EL GRAN MANDAMIENTO: ¡AMARÁS!
Las lecturas de este domingo nos hablan del “amor”; nos invitan a descubrir ese fuego que circula por nosotros de mil formas, en mil direcciones, de dentro afuera y de afuera adentro. ¿Qué es amar? Lo mejor no es definirlo, sino experimentarlo. Cuando se ama ha un “tercero misterioso” que se revela.
Dividiré esta homilía en tres partes:
- El Compasivo… y su ira encendida.
- El mandato: ¡Amarás!
- Un amor elocuente
El Compasivo… y su ira encendida
“Forasteros, emigrantes, viudas, huérfanos, pobres y prójimos”. He aquí los nombres de aquellas personas en las que Dios derrama su amor, su predilección. Son ellas las que conmueven sus entrañas y son las favoritas de su amor. Solo una razón lo justifica y es ésta: “¡porque soy compasivo!”
Dios es compasivo: padece con los que padecen, sufre con los que sufren, se siente débil con los débiles. Dios ama a sus pobres como a sí mismo… Por eso, su mandato respeto a ellos es claro: ¡No oprimirás! ¡No explotarás! ¡No serás usurero! ¡Devolverás! Estos son los verbos del amor celoso y preferente de Dios hacia los pobres. Quien cometa contra ellos el mal, encenderá la ira de Dios. El Compasivo puede ser el peor enemigo de quien no tiene compasión.
El mandato: ¡Amarás!
Jesús vino como el Maestro del Amor. Hizo de toda su vida amor. Cuando le preguntaron por el primer mandamiento, le querían tender un lazo: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?, le pregunta un fariseo. Jesús no le responde, como era habitual: “Dios es solamente uno, a Él solo adorarás”. Más que la adoración le interesa el amor, y el amor “en todas las direcciones”: hacia Dios y hacia los demás.
¿Qué es el amor? ¿En qué consiste? El escritor austriaco, Peter Handke, lo ha descrito con bellas frases, de seguro inspiradas por el Espíritu de Jesús:
“Acabo de ver con total claridad (¡fue un descubrimiento!), que en el amor, para el amor, no bastan únicamente dos: una y otra vez necesito a un tercero a quien poder dirigirme, para tranquilizarme, para fortalecerme, para permanecer firme, para volver a despertar, para decir gracia… Y a este tercero en mi amor, que cuida de mí siempre que me vuelvo hacia él, sólo puedo concebirlo con el nombre de “Dios” (Peter Handke).
Amor se conjuga en activa y pasiva, en divino y en humano.
Un amor elocuente
Pablo y sus compañeros reconocen -en la segunda lectura- que la comunidad cristiana de Tesalónica acogió apasionadamente la Palabra de Dios y se dejó encender en su fuego de amor. De modo que “desde vuestra Iglesia la palabra de Dios ha resonado en todas partes”.
“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él”. La comunidad de Tesalónica estuvo habitada por el Amor, por la Palabra. Y es que el amor crece cuando se conoce. La Palabra enciende el corazón. Es eficaz y llega a lo más profundo del corazón
Conclusión
Cuando se constatan tantos fracasos en el amor (divorcios, amistades rotas, egoísmos cerrados), uno rehúye espontáneamente el romanticismo. Pero si Dios es amor, el amor es posible, es necesario. Los ríos no pueden anegar el amor. Quien ama nunca se equivoca. Así es nuestro Dios, porque Dios es Amor.
José Cristo Rey García Paredes, CMF