicultural, bilingüe.
Unos se encontraban en casa, en la propia patria. Los otros eran inmigrantes y extranjeros; procedían de otros países. Las relaciones entre los dos grupos se hicieron tensas. Los de lengua griega se quejaban de la desatención a sus viudas. Si el ideal de la comunidad era “tener un solo corazón, una sola alma y todo en común”, la realidad mostraba que se estaba todavía muy lejos de conseguirlo.
Los apóstoles se ven desbordados. E inician una nueva praxis: la diakonía, el servicio de las mesas. Los helenistas se eligen siete diáconos.
El decurso de los hechos manifestó que estos diáconos fueron mucho más que meros servidores de las mesas. También ellos predicaron la Palabra, recibieron el Espíritu, fundaron iglesias, rompieron los moldes de la tradición judía dentro del cristianismo.
Los conflictos pueden ser un regalo para la Iglesia. Cuando son bien gestionados, los conflictos aguzan la capacidad creadora y abren a nuevas posibilidades. El Espíritu Santo actúa en todos.
José Cristo Rey García Paredes, CMF